Por Nino Ramella
“Cada vez que escalo soy perseguido por un perro llamado ego”. La frase del agudísimo e inapelable Friedrich Nietzsche podría explicar el porqué de tantas idas al pasto de quienes uno equivocadamente prejuzga como entrenados para evitar que una sobredosis de autoestima los alcance.
Ninguno de nosotros está vacunado contra la jactancia, aunque hemos de admitir que hay oficios o profesiones que acercan las probabilidades de que caigamos en la trampa.
Si un médico llegare a creerse el dueño de la vida de sus pacientes nuestra propia finitud y la fragilidad de la existencia lo pondría enseguida en su lugar. Pero hay oficios que no tienen formas naturales de enseñarnos nuestros límites. Dos de ellos me alcanzan personalmente y no siempre he salido airoso de las acechanzas a las que me estoy refiriendo.
Es lo que hacés, no lo que sos
Aunque por estos días el ambiente del periodismo ha perdido el prestigio de otros tiempos, aquel que puede multiplicar una noticia u opinión sigue siendo adulado por los interesados en que eso ocurra. De ahí que haya muchos que traten de lograr con ditirambos los favores del colega. Si el blanco de esas adulaciones fuere débil a la lisonja, zás!…termina creyéndosela.
Cada vez que me ha tocado conversar con jóvenes de la carrera de Comunicación o Periodismo antes que hablar de técnica o teorías les advierto del peligro de creérsela. Les comento que las personas que batallan para que uno vaya a comer a su casa -celebridades o ciudadanos ignotos- cuando se trabajaba en un medio, probablemente no nos saluden más si uno cambia de rubro. No es este un pesimismo que fatalmente ocurrirá. Pero hay que estar preparado.
Secretaría y chofer
El otro ambiente frecuentemente asediado por egos incontrolables es el de la función pública. Allí hay un fenómeno parecido al ambiente de los periodistas en cuanto a que conviene tenerlos a favor, aunque aquí se suma el hecho de que una solución puede depender sólo de la voluntad del adulado.
En algunos actos he tenido la oportunidad de decir públicamente lo que realmente creo y es que jamás debe agradecerse a un funcionario por algo que haya hecho en esa calidad. Se agradecen favores pero un funcionario no hace favores, hace lo que cree que debe hacer…y si hace favores hay que echarlo. Sinceramente entiendo que el agradecimiento a un funcionario encierra un acto esencialmente antidemocrático por lo que ello implica.
Quienes alguna vez hemos asumido un cargo público no lo hemos hecho bajo amenazas o con un revólver en la nuca. Lo hemos hecho por vocación, o por sintonía con “la cosa pública”, o por sentido del deber y también cabe que por placer, ¿porque no? Y si el cargo fuera electivo entonces no hay atenuantes. Las campañas tratan de convencer hasta el hartazgo de que la única salida es votarlos a ellos.
Mejor a la sombra
Sintonizo más con la frecuente humildad que se espera de los funcionarios en algunos países nórdicos, que carecen de todo tipo de privilegios, a quienes no se les rinde honores y sobre quienes pesa una fuerte condena social en caso de una mínima ostentación o expresión de soberbia.
Los cortes de cintas en las inauguraciones de obras públicas tendrían que ser hechas por los obreros que trabajaron en la construcción o por personas del común que se beneficien con lo que se inaugura.
Lo máximo a lo que debería aspirar un funcionario es que pasado el tiempo…aun de su propia vida…se diga que hizo bien su trabajo.
Un riesgo que se corre con frecuencia, particularmente en aquellos funcionarios que tienen organismos a su cargo, es sentir que no son administradores a término de esos espacios sino que comienzan a sentirlos como propios. Y no en el buen sentido del concepto “sentirlos como propios” tal como se cuida aquello que se quiere, sino creerse dueños omnímodos de esos bienes.
Es cierto que en esos sitios se suele volcar mucha energía y recursos personales, pero si lo emocional nos hace creer que tenemos el título de propiedad…nuestra cabeza debe aclararnos el equívoco.
Hay una manera de curar el sindrome jactancioso y es el que tiene en sus manos la ciudadanía marcando valores y negándose a convalidar las idas al pasto de aquellos presuntuosos que terminan convencidos… y convencidas…de que se les debe pleitesía por hacer el trabajo que se comprometieron a cumplir.