De la guitarra clásica e instrumental a la mugre del tango y de los géneros populares: Luna tiene una carrera consolidada en Europa, donde cada año asiste a diversos festivales. Su amistad con Juan Falú y la exigencia de desafiar al público.
Algo de dualidad se cierne sobre su historia musical. Cierta impureza, cierta orilla que recibe dos aguas: lo formal, lo clásico, la composición y los arreglos, el maestro consejero y el conservatorio. Pero también la calle y el músico callejero, el ganarse la atención de los paseantes a fuerza de simpatía, los viajes a Europa, los festivales, los géneros populares y su voz que se atreve en algún coro. Esto y lo otro, el guitarrista Agustín Luna no se cierra. Es todo eso.
Ya con una carrera internacional consolidada, Luna mira para atrás. “Acá empieza un camino para vos”, le dijo el músico Juan Falú cuando escuchó el primer arreglo que hizo. Fue el de la milonga La trampera. “Yo estaba como contrariado, no sabía cómo avanzar con la vida musical y le dije ‘Mirá hice este arreglo de esta milonga’. El arreglo está lleno de detalles, de contrapuntos, de voces. Y es mi primer arreglo de guitarra. Lo escuchó y le encantó”, contó Luna a LA CAPITAL.
“Hay una división entre los artistas, está el que le gusta agradar y el que le gusta desagradar, desagradar entre comillas porque es como desafiar, tal vez esa es la palabra. A mí me gusta que sea agradable”
Actualmente vive en San Telmo.
Empezaba con La trampera un camino para afianzar un lenguaje musical propio, que se ve en los arreglos que realiza de grandes composiciones o bien en la música que es de su autoría. Y empezaba también una amistad con el gran Falú.
“Fui a su casa cuando era chico a buscar consejos y se armó una relación de padrinazgo artístico y de amistad poco a poco, tocamos y grabamos juntos”, dijo.
Tenía 16 años la primera vez que lo visitó. Su profesor de entonces en Mar del Plata, Marcelo Iglesias, le recomendó que lo llame. “Falú no me dio formalmente clases, pero fue como un consejero, cada tanto iba, hablaba y tocaba la guitarra y pensaba la música. Le preguntaba qué le parece tal cosa, tal otra”, recordó.
El eximio guitarrista no ahorró elogios para Luna: dice que tiene “un desarrollo propio de sonoridades”, “un manejo polifónico de la guitarra” y que “Agustín es virtuosismo, sensibilidad y emoción”. “Me llenan de emoción y de entusiasmo para seguir“, respondió sobre los halagos de su maestro-consejero.
Mirá un video de Agustín Luna acá:
En su repertorio conviven interpretaciones de Libertango o Adiós Nonino, de Astor Piazzolla, con piezas del folklore, milongas y tango. Es ese mismo repertorio que Luna lleva a escenarios de Europa: todos los años suele ser invitado en festivales en Francia, Alemania, Italia, Austria, Suiza, Serbia Montenegro y otros. No olvida Mar del Plata, la ciudad en la que se crió y empezó su formación musical. También se presenta en Buenos Aires, donde vive desde hace un tiempo en el bohemio barrio de San Telmo. Y en La Plata, donde nació y egresó de Bellas Artes.
Mientras se refrescaba en la playa marplatense durante una tórrida tarde de verano, el músico de 42 años contó cómo consolidó su manera de entender la guitarra y cómo pulió su estilo. “Cuando me escuchan me dicen que parece que hubiera dos guitarras sonando a la vez, eso es muy significativo porque es la traducción que encuentra alguien que no conoce los elementos técnicos de la música para decir que pude meter todo en una guitarra”, comentó.
Su identidad también se asienta en la manera de tocar. “Tengo una influencia de la guitarra clásica –agregó-, en el toque, en el tocar con dedos en vez de con púas y con una técnica que busca calidad en el sonido y en los detalles, que los guitarristas clásicos le dan más bola, pero aplicada a una música de tango, con la tierra, con la mugre del tango y de la música popular”.
-¿Cómo notás que se recibe tu música en el exterior?
-La recepción es muy buena porque me parece que es una música que es agradable al oído del que conoce como del que no conoce, tanto del que ya escucho miles de discos de Piazzolla y de tango como para el que nunca escuchó nada y se la encuentra por primera vez. Hay una división a veces entre los artistas, está el que le gusta agradar y el que le gusta desagradar, desagradar entre comillas porque es como desafiar, tal vez esa es la palabra. A mí me gusta que sea agradable. Por ahí hay una pequeña diferencia, acá (en Argentina) hay algunas piezas que no las toco tanto, ya he tocado muchísimas veces Libertango y acá prefiero tocar algún tema mío. Y allá (en Europa) Libertango sigue siendo una buena carta de presentación, porque a Piazzolla lo conocen y lo estudian en los conservatorios. Es una puerta de entrada de la argentinidad.
-¿Es una regla general esto de agradar y no desafiar al público en los recitales?
-Sí, tal vez sea algo medio negativo, porque en algún punto hay algo de estar en un lugar cómodo. Tal vez en algún un lugar me propongo desafiar un poquito, eso lo tengo que hacer como una especie de desafío personal, no me sale naturalmente por reflejo, me cuesta un poquito más. Digo, “bueno, voy a tocar este tema que es mío, que es oscuro y que puede no gustar pero lo voy a bancar”. Eso me está pasando ahora: encontrar momentos en el espectáculo donde pueda tocar un tema oscuro, lento, exigente para escuchar, pero lo voy a tocar igual.
-¿Esta manera de entender un concierto, desde el agrado, tiene correlación con la vida, con tu personalidad?
-Sí, totalmente, tiene que ver absolutamente con la personalidad. Creo que es algo que estoy hablando por primera vez.
-¿Qué te dejó tocar en la calle, qué aprendizaje?
-Toqué en la feria de San Telmo todos los domingos durante diez años. Me iba a las nueve de la mañana con los equipos, como un puesto más. Mi último disco se llama “A San Telmo” que es el barrio en el que vivo y junté a músicos que pasaron por ahí y tocaron conmigo. Se mezcla la vida de musico callejero con la de músico profesional, eso también tiene su mística. Y la calle me enseñó mucho de comunicación, porque en la calle lo que me pasaba era que la gente no iba a escucharme, sino que estaba ahí comprando cosas, paseando, conociendo San Telmo, sacando fotos. Entonces dependía de la magia del momento que se coparan con una música o no. Había un arte de la comunicación, una rítmica del espectáculo, de tocar la guitarra, pero también de comunicar. Y hoy cuando toco en un espectáculo creo que algo de eso está, decir algo y que no sea cargoso.
-¿Es una suerte de seducción?
-Sí, con algo de información, con algo que por ahí es irónico o humorístico o una pavada, como entretenimiento, en el medio de una cosa que es medio solemne, porque con la guitarra instrumental están todos calladitos, escuchado, pero que aparezca algo humorístico y que salga en el momento me gusta, como para descontracturar.