La fe de las palabras
Por Dante Rafael Galdona
Twitter: @DanteGaldona
François Mauriac es uno de esos raros escritores que dieron una vuelta de tuerca a la pesada literatura lavacerebros de las religiones. Antes que religioso fue escritor y con es premisa evitó el lugar común de los textos religiosos. Los temas que le preocupaban como hombre tenían lugar en sus libros y en su fe.
Literatura y religión
Literatura de origen católico hay a montones. Literatura de divulgación religiosa, también, pero no es común entre los célebres y consagrados escritores de ficción de alcance universal que tengan una predilección porque su obra se oriente, casi exclusivamente, a tratar los temas concernientes a la doctrina católica.
Es cierto, los temas del catolicismo, como de toda religión, son los temas de la humanidad en general. Pero hay ciertos escritores cuyo enfoque se traduce en un franco ataque a la doctrina o la política religiosa, hay otros que hacen gala de su fe por fuera de cualquier impronta institucional y hay quienes, como Mauriac, que abordan con pluma sagaz y retórica intachable, además de una sincera concepción y convicción ética personal, los temas propios del catolicismo y llevan al lector por el camino del goce espiritual de leer buena literatura de concepción católica fuertemente definida. No importa si el lector profesa otra fe, si profesa el catolicismo pero no tiene como gusto personal la literatura religiosa o si es agnóstico o ateo. François Mauriac sabe ser un buen escritor y no pretende lavar cerebros, dice desde qué lugar escribe y sus temas literarios son los mismos que ocupan su vida, con eso basta. No hay mejor principio para un lector que conocer la sinceridad del autor de un libro que tiene en sus manos. Y la sinceridad, para Mauriac, es el punto central de su vida y su obra.
Porque no como católico empedernido defendió caprichosamente todo lo que la Iglesia mandaba defender, ni opinó lo que la Iglesia obligaba a opinar, ni actuó como la Iglesia impulsaba a actuar. Desobedeció a la Iglesia, pero obedeció a los preceptos que dieron origen a la fe cristiana, el mandato de su mesías, de su dios. Fue defensor de la doctrina cristiana con mente clara, puesta al servicio de esos preceptos y no de la política, ese juego que la Iglesia siempre supo jugar, incluso contradiciendo su propia doctrina, incluso dentro del juego hipócrita que manda hacer lo que se dice y no lo que se hace.
Porque supo estar, Mauriac, siempre ubicado del lado correcto de la vida. Porque aunque equivocado en su fe o no, es digno merecedor del mayor de los respetos. Los intelectuales y los personales.
Aquel respeto intelectual debe ser llevado de la mano de su capacidad de análisis crítico, antidogmático y libre de todas las esferas de la vida, aunque su profunda convicción católica a veces le fuera en contra de esa postura de vida. Es que casi en forma unánime, las religiones apuntan a matar el pensamiento crítico, se basan en dogmas o conceptos que no toleran discrepancias o contrastes, y consideran a la libertad de elección y pensamiento un problema en sus fieles.
Pero Mauriac sorteó esos escollos, se mantuvo en firme convicción religiosa y ocupó el lugar de intelectual crítico de su doctrina y también de la vida política del tiempo que le tocó vivir. Además, y como si fuera poco, expresó su pensamiento a través de la literatura con excelente sentido artístico.
Por lo tanto, François Mauriac merece el mayor de los respetos como escritor de letras claras y como católico de fe sincera.
Burgués y católico
Nació en Burdeos, Francia, en 1885. Hijo de una familia burguesa acomodada y, por supuesto, católica. Su vida transcurrió cómodamente y su educación fue la mejor que una familia de su condición le podía ofrecer, una educación católica proporcionada en un colegio gobernado por padres marianistas. En la universidad de Burdeos se licenció en letras. En la primera guerra mundial fue llamado al frente de combate, del que volvió enfermo y dedicado de lleno a la literatura.
Luchó por todas las causas justas de su tiempo, se mantuvo en la postura que consideró correcta aunque ello le granjeara conflictos de toda índole, sobre todo los religiosos, que le pesaban.
Asumida un postura absolutamente libertaria y pro democrática, estuvo asociado a la resistencia francesa, se proclamó a favor de la república española cuando estalló la guerra civil y fue famosa su postura anti nazi y anti fascista, su postura en contra de todas las formas de colonialismo prendió alarmas en los conservadores, sobre todo cuando llegó el momento de fijar posición en cuanto a la cuestión de Argelia.
Pero no sólo de palabras y frases de apoyo a causas justas se llena su biografía. Tales posturas lo enfrentaron, por ejemplo, con la cúpula de la Iglesia católica, por esos tiempos radicalmente encaramada en ideologías políticas criminales, amiga de poderes oscuros y asesinos, y fuertemente censora de ideales y artes populares y críticos del poder. También fue activo militante de la resistencia y a menudo, ejerciendo como periodista, publicaba sus opiniones en entregas clandestinas y se sometía a duras polémicas con otros intelectuales de la época.
También fue famoso, y raro, su apoyo a De Gaulle. También fue acusado de reprimir una latente homosexualidad. Lo que no se sabe es si se lo acusa de haberla reprimido o directamente de haber sido homosexual, como si tal condición mereciera acusación, contradicciones de la pacatería biográfica barata que buscan en las obras defectos de las vidas de sus autores.
Para ateos y creyentes
En el terreno estrictamente literario, sus incursiones comienzan en la poesía, toman fuerza vital en la narrativa novelística de estructura típica decimonónica y ensaya algunas frustradas obras de teatro. También frecuentó el género ensayístico, el periodismo y la biografía.
Se lo puede encuadrar, teniendo en cuenta su estilo de vida y su pensamiento, en la corriente de escritores y filósofos existencialistas cristianos, al estilo de su compatriota Gabriel Marcel, quienes trataron de traspolar lo mejor de la ética cristiana a la ética general, teniendo como norte que los problemas de la humanidad se explican y solucionan con el ejercicio, no ya estrictamente de la fe (un tema privativo de la conciencia del hombre), sino de los preceptos morales que el cristianismo legó a la humanidad.
Así, los temas que preocupan a François Mauriac en la vida, son los temas que ocupan su obra, y podemos ver que el pecado es conflicto principal, la lucha del hombre por salir de la opresión moral y la búsqueda y la pérdida de la fe se transforman en los detonantes de sus tramas.
Sus libros abundan en títulos con connotaciones religiosas, como “Nudo de víboras”, “Las manos juntas”, “La carne y la sangre” y “El beso al leproso”, entre muchos otros.
François Mauriac es un escritor que los católicos intelectualmente sanos sabrán disfrutar y también un escritor que espera ser descubierto por ateos y agnósticos desprejuiciados.