El 16 de enero de 1987 la ciudad de Necochea amanecía con la misteriosa ausencia de una de sus habitantes. La joven veterinaria Adriana Celihueta había salido la noche anterior de su casa en el auto de su padre. Jamás se supo qué le sucedió. En este 2022 se cumplen 35 años de la desaparición que rozó al poder político necochense y en torno a la cual se tejieron innumerables hipótesis.
Por Fernando del Rio
En una estantería repleta de viejos expedientes hay dos pilones de papel. Del hilo que los mantiene unidos cuelga un rótulo acartonado que a trazo de fibrón destaca el apellido “Celihueta”. Allí se oculta una verdad tan maniatada como las 2000 fojas, una verdad que lucha contra el olvido cada vez más inevitable. Y es en el olvido judicial donde muchas víctimas mueren su segunda muerte.
La historia criminal registra la desaparición de la veterinaria Adriana Celihueta en 1987 como un enigma, como uno de esos casos que aparecen de tanto en tanto y que se clavan cual espina en la garganta de los que gritan por su esclarecimiento. Hace ya 35 años que la suerte corrida por Adriana Celihueta aquella noche de verano es un secreto que, aún hoy, lastima a Necochea y Quequén, dos comunidades atravesadas por un muro de silencio que el paso del tiempo en lugar de agrietar lo ha sellado.
Del caso Celihueta se dijeron tantas cosas que hasta pueden reconfigurarse todas sus medias verdades y medias mentiras, y contarse varias posibles historias de lo sucedido. Ninguna de ellas respaldadas en más pruebas irrefutables que las otras. Y la sensación más fuerte que aún persiste es que se investigó mal. No que se investigó poco, pero sí mal. Algunos no tienen dudas de que eso obedeció a una estructura de encubrimiento político al que se subyugaron no solo policías necochenses sino también jueces, peritos y fiscales de Mar del Plata. Unos pocos creen que no se resolvió jamás por la incapacidad de los investigadores. Casi ninguno acepta la posibilidad de un crimen perfecto, en el cual por más que se analice y sobreanalice la evidencia jamás se podrá llegar al esclarecimiento.
Repasar la investigación de este caso es una tarea ardua después de tanto tiempo, conectar con todo aquel día a día que angustió a la familia Celihueta y encontrarse con la desazón que dejaba cada excavación frustrada, cada hipótesis desistida, cada avance que acababa siendo un desvío y una pérdida de tiempo, supone un esfuerzo que apenas tendrá la recompensa de desafiar al olvido.
El inicio del misterio
A las 21.45 del jueves 15 de enero de 1987 Adriana Celihueta terminó de cenar junto a sus padres Carlos y Mimí, en la casa de calle 64 de Necochea. Tenía 29 años y estaba recibida de veterinaria, pero igual continuaba viviendo con ellos porque era una mujer con ciertas particularidades en su personalidad y en su manera de entender la vida. También porque estaba a la espera de dejarlos en lo inmediato: el 21 de febrero tenía programada la boda con Luis Iparraguirre, su novio desde que tenía 18 años, y su posterior mudanza a Castex, en La Pampa.
Esa noche Adriana Celihueta parecía haber desechado la sugerencia de su madre de ir hasta la casa de su suegra en lugar de llamarla para que le deletreara bien su apellido, ya que debía mandar a imprimir las invitaciones para el casamiento que se iba a llevar a cabo en la ciudad pampeana donde vivía Iparraguirre.
Ya a la tarde habían hablado de la inconveniencia de resolver ese sencillo trámite por teléfono. Que “quedaba mejor” ir. Pero Adriana lo postergó incluso hasta la hora de la cena y la madre se lo recordó.
—Todavía te falta ir a lo de tu suegra –le dijo la madre que sabía que a Adriana le costaba salir de su casa y era remolona.
Media hora después, a las 21.30, Adriana dijo que sí que iría. Pero con una condición.
—Dejá los platos Mami, que los lavo cuando vuelvo.
Ángela Adriana Celihueta (el primer nombre pocos lo usaban) no tenía ningún otro motivo para salir esa noche de su casa excepto el de asegurarse que en las participaciones el apellido de quien habría de ser su suegra estuviera bien escrito. Era importante tener el dato para que, a la mañana siguiente, regresara a la imprenta y diera la aprobación final de las invitaciones. A juzgar por las declaraciones de su madre, solo por eso se dispuso a salir en la cálida noche de cierre de primera quincena.
El recorrido era sencillo: 50 metros hasta la avenida 75, ocho cuadras hasta la calle 48 y tomando por ésta hacia el norte, otras cinco cuadras y media. La separaban poco más de 1500 metros. Y una vuelta casi similar.
Siempre según lo relatado por sus padres, la veterinaria salió, ya sin más demoras, con el Dodge Polara verde de la familia hacia la casa de su futura suegra en calle 48 al 3100. Minutos antes Carlos, su padre, se había ido a acostar y su madre estaba por hacerlo.
A las 2 de la mañana, aproximadamente, el padre se espabiló y al notar que no había retornado su hija despertó a su esposa. Tras ponerla al tanto de su preocupación, que de inmediato fue compartida, Carlos Celihueta partió en bicicleta primero para la casa de la familia Iparraguirre, donde su futura consuegra le reafirmó los temores: que allí nunca había llegado Adriana Celihueta. Entonces se dirigió a la comisaría porque sospechaba lo que era una certeza: que su hija había desaparecido. En ese momento comenzó la fallida investigación.
Carlos Celihueta, siempre encima de la investigación y de la policía.
Un bamboleo judicial
La causa que investiga la desaparición de Celihueta lleva el número 39.303 del año 1987 y se pierde entre miles de expedientes del Depósito Judicial de Mar del Plata. Ocupa una de las estanterías laterales y tiene el color ámbar que le otorga el paso del tiempo. En sus más de 11 cuerpos se oculta una verdad que nadie encontró. Toda aquella causa comienza con un desorden que, involuntario o provocado, la caracterizaría por los siguientes 11 cuerpos y anexos hasta su final.
A diferencia de lo que podría esperarse, la foja 1 no es el inicio, no es la denuncia primigenia de averiguación de paradero que Carlos Celihueta, afligido, presentó en la comisaría poco antes de las 3 de la madrugada del 16 de enero de 1987 al advertir que su hija no había regresado. Lo que refleja el primer escrito de todo el voluminoso expediente es el hallazgo del vehículo Dodge Polara en el Parque Lillo a la mañana siguiente. Hallazgo realizado por la familia Celihueta, no por la policía.
Así, con esa inversión cronológica, da su primer paso una de las investigaciones más tumultuosas que se recuerde para un episodio criminal de alto impacto como fue en los finales de la década del ‘80 el de Celihueta.
Por carecer Necochea de Departamento Judicial, la investigación, excepto en su faceta policial, se radicó en Mar del Plata y cambió varias veces de magistrados. Comenzó siendo competencia de Pedro Hooft, aunque ese mismo 16 de enero –fecha de presentación de la denuncia policial e inicio de las actuaciones- entraba en vacaciones. Excusado Hooft, intervino fugazmente Jorge García Collins, más tarde José Martinelli y cuando éste ordenó en agosto de 1988 (un año y medio después del hecho) cerrar las actuaciones por ausencia de delito, la Cámara de apelaciones no resolvió la cuestión de fondo, sino que dijo que quien debía trabajar sobre la causa era Hooft, porque la desaparición de Adriana Celihueta había sucedido el 15 de enero a la noche.
La errante documentación no encontró su lugar en los Tribunales de Mar del Plata tras esa resolución debido a que el juzgado de Hooft, ya no existía como tal por un desdoblamiento y ahora tenía a su cargo a Graciela Arrola de Galandrini. Sin embargo, Arrola de Galandrini había sido la fiscal al intervenir García Collins, de manera que se excusó porque no podía ser acusadora y juez en una misma causa. Recién en diciembre de 1988 se lo designó al magistrado Reinaldo Fortunato y al fiscal Eduardo Alemano como responsables de la investigación. Ya con el cambio de sistema judicial bonaerense, la causa recayó en la fiscalía de Susana Kluka hasta su archivo final firmado por el juez Jorge Peralta en 2007.
Habrá quien pueda atribuir el fracaso del expediente al encubrimiento político, a la corrupción, al desinterés marplatense, al connivencia policial, pero aún si nada de eso hubiera existido, habría bastado con el desconcertante cambio de manos de la investigación por los pasillos tribunalicios para asegurarlo.
Los primeros pasos
Días después del hallazgo, el automóvil fue “colocado” en el lugar donde apareció para tomarles fotografías.
Carlos Celihueta era un reconocido tornero de aquella ciudad que tenía dos hijas, Silvia y Ángela Adriana. En la denuncia realizada en la comisaría de Necochea por la desaparición de Ángela Adriana se lee que “su hija en el día de la fecha siendo las 21 horas aproximadamente salió con destino al domicilio de su futura suegra en el automóvil marca Dodge Polara modelo 1970, patente B 048.942, color verde. Que luego siendo la 01.00 horas quien habla se constituyó en el domicilio de la suegra Familia Iparraguirre, manifestándosele que a ese lugar esta joven no había concurrido. Que luego el dicente comenzó la búsqueda por distintos lugares de la ciudad no tuvo resultado positivo alguno”.
En ese texto hay dos errores claves: el primero de ellos es que la denuncia se realizó el día 16, cerca de las 3 de la mañana, de modo que no salió “en el día de la fecha siendo las 21 horas”. El otro es que nunca pudo a la 1 de la madrugada pasar por lo de la familia Iparraguirre, porque advirtió la ausencia de su hija a las 2.30. De cualquier modo, estas cuestiones tienen más que ver con el nerviosismo del momento y con la impericia policial (o desinterés) al tomar la denuncia. Carlos recordaría tiempo después esa despreocupación policial montada en torno a una frase muy común por entonces: “Es grande su hija, ya va a volver”.
Cuando Celihueta al día siguiente amplió su declaración ya en la subcomisaría Díaz Velez (cambió la dependencia por la ubicación en la que apareció el auto) fue más preciso al decir que su “hija salió de su domicilio siendo las 21.45 y al ver que a las 2.30 no había regresado se dirigió personalmente a la casa de la futura yerna (NdR: error, quiso decir suegra) de su hija quien lo atendió y le manifestó que no se había hecho presente en el lugar”. Más adelante dice que “a las 7.45 horas se presentó en su domicilio el sobrino de un amigo quien le comunicó que el rodado Dodge Polara se hallaba abandonado sin ocupantes en la Avda 2 al fondo del Camping Lillo del Predio Municipal”.
El automóvil Dodge Polara estaba allí, en un estacionamiento natural, entre médanos, del Parque Lillo, frente a la playa. Con las dos ventanillas delanteras bajas, sin llaves de contacto y con el llavero de la casa sobre el asiento delantero. También estaban algunos de los documentos de Adriana Celihueta esparcidos camino al mar. Más allá, sobre la arena, su cartera de cuero negro sería encontrada por un matrimonio al día siguiente.
Siempre se sospechó que tanto el automóvil como la documentación de Adriana Celihueta hallados en el Parque Lillo habían sido plantados.
Aquella inicial foja 1, dirigida al oficial principal Ricardo Triches y con la firma el oficial de servicio Adrián Paolucci, menciona la desaparición de Celihueta, el hallazgo del vehículo y por primera vez incorpora el dato de un revólver calibre 22 que el padre de Celihueta notó faltar de su casa. “En el día de la fecha se tomó conocimiento por parte del progenitor de la misma que en las inmediaciones del camino costero y Playa de estacionamientos de autoportantes de este medio él había hallado el automóvil con cual se desplazaba su hija, hallando sobre el asiento del mismo sus llaves de su domicilio, encontrándose el vehículo con sus puertas cerradas y la ventanillas bajas asimismo y a unos 30 (treinta) metros de donde se hallare estacionado el coche su yerno Daniel Theiler halló en dirección al mar el portadocumentos de la mencionada Ángela el cual contenía en su interior carnet de conducir DNI y otros papeles. Posteriormente el padre habiendo efectuado en su domicilio un raconto de sus pertenencias estableció que le faltaba un revólver calibre 22 marca Rubi extra N°31431”.
No hay dudas de que el elemento de la falta del revólver surgió el mismo día 16 de enero. Esta es una referencia que será muy comentada en toda la investigación porque abonaba dos de las hipótesis: la del suicidio o la de la necesidad de defenderse.
Que haya sido Adriana Celihueta quien se llevara el arma de la casa jamás pudo ser más que una conjetura, fuerte, sólida, casi la única posibilidad, pero no una certeza comprobada de algún modo. Aunque estaba sobre el mueble del living-comedor de la casa, sus padres no vieron que el arma fuera tomada por Adriana esa noche. En el automóvil abandonado tampoco estaba con lo cual no hubo nunca un solo indicio de que ella se la hubiera llevado. Fue uno de los puntos grises de esta historia.
Adriana Celihueta, en una foto desconocida..
Otra de las circunstancias irregulares de la causa sucedió a las pocas horas de conocerse el hecho. Vale resaltar en este tramo que el Dodge Polara podría entenderse como la Escena del Crimen, porque fue la última referencia concreta que se tiene de Adriana Celihueta. Sin embargo, jamás se realizó un peritaje al vehículo que, mágicamente, se incorporó a la causa. Es que una vez hallado el automóvil, Carlos Celihueta recorrió la zona de médanos, fue a ver el lugar en el que se habían encontrado los documentos y luego manejó el Dodge hasta su casa. Aunque avisó a la policía, la policía no fue de inmediato.
Sin embargo, en fojas 4 de la causa se asegura que un auxiliar levantador de rastros junto a personal de la subcomisaría Díaz Vélez fue al lugar del hallazgo e inspeccionó el auto. Un auto fantasma. “No se observan huellas –refiere el escrito-, marcas o indicios de violencia en el interior de dicho rodado, como así tampoco huellas papilares visibles y que puedan ser levantadas por el mismo no obstante ello procede a diseminar polvo químico obteniendo resultados negativos”. El acta esconde su propia ilicitud en la llamativa necesidad de explicación del escriba que dice: “bajando a continuación al asiento natural de esta subcomisaría donde por razones de comodidad es labrada la presente”.
Aunque esas desprolijidades puedan parecer un tema menor, sucesos posteriores se agregaron al expediente para alimentar la idea conspirativa, la noción concreta de que la policía de Necochea tiró hacia “atrás” la investigación para encubrir al poder político involucrado directa o indirectamente en el crimen.
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