En "La vida descalzo", el escritor, crítico y periodista entremezcla recuerdos, fotografías y reflexiones para escribir un verdadero manifiesto sobre la playa.
El mito del origen del lector, las complejidades del goce y “la privación como una ética afirmativa” son tópicos que retoma Alan Pauls para repasar “La vida descalzo“, ensayo publicado en el marco de la reedición de una serie de títulos suyos, donde la playa se vuelve una excusa, escenario maníaco donde machacar sus propias obsesiones.
Publicado por Random House -“El pasado” es otro de los títulos rescatados por ese sello-, “La vida descalzo” reflexiona sobre la playa y sus posibles significados: sociales, culturales, éticos, naturales y estéticos.
Pauls (Buenos Aires, 1959) piensa ese espacio geogràfico como una pantalla en blanco, un lugar habitable por el escritor, pero antes, por el lector que ese escritor es, un lugar evocador y a la vez invisible porque “la playa murmura y habla, solo que en ella fondo y figura, soporte y trazo, parecen indistinguibles”, escribe.
“Al final de ‘La vida descalzo’, que es el comienzo de ‘Trance’ -otro de sus últimos títulos, publicado por Ampersand-, nace un lector, cuando el niño cae enfermo en medio de las vacaciones y se queda sin lo que más creía querer: arena y mar. Es la privación lo que hace nacer al lector. De ahí una ética afirmativa de la invalidez. No poder hacer algo puede ser la condición de hacer algo nuevo, que no estaba en los planes”, señala el escritor en diálogo con Télam .
– La cuestión del goce parece una de las potencias que guían el ensayo, más allá del goce simple y luminoso de la infancia, hay un goce tortuoso, otras veces sacrificial, el único momento en el que es incuestionable es cuando el narrador habla de la lectura.
– No creo que haya goces simples. El goce siempre está en relación con una ley, un límite, incluso una coacción -que acepta o finge aceptar o con los que se mide o que pervierte dándolos vuelta como a una media. La privación es uno de esos límites. Pero en “La vida descalzo” se trata más bien de voluptuosidad, un tipo de efusión sensual anacrónico, un poco decadente, que puede alcanzar intensidades considerables pero implica menos riesgos que los goces más modestos.
– El libro desentrama la playa épica de las batallas y la playa virgen o más bien desnuda, donde los colonos liberados la reclaman como propia. ¿Qué significado cree que tiene la playa vedada de los migrantes contemporáneos?
– Me acuerdo del impacto que me produjo ver cañones enterrados apuntando al mar en la playa de La Habana. Una imagen insólita para el turista despreocupado que yo era, pero perfectamente lógica para una ciudad y una isla que vivían pensando en que podían ser atacados por todas partes. La playa es una zona liminar, una frontera, y por lo tanto teatro de exilios y de invasiones. De ahí la inquietud que uno siente cuando pone un poco entre paréntesis el uso hedonista y mira el mar a lo lejos y piensa en todo lo que puede estar viniendo desde esa inmensidad.
– Alude también al mito del escritor que nunca descansa, que siempre está leyendo, tomando notas, pendiente del material que puede encontrar o recopilar para su trabajo
– Si trabajar es escribir, llenar páginas. Porque lo que hago, lo que siempre hice, y en la playa como en ninguna otra parte, es leer -que, como sabemos, es el otro lado de escribir. En la playa me vuelvo un lector voraz, maníaco: un verdadero récordman. Quemo páginas como los maratonistas metros.
Por lo demás, siempre me pareció que la arena era un elemento altamente antiproductivo, casi un sabotaje para cualquier veleidad de producción. ¿No es acaso lo que arruina todos los mecanismos de los que depende la producción contemporánea, empezando por teléfonos y computadoras?
– Este es un libro de verano, un ensayo para recordar la playa, una crónica posible dentro de ese ensayo, un repaso autobiográfico, la conexión con la infancia, el reconocimiento al padre… ¿Qué es este libro para usted, en retrospectiva?
– Ensayo: una tercera vía entre el Saber y la Narración, la reflexión y el relato, la lectura y la ficción. Un lugar donde ideas y escritura nacen juntas y se despliegan al mismo tiempo. En el ensayo se piensa al mismo tiempo que se escribe. Por eso la primera reacción, después de aceptar un encargo de ensayo (ese es otro rasgo del género, al menos para mí: el ensayo es siempre lo que te pide otr@, y por eso es un gran revelador de grandes editores: Luis Chitarroni, Edgardo Russo, ahora Graciela Batticuore) es la perplejidad o la impotencia: ¿qué tengo que decir yo de la playa, de la lectura? Nada, efectivamente: en todo caso, nada que se pueda decir antes de escribirlo. Pero después, al correr de la pluma, todo. El ensayo es un condensado máximo de escritura. El material autobiográfico es apenas un material más, y expuesto al ensayo cae en la misma lógica. “No, no recuerdo nada de mí o de mi infancia o de mi vida -hasta que me pongo a escribirlo”. Y ahí lo que aparece siempre es equívoco, oscilante, histérico -consciente de que puede que exista como recuerdo solo porque es recordado por el escribir. Autobiografía y humor para mí van juntos: nadie que pretenda asomarse a lo que fue o es o está siendo puede no lanzar una carcajada.