Por Jorge Raventos
Javier Milei está convencido de que ya juega en “las grandes ligas” como “máximo exponente de la libertad a nivel mundial” (Se atiene al epigrama de Calderón: “El que quisiese tener/nombre en el mundo famoso,/alábese, que es forzoso/para darse a conocer”). En aquel carácter viajó a Californía en la semana para disertar en la Hoover Institution presentado por la exsecretaria de Estado Condoleeza Rice y codearse con cerebros de la industria global del conocimiento como Mark Zuckerberg o Tim Cook en una cumbre de esa actividad.
¿Era Posse el obstáculo?
Mientras el Presidente se ocupaba de esas altas misiones en el Norte del continente, su gobierno traqueteaba en Argentina después del agitado divorcio de su primer (y, si se quiere, silencioso y fugaz) jefe de gabinete y estrecho amigo, Nicolás Posse. Otra amiga cercana de Milei, la ministra de Capital Humano, Sandra Pettovello, soportaba un doble percance de inevitables consecuencias judiciales (sinuosa contratación tercerizada de presuntos colaboradores, aderezada por sobresueldos y recaudación de peajes y acumulación de toneladas de alimentos no distribuidos en depósitos supervisados por su cartera).
Tanto en el caso de Posse, que tuvo que irse, como en el de Pettovello (a quien Milei sostiene empeñosamente y no quiere dejar ir) lo que ha quedado a la vista es mala gestión y concentración de poder en pocos funcionarios de confianza. Posse controlaba todos los ministerios, se ocupaba de vigilar la firma presidencial, manejaba la inteligencia del país y extendía su dominio a las empresas estatales. Pettovello ejerce las funciones que antes requerían varios ministerios (Trabajo. Educación, Desarrollo Social).
Un tercer amigo y ex compañero de trabajo de Milei en el grupo Eurnekián –Guillermo Francos- fue el promovido a la Jefatura que dejó Posse. Ya advirtió que se dispone a promover en el gabinete una mayor descentralización para que la gestión de gobierno no pierda agilidad.
La baja velocidad en materia de gestión ha perjudicado la situación de un gobierno en el que al Presidente lo aburren tanto la discusión política como los procedimientos administrativo-burocráticos que supone el manejo del Estado y prefiere concentrarse en la economía y en la “batalla cultural”,. El Estado, mientras el anarquismo no lo disuelva, reclama menos ausentismo.
Gestión y diálogo
La retirada de Posse determinará cambios en la estructura del gobierno. Federico Sturzenegger, como titular de una nueva cartera aún innominada, se ocupará de acelerar la desregulación y tomará el manejo de la mayoría de las actividades que Posse desplegaba en las empresas públicas. Francos, que hereda una jefatura adelgazada, sin las funciones de negocios, que se derivan a Surzenegger, y sin el manejo de la Inteligencia, que pasaría a depender de Presidencia (es decir, del ·triángulo de hierro” de la Casa Rosada: Milei, Karina, la secretaria general, y Santiago Caputo, el superasesor). se ocupará de las funciones de coordinación del gobierno y retendrá las funciones de ministro político, con Interior, convertido en secretaría de Estado, bajo su mando.
Como lo formuló Francos, hay una “necesidad de mayor apertura política”. El funcionario consideró que por este motivo había sido designado él en la jefatura de gabinete. “El presidente me elige a mi porque se da cuenta que con la política argentina a él se le hace complicado, porque no la entiende, porque tiene diferencias, por equis motivos. Y yo tengo una posibilidad mayor de dialogar”.
De hecho, en su vieja piel de ministro político (aunque ya acreditada su nueva función al tope del gabinete), Francos se ocupó personalmente (con la cooperación de la vicepresidenta, Victoria Villarruel) de cerrar el proceso destinado a conseguir dictamen de comisiones para el proyecto de Ley de Bases. Esto recién ocurrió el miércoles 29 por la noche, y el jueves se lo comunicó a Milei, aún en California. Ahora el texto aprobado deberá atravesar el examen del plenario de la Cámara de Senadores, donde seguramente será objeto de modificaciones cuando se trate su articulado en particular.
La necesidad de apertura, diálogo y atención a los más vulnerables es una señal que llega al gobierno desde distintos puntos. La ponderada homilía del Arzobispo Jorge García Cuerva en el Te Deum del 25 de mayo incluyó mensajes y censuras a actitudes atribuibles a distintos actores sociales y políticos, pero lógicamente los más sonoros estuvieron destinados a quienes ejercen la responsabilidad de gobernar: reclamó a todos “no hacerse los tontos” ante la pobreza y las crecientes privaciones. Y postuló una “alianza de la esperanza”, es decir, convergencias, acuerdos y participación de distintos sectores.
La moderación que Milei adoptó en Córdoba así como la reiteración de una propuesta que incluye los pactos que no pudieron firmarse en mayo así como la creación de un consejo plural que traduzca esos pactos en leyes parecen indicar que el Poder Ejecutivo ahora comprende que el decisionismo hiperpresidencialista, que ha sido su instrumento favorito para motorizar cambios, encontró límites y necesita articularse con diálogo y participación de otros actores para consolidar gobernabilidad. Estamos ante un punto de inflexión.
La Casa Rosada percibe ahora que el gobierno necesita ser apuntalado, no puede vivir prolongadamente de sus logros proclamados: el mérito de conseguir un descenso relativo de la inflación y una caída marcada del déficit fiscal no se discuten, pero preocupan la recesión, las caídas de la producción y el empleo., el atraso de los salarios, el silencio o el desorden en relación con un plan de estabilidad y crecimiento.
El soporte federal
Los soportes que puede encontrar el gobierno se encuentran principalmente entre los gobernadores. No se trata de desdeñar el aporte de las fuerzas políticas, los partidos, pero estos atraviesan su propio proceso de centrifugación y necesitan forjar sus propias anclas, consolidar liderazgos, espacios e identidades. Por el momento cada cual atiende su juego.
Los gobernadores se asientan sobre un rasgo histórico del país (su índole federal) y están empujados por su función ejecutiva a defender intereses amplios de las sociedades que tienen que administrar, impulsar la producción y la contención social y a mantener una relación fuerte, así sea tensa, con el poder central.
Por el momento no hay una interlocución unificada entre el conjunto de los gobernadores y el gobierno central, pero empiezan a consolidarse bloques regionales y se observan tejidos incipientes en pos de una visión mancomunada.
El último lunes hubo en Córdoba una reunión de la región Centro (la más fuerte de las regiones del país, incluye a Córdoba, Santa Fé y Entre Ríos), a la que no asistió el entrerriano Rogelio Frigerio sólo porque se encontraba fuera del país, pero estuvieron presentes sus alfiles. Políticamente, los gobernadores componen un arco de representatividad plural: Frigerio es del Pro, Llaryora es peronista cordobesista y el santafesino Maximiliano Pullaro es radical. Llaryora señaló en la reunión la necesidad imperiosa de “impulsar una nueva agenda política. No vamos a salir adelante con ajustes ni mirando solamente la macroeconomía”. Pullaro agregó que “Necesitamos construir poder desde las provincias para desarrollar nuestras regiones”.
Las provincias patagónicas tienen su propio bloque regional, también plural (con gobernadores peronistas. Localistas y del Pro) y actuaron de conjunto para introducir cambios en el dictamen de la Ley de Bases, como la fijación de un piso más alto para la aplicación del impuesto a las ganancias de la cuarta categoría en su región.
El Norte Grande también actúa con plataformas de acuerdos (la región se interesó particularmente en el punto referido al incentivo de grandes inversiones, pensando preferente, pero no exclusivamente, en la perspectiva de la explotación minera). La región menos activa, hasta el momento, parece ser la cuyana. Pero es probable que el ritmo al que se mueven los acontecimientos en el país termine empujando a sus gobernadores a una dinámica conectiva más intensa que la mera participación en el whatsapp donde los mandatarios provinciales intercambian puntos de vista.
De hecho, en las condiciones que impone la presencia de Milei en el poder central, la fuerza gravitatoria federalista influye inclusive en la provincia de Buenos Aires, donde Axel Kicillof empieza a desplegar un relacionamiento con colegas (como el santafesino y radical Pullar o el chubutense y macrista Ignacio Torres. El signo federal opera como denominador común y, si él se anima, le ofrece al bonaerense una ventana para airear la atmósfera K que lo ha rodeado.
Del mismo modo puede airearse el paisaje nacional a partir del punto de inflexión.