Opinión

Ahora Macri se resigna a tener un superministro

por Jorge Raventos

Esta semana el Presidente quiso poner al mal tiempo buena cara, pero no le resulta sencillo hacerse cargo de noticias difíciles, una función que el dispositivo de comunicación oficial parece dejar crecientemente en sus manos.

Macri trató de ofrecer optimismo pese a la mala performance en relación con la pobreza (una de las tres prioridades que él mismo fijó a su gestión) y atribuyó las cifras negativas a “las turbulencias y las dificultades que estamos atravesando… Esta tiene que ser la última crisis”, deseó.

Sin embargo, el optimismo quedó relativizado cuando adelantó que las cifras ominosas seguirán creciendo en las próximas mediciones. Seguirá la turbulencia, no está claro hasta cuándo.

Durante casi tres años de gestión, el Presidente rechazó la idea de tener un superministro de Economía. Termina el mes de septiembre resignándose a uno que ha formulado un programa de acción y tiene los medios para forzar su cumplimiento. Obviamente, el nombre de ese superministro no es Nicolás Dujovne, sino Fondo Monetario Internacional. Dujovne es una interfase.

La renuncia (si se quiere, extemporánea) de Luis Caputo a la presidencia del Banco Central estuvo determinada por su intento (tardío, quizás vano, en cualquier caso insostenible) de desafiar las reglas de juego fijadas por los técnicos del Fondo y admitidas por Macri y Dujovne y reservarle así fuera una pequeña cuota de independencia operativa al Banco Central de la República Argentina.

Caputo, un amigo del Presidente y “un Messi de las finanzas” para el jefe de gabinete, tuvo que irse (y se fue enojado: tardó en entender que la decisión de cesarlo venía de más arriba). Una clave para interpretar la situación la revela el elogio que el Presidente dedicó al sucesor de Caputo, Guido Sandleris: subrayó que su designación era del agrado de la señora Christine Lagarde, directora del Fondo.

A Sandleris se le permitirá intervenir en el mercado cambiario si se supera, por arriba o por abajo, el “ancho de banda” que el Fondo asigna a la cotización admisible del dólar (entre 34 y 44 pesos). Para esos casos se lo autoriza a usar 150 millones de dólares por jornada. Cuando arrecia una tormenta esa cifra es sinónimo de impotencia. El tope superior de la banda está muy cerca de la cotización actual del dólar, que sigue subiendo pese al abrazo con el FMI.

La herencia propia

El programa del Fondo es severo. Pretende resolver problemas que el gobierno heredó y muchos otros que el propio gobierno creó: al fin de cuentas fueron sus equipos los que en estos casi tres años gastaron unos 20.000 millones de reservas con el objetivo de controlar el valor del dólar (que había terminado 2017 a $18,90 y cierra septiembre a más del doble). Fue el actual equipo (mejor dicho, el que todavía incluía a Caputo) el que destinó a ese mismo fracaso los primeros 15.000 millones que liberó el Fondo.

Es comprensible que los técnicos de la señora Lagarde quieran recortar atribuciones a la administración local, especialmente ahora que van a seguir poniendo en sus manos fortunas parecidas. Quieren que, a cambio, su programa se cumpla.

El gobierno considera que la alarma de crisis que hizo sonar al recurrir una vez más al monedero del Fondo (mientras todavía llamaba a la situación “tormenta cambiaria”) contribuirá a hacer admitir los sacrificios que demandará el programa y procurará avances. Por el momento la convergencia de inflación y devaluación de la moneda ha contribuido a lo que algunos analistas llaman “mejoras de competitividad”. A los exportadores les mejoran los precios, caen significativamente las jubilaciones (que corren de atrás a la inflación y son un rubro decisivo del gasto público) y los salarios se atrasan.

La prioridad del Fondo

El FMI no presta prioritariamente para que el país equilibre las cargas, sino para garantizar que Argentina pagará sus deudas: la niña de sus ojos son los acreedores de instrumentos financieros,no aquellos que la Iglesia , entre otras instituciones, considera titulares de deuda social. Esta semana el Indec informó que la pobreza, con un índice de 27,3 por ciento, es 1,6 puntos más alta que seis meses atrás. La indigencia (ingresos inferiores a los que requiere la canasta alimentaria) golpea a 2 millones 100.000 personasl.

La incógnita es si la aplicación del severo programa del Fondo no chocará más temprano que tarde con los reclamos de esos acreedores sociales: el extendido paro de esta semana, convocado por la CGT y respaldado por otros sectores sociales, es una señal elocuente del desasosiego reinante.

Elisa Carrió, suponiendo que para sostener mejor al Presidente hay que agitar la opinión pública, aseguró esta semana que “vamos a pasar momentos muy difíciles…No esperemos recuperación económica hasta marzo”. Vaticinó, además, que “Moyano está a punto de ir preso”. Son pronósticos de padecimiento y también de conflicto. Macri está cautivado por mujeres fuertes.

Con su firme alianza con el FMI (apuntalada por potencias mundiales: Estados Unidos, Alemania, China) Macri confirma un rumbo que inició desde el primer momento. Busca apoyar su gestión en un vínculo activo con el mundo y desarrollar una línea de acción homologada por instituciones y poderes externos (desde la OCDE a la búsqueda de acuerdos con conglomerados como la Unión Europea, además de la relación directa con el gobierno de Estados Unidos).

¿Qué es lo que sostiene?

Napoleón aconsejaba “apoyarse sobre lo que sostiene”. Para el gobierno “lo que sostiene” está más bien afuera que adentro y más bien arriba que abajo. Se trata, si se quiere, de una línea de acción elitista en cierto sentido emparentada con las políticas que están entrando en crisis en Europa con el enfrentamiento entre las bases ciudadanas y “la burocracia de Bruselas”, entre “los pueblos soberanos” y conducciones tecnocráticas no electas; una tensión entre una racionalidad instrumental que predica “lo que hay que hacer” como la adhesión a un modelo exterior y ajeno, y amplios sectores que no rechazan la razón ni el bienestar pero los conciben de otro modo, vinculados al sentido de pertenencia, a la tradición.

La insurgencia populista que cunde en Occidente (y que, entre otros acontecimientos, ha coronado a Donald Trump como jefe de la gran potencia americana) encarna de modo multifacético la respuesta a ese elitismo.

Los sectores genuinamente cosmopolitas (para los que el mundo es la patria y que, por relaciones, medios y conocimientos, pueden vivir en cualquier gran ciudad del planeta) y los que, con o sin fundamento, aspiran a serlo, son la base interna sociológica de aquella política: un sistema de círculos concéntricos que en Argentina constituye en el mejor de los casos un tercio del padrón electoral. El macrismo aspira a poner en valor esa base con un nexo activo con las élites mundiales. Es una apuesta política audaz, que coloca el centro afuera y necesita desbaratar la competencia de quienes pretendan encarar una alianza parecida en cuanto a abandonar el aislamiento, pero centrada prioritariamente en el interior.

En el vestíbulo de su cuarto período, al aferrarse como lo ha hecho al FMI y dejar básicamente en sus manos la economía del país, Mauricio Macri está jugando una apuesta definitiva e irreversible. Una apuesta con la que no se puede empatar.

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