Este 25 de septiembre, se cumplieron 52 años del fallecimiento de la poeta maldita argentina. La vida de la autora de "Árbol de Diana" en estrecha relación con la poesía.
Por Evelyn Marzoa
Es un domingo lúgubre y solitario, como todos los domingos de su corta vida, en realidad, todos los días lo son, pero el séptimo día de la semana se acentúa aún más.
Es un domingo situado en los años 50, y ella siente vergüenza, propia y ajena ante su soledad, nadie la pasa a buscar, nadie la invita al cine o a beber un refresco al bar, pasa los sábados y domingos sola en su habitación. Sus padres piensan que debería ser un poco más como su hermana, la que es delgada, no tiene acné ni tartamudea al hablar, la de rostro angelado, que quiere ser una señorita de casa, recatada y discreta, educada y femenina, pero no. Ella es Alejandra, más conocida en su entorno como “Buma” o “Flora”, la joven mal hablada de su colegio a la cual las madres de sus compañeras detestan, que fuma a escondidas en el baño mientras se ahoga debido al asma, usa el cabello corto y lleva un sweater de hombre, de apariencia desaliñada.
Ella está esperando ahora a que sus padres hagan su salida habitual de dos a seis de la tarde para tener la casa sola e invertir su tiempo en abstraerse de la realidad y soñar con que es una cantante famosa. Mientras canta con voz baja y desafinada chansons francesas o blues de Johnny Ray o Frakie Laine, se escuchan pasos y ruidos de muebles, quizás ella esté bailando también, la audiencia aplaude eufórica desde el imaginario de la joven y desde el departamento de Avellaneda, en donde vive la familia de inmigrantes ucranianos-judíos llamados Pizarnik.
La joven tiene en su habitación una biblioteca que crece día a día, con los poetas malditos franceses, como Rimbaud, Artaud y Mallarmé, también está Proust y James Joyce, entre muchos otros libros de poesía, novelas y existencialismo. Además de libros, discos y colillas de cigarrillo, las paredes de su cuarto están todas escritas y con fotografías pegadas de John Wayne, Gregory Peck y un poster de Gèrard Philipe, su amor platónico. Allí suele juntarse cada tanto con algún que otro amigo a beber whiskey y hablar durante horas sobre su sueño de viajar a París.
En este momento de la adolescencia, Alejandra se percibe dividida de sí misma. Es a la vez una joven insegura, tímida y callada como un pichón temeroso y la chica brava del colegio, suelta y confrontadora, que bromea con un sentido del humor picante y sin cuidado de las palabrotas. Siempre un extremo o el otro, estas múltiples caras de la poeta podrá versos en su obra, al desdoblarse en versos donde aparece el yo y la otra, como “partió de mí un barco llevándome” o “esta recóndita humorada de vivir te arrastra Alejandra, no lo niegues, hoy te miraste en el espejo y te fuiste triste”.
Alejandra padece depresión y ansiedad, por tal motivo y por varias experiencias negativas, tiene una personalidad pesimista. Se siente una mujer fea y está muy molesta con su cuerpo, se mata de hambre para bajar de peso y hasta se vuelve adicta a las anfetaminas. La tartamudez, el asma y la piel destruida por el acné no ayudan mucho a la joven a elevar su autoestima, tampoco que la hermana sea el ejemplo de mujer perfecta, algo que tanto remarcan sus padres.
Tampoco es que ella haga mucho por su apariencia, tiene un look que se podría describir como “despreocupado”, jamás usa maquillaje y su vestimenta es llamativamente desaliñada: usa una pollera tableada escocesa, polera verde y mocasines marrones con medias tres cuarto amarillas o rojas.
Pero a medida que crece, se convirtie en un personaje llamativo. Su manera de expresarse es poética y su voz es como la de una actriz de cine, elocuente y pasional, muy ronca, con un acento que se mezcla con su tartamudez, lo que genera la sensación de una voz extranjera.
Al terminar la secundaria, su vocación poética la lleva a matricularse en Filosofía y Letras en la Universidad de Buenos Aires, en la Escuela de Periodismo, hasta llega a cubrir como reportera el Festival de Cine en Mar del Plata en el año 1955. Pero después abandona los estudios para priorizar su escritura, al igual que a lo largo de su vida tiene algunos trabajos temporales que llega a odiar porque le quitan el tiempo para lo que ella realmente quiere hacer: escribir.
“Rompe otro poco de mi corazón ahora, cariño, yeah, yeah, yeah”. ¿Cuántas veces habrá cantado Alejandra esta estrofa de Piece Of My Heart de Janis Joplin? Ella ama a la cantante de blues e incluso escribe un poema titulado “Para Janis Joplin” en donde cita “A cantar dulce y a morirse luego”. No es para sorprenderse que Alejandra se sintiera identificada con mujeres rotas y abandonadas, mucho menos luego de ser rechazada por su profesor de Literatura Moderna, Juan Jacobo Bajarlia, una de las primeras personas a las que Alejandra se atreve a mostrarle sus poemas y a corregir sus textos con su ayuda.
Se cuenta, incluso, que una noche Alejandra, luego de una fuerte discusión con su madre, arma una valija con sus pertenencias y se va de su casa para pedirle casamiento al profesor Bajarlia, algo que fue visto como un arrebato de locura.
Alejandra no tuvo suerte en el amor, en sus romances tanto con hombres como con mujeres. Al final del día, solo estaba enamorada de su poesía, un lugar seguro donde siempre ser, volcar todo su llanto y veneno y esta jamás la dejaría.
Su poesía, hermanada con la muerte desde su inicio, íntima, surrealista, breve y al hueso, fue lo que la convirtió en una figura de culto de las letras hispanas y en una autora fundamental en la literatura argentina.
Entre los amores y desamores, el alcohol y el cigarrillo, la música y las pastillas, Alejandra se consumó como una verdadera poeta maldita y se fue de esta tierra a los 36 años con su último escrito, “No quiero ir nada más que hasta el fondo”, el 25 de septiembre de 1972 luego de haber tenido otros dos intentos de suicidio.
En una entrevista, Cristina Piña, autora de siete libros sobre Pizarnik y especialista en su poesía, brindó los siguientes datos acerca del final de Alejandra: “No hay un hecho concreto que se pueda decir que fue el motivo desencadenante de su muerte. En ese tiempo se puede leer en los diarios que ella ya estaba muy mal y su pareja del momento, Marta Moira, se va a Estados Unidos, quizás se lo pueda relacionar con la desesperación de Alejandra que va a llevarla a la muerte”.
Alejandra Pizarnik supo traspasar la barrera carnal del mundo poético y tocar la eternidad de las palabras, siempre deseó llevar la poesía más allá y ser una misma con ella, “haciendo el cuerpo del poema con mi cuerpo”, como dice uno de sus versos. Al fin y al cabo, murió de poesía y logró, en sus palabras, “embellecer un poco la suciedad de este mundo”.