Un grupo de madres decidió enfrentar a los dictadores y a cualquier fuerza que intentara apartarlas de la búsqueda de sus hijos detenidos desaparecidos.
por Liliana Valle
Del grupo de 14 mujeres que comenzó a escribir la historia de las Madres de Plaza de Mayo el 30 de abril de 1977, solo dos siguen de pie: Mirta Acuña de Baravalle, quien carga con la doble tragedia de tener a su hija Ana María desaparecida y su nieto nacido en cautiverio; y Haydeé Gastelu de García Buela, madre de Horacio, cuyos restos fueron identificados por el Equipo Argentino de Antropología Forense en 2001.
Libros, documentales, actos, series, homenajes y organizaciones que en todo el mundo se formaron con su sello, se multiplican cada año en reconocimiento a la valentía y tenacidad del grupo de madres que hace 40 años decidieron enfrentar a los dictadores y a cualquier fuerza que intentara apartarlas de la búsqueda de sus hijos detenidos desaparecidos, envueltas en la enorme dignidad que transmiten las personas comunes.
Empujadas por Azucena Villaflor de De Vincenti, las mujeres decidieron unirse en el dolor y llegar hasta la Casa de Gobierno para preguntarle a uno de los dueños de la vida y la muerte de los argentinos, Jorge Rafael Videla, dónde estaban sus hijos secuestrados, después del inútil peregrinar por ministerios, iglesias, comisarías y juzgados.
Cuando nada estaba permitido, Azucena, Berta Braverman, Haydée García Buela, María Adela Gard de Antokoletz, Julia Gard, María Mercedes Gard y Cándida Gard, Delicia de Miranda, Pepa García de Noia, Mirta de Baravalle, Kety Neuhaus, Raquel Arcushin, Elida de Caimi, una joven que no dio su nombre, María Ponce de Bianco y Rosa Contreras, se encontraron aquel sábado sin saber que no serían recibidas por el represor, pero que, paralelamente, que serían protagonistas de un fenómeno inédito en la historia contemporánea.
Si bien ese fue el momento fundacional en el que sembraron el espíritu colectivo de su lucha, hacía más de dos años que padecían en soledad el despojo de sus hijos, cuando el terrorismo de Estado comenzaba a perseguir a científicos, sindicalistas, artistas, estudiantes y a utilizar los métodos más cruentos para eliminarlos.
Y sufrieron en carne propia las consecuencias de su tenacidad, sin que nada más les importe que saber la verdad, quedando en el camino Madres y Abuelas, unas porque el terrorismo de Estado las alcanzó también a ellas y otras por el inexorable paso del tiempo.
Bianco y Esther Ballestrino de Careaga, fueron secuestradas de la iglesia de la Santa Cruz el 8 de diciembre de 1977 por un grupo de tareas de la Armada integrado por el represor Alfredo Astiz que se infiltró entre las Madres.
Dos días después, al conmemorarse el Día Internacional de los Derechos Humanos, De Vincenti fue secuestrada a pasos de su casa en la localidad de Avellaneda, cuando las Madres habían logrado que el diario La Nación publicara una solicitada con el nombre de sus hijos secuestrados.
Sin embargo, todas ellas volvieron de las aguas y de las sombras, sufrieron el secuestro, las torturas, los “vuelos de la muerte” y los entierros como NN hasta que el Equipo Argentino de Antropología Forense reveló en 2005 su identidad.
A 40 años de aquel día en que dijeron ‘basta’ en la iglesia Stella Maris, donde se reunían con monseñor Emilio Graselli esperando recibir información que más bien era utilizada para los represores, las mujeres atravesaron bastones, persecución, desprecio, secuestros y desapariciones, y aún hoy cada uno de los 2.037 jueves que llevan marchando, dicen presente con sus pañuelos blancos y su anciano andar.
Télam.