Opinión

Antesala de una definición

Panorama político nacional de los últimos siete días

Por Jorge Raventos

Guiado más bien por la lucidez que por el optimismo, Claudio Escribano apuntaba ayer en el diario La Nación la existencia de “un contraste palmario entre la gravedad de las causas de degradación generalizada de la política y la economía, con las consiguientes consecuencias de miseria sobre la población e involución del país, y los efectos a la vista todavía sobre el curso de las instituciones que conforman el Estado”.

Efectivamente, la pobreza alcanza ya a cuatro de cada diez habitantes y a 6 de cada diez niños y adolescentes; el trabajo ha dejado de ser un remedio para la pobreza: ésta golpea a amplias franjas de trabajadores, inclusive de

trabajadores en blanco, registrados y amparados por paritarias. Una inflación persistente erosiona los ingresos, desanima la inversión, desalienta el ahorro, obstruye la previsión y horada el valor de la moneda. Y sobre ese fondo se recortan otras manifestaciones de inoperancia y atasco del sistema. Por citar algunas: eclipse prácticamente total de la autoridad presidencial; morosidad o parálisis en la toma de determinadas decisiones; leyes que no se producen o, producidas, no se cumplen; juicios que tardan en iniciarse y más aún en concluirse; juzgados vacantes y sospechas cruzadas de parcialidad judicial; presupuestos que no se ejecutan; conflicto de poderes.

No es una rareza que en estas circunstancias emane de esa maquinaria bloqueada el olor a quemado de los escándalos o la corrupción.

En otros momentos de nuestra historia, un paisaje como el descripto podía considerarse la antesala de una ruptura institucional. Un artículo publicado en Clarín esta semana por el sociólogo de la Universidad de San Andrés Aldo Isuani (“¿Onganiato y pinochetismo en democracia?”) alude a ese fenómeno: “la inexistencia de encuestas de opinión en aquellos tiempos -señala- no permite saber con alguna precisión qué porción de la población demandaba en 1976 que los militares se hicieran cargo del gobierno pero con seguridad, y como en el presente, un cambio drástico atraía a un alto contingente de ciudadanos”.

Pero hoy la situación es diferente. El sistema institucional, en ese sentido, está sólido y no hay riesgo de que las Fuerzas Armadas irrumpan en el escenario. No se trata de que ese camino esté cerrado porque, como ocurrió inmediatamente después de la derrota de Malvinas, la retirada de las Juntas y los juicios iniciados durante el gobierno del doctor Alfonsín, las instituciones militares estén débiles y desprestigiadas. Por el contrario, las

Fuerzas Armadas son hoy -según una encuesta reciente de Poliarquía- el sector institucional de mejor imagen en la sociedad, están firmemente encuadradas en el rol que les asigna la Constitución y comprometidas con una concepción estratégica que el Jefe del Estado Mayor Conjunto ha expuesto con claridad.

Así, las turbulencias que sufre el país están contenidas en un sistema institucional de pilares robustos; sus fallas se localizan primordialmente en la dimensión del sistema político.

Es allí donde se manifiestan al mismo tiempo las tensiones, las trabas y las tendencias a la reconfiguración. De allí proceden estrépitos como el de la altamente onerosa trayectoria sentimental del ex jefe de gabinete bonaerense, o los referidos a la financiación subterránea de la política (de la cual el affaire de la Legislatura de la provincia de Buenos

Aires es apenas un ejemplo que sale a la luz).

El árbol y el bosque

Hoy se vuelve escándalo un fenómeno que se había naturalizado largamente con la participación y colaboración de todas las fuerzas políticas. El domingo último, Ignacio Zuleta evocó en Clarín la ley provincial 10370 aprobada bajo la gobernación del radical Alejandro Armándariz (presidencia de Raúl Alfonsín) que “le permitía a la Legislatura provincial manejar dos cuentas de fondos reservados cuyo destino no estaba claro. Posibilitaba el financiamiento en negro de actividades políticas; senadores y diputados podían repartir unos $ 40 millones anuales que no formaban parte del presupuesto oficial y sobre los que no había un control real”. Mientras rigió la convertibilidad, aquella suma equivalía a 40 millones de dólares.

En los tiempos en que empezó a manifestarse la insatisfacción pública con la política que culminó en el “que se vayan todos”, la Legislatura provincial derogó aquella norma. Es probable que ese mecanismo regulado pero sin

control haya dado paso entonces a dispositivos abiertamente irregulares, como el que quedó develado con el llamado “Chocolategate”. Que reviste carácter sistémico, como implícitamente lo confirma el cauteloso silencio en el que se encapsularon virtualmente todas las fuerzas políticas con representación legislativa en la provincia así como que la mayor parte del periodismo asociado a sus campañas haya reducido sensiblemente su interés en el caso para desplazarlo con intensidad abrumadora al affaire Insaurralde, que se concentra en uno solo de los actores del sistema y prefiere mirar el árbol, no al bosque.

Consecuencia y acelerador

Fruto del desorden, el estancamiento y la insatisfacción, se incorporó al paisaje político una fuerza disruptiva: La Libertad Avanza. El partido de Milei contribuyó a desordenar más el viejo sistema, asociado a la polarización de la grieta. Su irrupción se produjo en paralelo con la declinación del kirchnerismo y un repliegue de su jefa, la vicepresidenta, que traspasó responsabilidades propias y del presidente que ella eligió con un tuit, a Sergio Massa para que éste afronte a suerte y verdad la campaña electoral oficialista, sobre la que ella tiene un pronóstico muy escéptico. En un contexto de inflación y con un dólar que no deja de incrementar su cotización, Massa se esfuerza en neutralizar la desconfianza con acción y expectativas. “Si hasta ahora el peronismo no explotó -diagnosticó en La Nación Jorge Liotti- es porque Massa los convence a todos de que hay una oportunidad para ganar la elección”.

Reflejo del crepúsculo kirchnerista, Juntos por el Cambio se quedó sin objetivo y también sin jefatura: Mauricio Macri cambió el liderazgo que ejercía sobre el conjunto de su partido, el Pro (y, por esa vía, sobre toda la coalición), por el rol de influencer de un ala y de un futuro reagrupamiento ultraliberal que, en sus proyectos, sumaría a los libertarios o se sumaría a ellos.

El resultado ha sido que se desordenaron las dos coaliciones que hasta hace unos meses polarizaban.

Juntos por el Cambio creyó que conseguiría una nueva jefatura a través de la elección primaria, pero sólo consiguió una candidata, no una jefa que contenga al conjunto.

El peronismo, aunque con el empuje de Massa y el sostén discreto de la señora de Kirchner ordenó mejor la propia tropa, necesita, en rigor, más que un orden circunstancial una nueva renovación, como la de los años 80 pero más profunda y adaptada a estos tiempos y realidades.

Con todo, el proceso de reconfiguración del sistema político se produce dentro de las fronteras institucionales y regido por el sistema normativo del Estado argentino.

Debates, estrépito y silencio

Pese a la persistencia de los vicios del ciclo que sobrevive y a lo que insinuaron las cifras de abstención electoral en las PASO, la posibilidad de influir en un cambio de la situación parece contrarrestar el presunto desapego ciudadano señalado por muchos observadores.

El rating que alcanzó el primer debate entre candidatos presidenciales (que superó al que consigue la selección de fútbol en partidos decisivos) es una fuerte señal de interés. No es la única: en la mayoría de los estudios demoscópicos sobre el comicio el casillero “no sabe/no contesta” muestra números muy bajos, que parecen desmentir la idea de que muchísimas personas piensan en los candidatos y en las opciones disponibles sólo a último momento. La elección de octubre es tema de conversación.

El primer debate, el último domingo en Santiago del Estero, fue menos picante que lo que suponía la mayoría del periodismo. Los tres candidatos con mayores probabilidades de ganar la elección fueron muy medidos y cautelosos.

Milei actuó con mesura, tratando de desmentir los rumores que le asignan un temperamento incontenible.

Para una figura que se ha apalancado en un estilo áspero e irascible ese comportamiento desusado evidenció un cambio de estrategia que puede haber decepcionado a algunos de sus fans, pero esa noche él buscaba llegar a un sector de votantes potenciales más moderados que los que le aplauden sus conciertos de motosierra.

Como era vaticinable Milei enfocó su artillería en Sergio Massa. Los libertarios disputan a Juntos por el Cambio el lugar central de la pelea contra el gobierno: unos y otros tratan de quedarse con el mismo papel. Massa, por su parte, pugna con Bullrich por la entrada al balotaje.

Que Massa y Milei converjan en desplazar y deprimir la fórmula de Juntos por el Cambio no es el producto de algún pacto inconfesable (“un acomodo”, dijo Bullrich) sino una coincidencia objetiva: cada uno de ellos está convencido de que el otro es el rival más conveniente en la segunda vuelta. Milei cree que enfrentar mano a mano a Massa le permitirá capitalizar el voto liberal de Juntos por el Cambio. Seguramente esta noche repetirá esa jugada.

Massa, de su lado, viene desplegando una estrategia centrada en la idea de los acuerdos y la unión nacional. Ya había declarado en Salta una semana antes que, de llegar a la presidencia, convocaría a su gabinete a hombres del radicalismo y también del Pro. En el debate agregó que podría asimismo invitar a algún libertario.

Algunas variables económicas significativas pueden ser flancos vulnerables de Massa, pero en el debate no sufrió ataques de envergadura. Tampoco se vio afectado durante el debate por las noticias que mostraban a Martín Insaurralde gozando de la buena vida en un yate cerca de Marbella. Ni Milei ni, más notablemente, Patricia Bullrich se encarnizaron con ese tema.

Los amigos periodísticos de la candidata de Juntos se enojaron ante esa omisión que equivalía, para ellos, a desperdiciar una bala de plata que había sido oportunamente provista por el destino justito en vísperas del debate.

Ella consideró que su performance había sido muy buena, aunque adujo que había afrontado el debate después de un fuerte estado gripal. Ayer, Claudio Escribano, le diagnosticó una “tropezosa fluidez retórica”.

Lo que inquieta a sus seguidores e influencers es, probablemente, que Bullrich no aprovechó en Santiago del Estero la chance que el debate le ofrecía para superar el tercer puesto que consiguió en las PASO y que parece confirmarle hasta aquí la mayoría de los estudios de opinión pública. Uno de esos análisis –producido por la

Universidad San Andrés- aventura que Bullrich triunfaría en segunda vuelta si enfrentara a Javier Milei. Buena noticia, pero también un premio consuelo porque el mismo estudio devela que ella no llegaría al balotaje, es decir: podría triunfar en una competencia en la que, hasta el día de hoy, no conseguiría participar.

Los estrategas de Bullrich ajustan las clavijas para que la candidata reaccione con una atropellada el domingo próximo. Además, encienden velas y se esfuerzan con todo tipo de recursos (sin excluir sortilegios y agorerías) para que las repercusiones del caso Insaurralde no decaigan y para que afecten significativamente a Sergio Massa y a Axel Kicillof. Se argumenta que un cisne negro puede modificar radicalmente los augurios actuales de las encuestas.

Si solo aparecen espontáneamente cisnes blancos, siempre se puede teñir alguno de negro. La realidad puede descubrirse o construirse.

Debate y cambio de ciclo

A través del estrépito y la furia, la reconfiguración del sistema político se despliega. Kicillof reaccionó sin vacilaciones para cauterizar la herida provocada por la conducta de Insaurralde: no sólo le aceptó la renuncia como jefe de gabinete, sino que propuso la eliminación de ese cargo del organigrama bonaerense. Un golpe político y una reacción institucional.

En la misma sintonía, el radicalismo bonaerense propuso pasar a un sistema legislativo unicameral. Massa, por su parte, reclamó y obtuvo la inmediata renuncia de Insaurralde a su candidatura a concejal de Lomas de Zamora.

Massa y Kicillof van ejercitando su creciente autonomía a cielo abierto. Al anunciar que nombraría ministros de otras fuerzas (no sólo radicales, sino también del Pro y libertarios), Massa desafía rigideces de las dos últimas décadas.

Kicillof, por su parte, se prepara para ser parte importante de la reconfiguración.. En los últimos tiempos se dio por sentado que un triunfo suyo en la provincia de Buenos Aires sería el pasaporte para un repliegue y refugio del kirchnerismo en ese distrito.

El pronóstico debería ir más allá de la superficie. Si Kicillof triunfa en el marco de una derrota oficialista –digamos: con Milei victorioso en el balotaje y futuro presidente- el kirchnerismo que solicitaría refugio en La Plata sería uno aún más machucado que el actual, uno que habría perdido las grandes cajas nacionales que hoy maneja y, en la provincia, el sector que intentó sin éxito empujar al gobernador a una candidatura presidencial que él resistía,

quiso nombrarle un vicegobernador ajeno a su voluntad y finalmente le impuso como controlador un jefe de gabinete llamado Martín Insaurralde.

Kicillof, entretanto, sería el gobernador peronista de la provincia más poblada y de mayor producción, en condiciones de liderar o influir fuertemente en una liga de gobernadores peronistas (que, ya sea con un peronismo derrotado o con una victoria de Sergio Massa en las presidenciales) se convertiría en dispositivo importantísimo de un sistema político reconfigurado.

Es lógico que Kicillof esté ya pensando una nueva canción, apropiada a la nueva circunstancia. Él también vislumbra un cambio de ciclo.

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