La escritora colombiana Angela Becerra obtuvo el Premio Lara 2019 por “Algún día, hoy“, una novela que presenta por estos días en Buenos Aires y que está centrada en la historia de una joven hilandera de 23 años que en la década del 20 lideró la primera huelga femenina en una fabrica textil de Colombia, territorio donde las desigualdades de género se propagaban en todas las clases sociales.
Muy lejos de las reivindicaciones que hoy están en el centro de la agenda social, el episodio fundante de la nueva novela de Becerra fue también un hito en la historia del movimiento feminista: cansadas de la precarización y los abusos de todo tipo, medio centenar de mujeres se plantaron en una fábrica textil próxima a la ciudad de Medellín y sin obtener ningún tipo de solidaridad de sus compañeros varones sostuvieron una huelga de 24 días que les permitió alcanzar mejoras en la condiciones de trabajo, como la reducción de la jornada laboral a nueve horas y media.
La heroína máxima de esa cruzada colectiva fue Betsabé Espinal, una joven hilandera cuya vida recrea la escritora colombiana en “Algún día, hoy”, a través de un relato que aprovecha los agujeros negros de la historia para incorporar elementos ficcionales que suman otras subtramas a la narración.
En la novela, la ex publicista y autora de obras como “De los amores negados”, “El penúltimo sueño” y “Lo que le falta al tiempo” recrea la extrema marginalidad en la que crece Betsabé y tensa los nudos narrativos con la aparición de Capitolina, su amiga inseparable, nacida a diferencia de ella en un hogar de clase alta pero con el mismo grado de orfandad y segregación que la obrera textil.
– ¿El contexto actual enriquece la lectura de su novela?
– No lo hice con esa intención, porque empecé a escribir la novela en 2013 cuando todavía no eran tan fuertes esas cuestiones. La novela retrata un mundo bien actual: Betsabé, la protagonista, podría ser una chica que sufre de acoso sexual en la empresa donde está trabajando. Lo increíble es que ya en esa época se percibía el maltrato hacia la mujer. Durante siglos había estado naturalizada la sumisión de la mujer, algo incluso valorado y promovido por la Iglesia. La novela, además de ser una reinvidicación a los derechos de la mujer y un homenaje a quienes llevaron adelante esas luchas, es también una denuncia social sobre las diferencias tan marcadas no solo entre sexos sino también entre clases: las ricas se vestían con colores claros, que era una manera de mostrar que ellas no se ensuciaban y se dedicaban a tareas no rudas, mientras que las pobres vestían de negro para que no se notara la suciedad de los trabajos duros que debían realizar. A medida que iba investigando para el libro me di cuenta de que había mucho más que contar además de la huelga que convierte en heroína a Betsabé y que la va a sacar de ese anonimato en el que la historia la deja por culpa de los mismos patrones de la fábrica, porque son ellos los que tienen el poder político, económico y están aliados con la Iglesia, que era la que manejaba los patronatos que les proveían las obreras.
– A través del contrapunto social entre Betsabé y Capitolina se muestra la complejidad del patriarcado: el desprecio que sufre de hecho esta última por parte de sus hermanas por no ajustarse a los patrones de sumisión…
– Betsabé cuando nace ya padece ese desprecio de parte su madre que no la quiere justamente por ser mujer. Es parte de una genealogía de bastardas: su madre y su bisabuela no han sido reconocidas tampoco por su padre. Y acaso por no querer que su hija repita lo que ella ha vivido, prefiere que sea hombre. A pesar de que proceden de clases sociales diferentes, las dos mujeres están igualadas. A Capitolina, que nace en un hogar de mucho dinero, tampoco la quiere la familia. Ambas viven en estado de orfandad y son repudiadas cuando nacen por su condición femenina, una situación común que va a sellar la complicidad entre ellas. La situación en Latinoamérica ha cambiado mucho desde aquellos tiempos y ahora muchas zonas del continente están despiertas con el feminismo. El caso de la Argentina es emblemático con todas las manifestaciones que han tenido lugar en los últimos tiempos para promover la legalización del aborto. Estamos en un momento histórico del feminismo que no tiene marcha atrás. La revolución feminista está en marcha y no tiene vuelta atrás.
– ¿Cómo dialoga la novela con algunas tradiciones de la narrativa colombiana como el realismo mágico o el melodrama?
– Podría decir que esas corrientes aparecen entrelazadas pero en forma muy sutil. Para mí es importante no solo contar una historia sino también captar una atmósfera. Quiero recuperar la capacidad de asombro que se ha ido perdiendo por la tecnología, que cuando se abre mi libro el lector pueda olvidarse del teléfono y pueda percibir el aroma del musgo, ver el movimiento de una serpiente. A mí eso me sigue pasando: voy por la calle y veo cosas que la mayoría de la gente no mira, por ejemplo una pequeña flor creciendo entre dos bloques de cemento.