Cultura

Al rescate del premio Nobel de Literatura 1913 Rabindranath Tagore (1861-1941)

En busca del amor universal a través del arte y la religión

Por Dante Rafael Galdona

Twitter: @DanteGaldona



El camino de un artista que centró su vida en la búsquda de un remedio a la decadencia de la humanidad. Entre arte y religión, entre oriente y occidente, su legado se renueva cuando la sociedad actual toca fondo.

Artista entre artistas

Fue amigo entrañable del mahatma Gandhi, compartió con él la mayoría de sus opiniones políticas, de sus inquietudes religiosas y filosóficas y de sus aspiraciones intelectuales. Ambos pensaron y buscaron básicamente la misma humanidad, amaron el mismo ideal de hombre, soñaron la misma sociedad. Y con esa información como toda reseña podríamos terminar el semblante y justificar ampliamente la recomendación de su lectura. Pero el espacio obliga y permite arriesgar ciertos lujos, como el de explicar, a riesgo de redundar o de no dar la talla, el porqué de la importancia de su obra para el mundo, el porqué de su premio Nobel y el porqué de su trascendencia.

Nació en Calcuta en el seno de una familia reformista como el menor de catorce hermanos, todos ellos de incuestionables capacidades artísticas, entre los que se contaban músicos, filósofos y escritores. Su familia representaba el epicentro del movimiento cultural de entonces.

El suicidio de su querida amiga y cuñada, Kadambari, lo desestabilizó emocionalmente y marcó en él un rumbo de vida y sentimiento que fue a parar íntegramente a su literatura. Luego, a esa tragedia se sumaron las muertes de dos de sus hijos y de su esposa, y Tagore estuvo a punto de perderse a sí mismo.

Otro punto de inflexión, mucho más relativo, lo marca su viaje a Inglaterra, a donde se trasladó a estudiar sin concluir con su objetivo. Pero en ese viaje tomó contacto con la cultura occidental en estado puro y comenzó a analizar en profundidad las diferencias con la cultura bengalí. Europa, su forma de vida insustancial, no iba a terminar resultando de su agrado, aunque ese desagrado no era generalizado y consideró que el progreso material propio de la cultura occidental era una cuenta pendiente en su tierra.

Su profundo espíritu pacifista lo llevó, una vez reconocido mundialmente, a denunciar con todo el fervor que pudieron sus fuerzas reunir la beligerancia de lo que él llamaba la occidentalización de Asia y los nacionalismos europeizantes, sobre todo en China y Japón, países en los que cosechó enemistades profundas.

Lujo material, lujo intelectual

Fruto de una familia de la aristocracia de la india perteneciente al culto reformista Brahma Samaj, rodeado de todo lujo posible pero carente de afecto, sobre todo el de su madre, y de la presencia de su padre, creció en medio de una burbuja existencial donde su casta representaba la élite dentro de una sociedad profundamente desigual. Su padre, aunque ausente la mayor parte del tiempo de crianza de su hijo, provocó una fuerte influencia filosófica en él.

Si el genio moral de Tagore no se hubiera impuesto a sus circunstancias de clase, hubiera sido quizá un artista más entre todos sus hermanos, con trascendencia sí, pero sin horizonte universalista. Pero a los genios se les reserva la capacidad de elegir con precisión sus decisiones de vida.

Siendo muy joven su padre lo envió a Inglaterra con el objetivo de que se gradúe de abogado y cumpla con el mandato que durante su corta vida de hijo de aristócratas le esperaba. Pero el destino le tenía reservado a Tagore otro rumbo para el mismo viaje. Del derecho y las leyes nada quedaría como saldo. Pero la vida cultural de ese país le iba a ofrecer un universo artístico tan amplio como acorde a sus pretensiones intelectuales. Conocería a Yeats y a su poesía y quedaría impresionado y entonces la proa de su obra apuntaría hacia un punto intermedio, a veces equidistante y a veces errático, entre la poesía anglosajona y la de su India natal. Pero ese viaje que su padre suponía delimitado por el pequeño mundo de las leyes no lo encontraría a Tagore cambiando el derecho por la literatura, sino que ampliaría el espectro al conocimiento intrínseco de la sociedad occidental que oprimía a su país natal. Por conocimiento directo fue profundamente crítico de esa sociedad decadente y opresora, pero supo rescatar muchas de sus virtudes, al tiempo que supo también criticar las costumbres y tradiciones inhumanas e incomprensibles de su cultura ancestral. Tagore pretendió, con nulo éxito práctico, un ideario político, social y religioso que fuera la síntesis de las mejores experiencias de occidente y oriente, descartando las degeneraciones en las que ambas culturas habían declinado.

Con gran inteligencia, Tagore no fue absolutamente crítico de occidente, ni dogmáticamente defensor de su cultura. Apuntó al sincretismo. Le fue mal.

Vivía en un contexto histórico donde las posiciones extremas parecían ser la respuesta a todo, y donde los puntos medios y los acuerdos y concesiones no existían. La total incomprensión de su ideología le valió enemigos y detractores tanto en oriente como en occidente, pero entre quienes supieron entender sus condiciones filosóficas y su espíritu profundamente pacifista se encuentran muchos hombres que hicieron historia. El mismo hizo historia a pesar de sus detractores, de quienes sólo conocemos sus críticas sin cara ni nombre.

La incapacidad de sembrar la semilla de su ideario político lo alejó de la vida social y se refugió en la literatura.

Una de sus experiencias que más éxito cosechó fue la fundación de una escuela donde puso en práctica sus novedosas ideas pedagógicas, que en cierto modo llevaban a todos los educandos la formación de los príncipes de la India antigua. El método consistía básicamente en dar prioridad a las disciplinas artísticas y fomentar el contacto con la naturaleza a través de la cercana y descontracturada relación maestro-discípulo. Esa institución perdura hoy en día y son muchos los discípulos de Tagore que trascendieron a su legado.

La unión universal, su búsqueda

Fue un artista polifacético: músico, pintor, escritor. Y dentro de la literatura atravesó con éxito todos los géneros. Pero el poeta Tagore es quizá el más intenso de todos. Su obra está cargada de un lirismo que cabalga entre la conciencia del humanismo y el color de la cultura y la religiosidad bengalí, y suma a ella, al igual que en su propia vida, recursos occidentales con los que puebla de incauta belleza sus versos. Es un poeta por momentos de inesperada alegría y por otros de presumible melancolía. Le habla al amor universal tan presente en las religiones de su tierra, le canta a la naturaleza.

En su prosa, como es ejemplo su novela “Gora”, describe las contradicciones entre las religiones y concepciones políticas y sociales de la India, opone al hinduismo tradicionalista y ortodoxo la concepción del culto reformista Brahma Samaj, preocupaciones que poblaron su obra pero sobre todo su vida. También en sus libros insistió en una religión y cosmovisión política y social universal y en una humanidad unida por sus aspectos comunes.

De Tagore hay una obra muy extensa que constituye un excelente recurso si queremos pensar en soluciones para los problemas actuales de la sociedad.

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