Cultura

Andrés Neuman: “Todo país tiene fascinación y negación con sus agujeros negros”

El escritor hispano-argentino indaga con su libro "Fractura" en el complejo vínculo entre los seres humanos y las fisuras. "Donde hay cicatriz, hay preguntas", afirma,

por Isabel Reviejo

GUADALAJARA, México.- ¿Se podría aplicar el concepto del “kintsugi” a las personas y a los lugares? Andrés Neuman indaga con su libro “Fractura” en el complejo vínculo entre los seres humanos y las fisuras, y defiende que “todo país tiene una mezcla de fascinación y negación con sus agujeros negros”.

“Donde hay cicatriz, hay preguntas, y quizá por eso me fascinan los objetos rotos desde niño”, asevera el escritor hispano-argentino en una entrevista con EFE durante la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara.

Y por eso, también, le atrae tanto el “kintsugi“, una técnica de origen japonés que consiste en reparar objetos que se han roto pero no disimulando las grietas, sino realzándolas con oro, lo que hace que esa pieza pase a valer más en el mercado que cuando estaba intacta.

Este arte, “completamente en dirección opuesta a la lógica del capital, del consumo y del Photoshop”, queda en el centro de la novela de Neuman, quien se preguntaba si la filosofía de dicha técnica se podría llevar a quienes “en algún momento se rompieron, física o emocionalmente”.

“La novela hace un rastreo de objetos, espacios y personas rotas, y se pregunta si es posible repararlas y de qué manera, y cómo nos relacionamos con esas fracturas que toda vida o comunidad tiene”, argumenta.

“Fractura” es la historia del señor Watanabe, un hombre que sobrevivió a la bomba de Hiroshima y que, décadas después, vive el terremoto que sacudió Japón en 2011 y que llevó al accidente nuclear de Fukushima.

El relato de la vida de Watanabe se narra a través de los testimonios de cuatro mujeres que lo conocieron en diferentes momentos de su vida, a lo largo de sus estancias en París, Nueva York, Buenos Aires y Madrid.

Los cuatro países a los que corresponden estas ciudades, además de Japón, han vivido en su último siglo duros episodios que hacen que el tema de la memoria siga siendo una cuestión latente.

“Creo que todo país tiene un conflicto y una discusión respecto a sus memorias difíciles. En todos los que he vivido sucede lo mismo, y eso es lo que me interesaba”, afirma.

Menciona que, por ejemplo, Estados Unidos “hasta el día de hoy se siente incómoda por cómo narrar las bombas atómicas”; Francia “tiene una relación muy neurótica con su participación en el Tercer Reich”; y en España se discute qué hacer con los restos del dictador Francisco Franco.

Al respecto, Neuman defiende que “lo que no se termina de narrar en toda su complejidad, en realidad no se cierra nunca”.

“Es como si para mirar adelante hiciera falta mirar atrás con complejidad”, agrega.

En uno de los capítulos, el libro apunta que el señor Watanabe pertenece a la última generación que vivió Hiroshima, y que dentro de poco, no quedarán supervivientes sobre la faz de la Tierra.

Al autor le causa “angustia” que “desaparezcan los testigos sin haber contado su historia”, así como ese “primer momento de olvido” que se da cuando ya no hay nadie para narrar los acontecimientos históricos en primera persona.

Sin embargo, asevera, “la memoria no es lineal”: “Suele ocurrir que los nietos de esas personas empiezan a necesitar narrar su propia memoria heredada, y se inicia otro turno de los recuerdos”.

“Y no solo hay una inquietud política, hay una necesidad de completar la historia familiar”, continúa el escritor.

En el juego de narrativas establecido alrededor del protagonista también plantea la pregunta de cómo gestionar las cicatrices y cómo compartirlas con los otros.

“Es decir, ¿qué hacemos con los secretos incómodos cuando iniciamos una nueva relación o amistad? ¿Lo ocultamos para hacer borrón y cuenta nueva? ¿o lo compartimos desde el principio para que el punto de partida sea el conocimiento real?”, indica.

Neuman descarta ofrecer al lector una “respuesta única”, pero sí considera que, de fondo de todo eso, está el “kintsugi”, que “nos recuerda que haber sobrevivido a algo en realidad debería ser motivo de celebración, de orgullo”.

“Quizá la literatura, o el arte, sirva para eso, para darle forma a esa fiesta de lo que sobrevive”, aventura el autor, quien confiesa que su deseo secreto es que un día, al abrir un diccionario por la letra “k”, descubriera que alguien ha introducido, sin que nadie se diera cuenta, la palabra “kintsugi”.

EFE.

Te puede interesar

Cargando...
Cargando...
Cargando...