La autora de “Cadáver exquisito” estuvo en la Feria del Libro de Mar del Plata para presentar “Las indignas”, una novela situada en un futuro postapocalíptico, escrita con lirismo, que denuncia la brutalidad a la que puede llegar el patriarcado.
Por Rocío Ibarlucía
Hace tiempo no se escucha el canto de los pájaros. Una niebla fría, densa y pegajosa como las telarañas cubre el cielo. El sol ya no da calor, aunque a veces se vuelve sofocante. Cuesta respirar. El viento traslada de un lugar a otro toxinas que pueden impregnarse en las células de los pocos sobrevivientes a este mundo sin luz, sin agua, sin animales, sin alimentos, sin libros. Así es la tierra postapocalíptica construida en “Las indignas”, la nueva novela de Agustina Bazterrica publicada por Alfaguara.
“Parece que vivimos en una noche perpetua”, describe la narradora en un diario que llama el libro de la noche. Escritas de forma clandestina con su propia sangre, porque la lectura y la escritura están prohibidas, sus palabras registran la catástrofe. La narradora da testimonio de lo que ve y escucha en el lugar donde ahora está a salvo -¿a salvo?- después de andar errante buscando comida y luchando por su vida en las guerras del agua. Este “refugio” se llama Casa de la Hermandad Sagrada, un monasterio donde vive un grupo de mujeres divididas por jerarquías, que se rigen por el nivel de deterioro de sus cuerpos o por las decisiones arbitrarias de la Hermana Superior y “Él”, el único hombre de este culto religioso que no puede verse, pero que ejerce una fuerza omnipotente sobre ellas.
Las mujeres pueden vivir en esta casa si realizan sacrificios. Flagelaciones, latigazos, mutilaciones, quemaduras o ayunos prolongados son algunas de las torturas físicas impuestas por la Hermana Superior o por ellas mismas con el objetivo de que su Dios purifique los cuerpos y la naturaleza de tanta contaminación. Por fuerza de repetición, rezan hasta el hartazgo la oración “Sin fe, no hay amparo”, acatan, sumisas, las órdenes y hasta desean lo peor para sus compañeras con el fin de sobrevivir.
“Brujas yendo al Sabbath” del pintor español Luis Ricardo Falero ilustra la tapa de “Las indignas”. El cuadro ofrece algunas de las imágenes que los lectores vamos a atravesar con la nueva novela distópica de Bazterrica: una atmósfera claroscura que oscila entre lo sagrado y lo diabólico en la que la magia negra, la violencia y el erotismo son narrados mediante un registro poético que, como la pintura, logra explorar la potencia sensorial del lenguaje.
Tras el éxito de “Cadáver exquisito” (Alfaguara, 2017), ganadora del Premio Clarín de Novela, traducida a más de 25 idiomas y aclamada por medios internacionales como The New York Times, The Guardian, The Washington Post y Le Monde, Agustina Bazterrica (Buenos Aires, 1974) vuelve con la novela “Las indignas” a elegir un futuro distópico para plantear problemáticas que la aquejan y se vinculan con nuestro presente: la vigencia del patriarcado y sus mecanismos de opresión, la destrucción del medio ambiente, y el avance de las ideologías de derecha y sus políticas del olvido.
En entrevista con LA CAPITAL, la autora cuenta para qué escribe, analiza los diálogos entre la novela y nuestro presente y explica por qué cree en la fuerza del amor frente a tanto odio:
-¿Cuál fue el punto de partida de “Las indignas” y de su universo distópico con una naturaleza devastada y un sistema religioso opresivo con las mujeres?
-El germen de la novela en realidad ronda hace muchos años en mi cabeza porque yo me eduqué en un colegio católico de monjas alemanas, donde circulaba esa atmósfera opresiva, de falta de sororidad y de compañerismo, donde permanentemente estabas siendo juzgada, o sea, siempre eras una indigna en un punto. Esa fue mi experiencia, entiendo que hay un montón de colegios de monjas que no son así; de hecho, mi madre fue a uno de jesuitas y la pasó re bien y hay otros más abiertos, más piolas. Pero mis monjas tenían la doble moral: “ama al prójimo como a tí mismo”, pero lo que hacían era sacar lo peor de vos. Entonces, siempre me estuvo rondando esa obsesión de pensar por qué durante tantos años creí en un Dios vengador, que estaba pendiente 24 horas de vos y bajo esta estructura muy patriarcal que tiene la Iglesia Católica, porque aparte éramos todas mujeres y un sacerdote.
Por otro lado, cuando me invitaron a la Feria del Libro en Cusco, fui al Monasterio de Santa Catalina. Ese día casi no había gente y era todo muy, muy siniestro, porque estaba ambientado como si las monjas siguieran viviendo ahí. En ese lugar pensé en escribir sobre un monasterio con monjas, pero a mí lo que más me interesa es cómo voy a escribir lo que voy a escribir, o sea, el cómo y no el qué, porque sobre monjas ya se escribió, sobre sectas ya se escribió, sobre canibalismo también. Lo que puede llegar a ser novedoso, aunque no lo sea, es cómo lo vas a encarar. Entonces, necesitaba tres o cuatro piezas del rompecabezas para poder escribirlo. Una pieza fue la visita al Monasterio. La otra pieza fue que en el 2020 leímos en los talleres de lectura el Quijote, que habla sobre la Santa Hermandad. Y otra pieza fue el libro “Primavera silenciosa” de la estadounidense Rachel Carson, que habla sobre los pesticidas en Estados Unidos. Ella lo publicó en los años 60 y plantea cómo los pesticidas destruyen todo, cómo los pájaros se caen uno detrás del otro muertos, por eso en la novela trabajo con el tema de que prácticamente no hay pájaros, hay silencio en ese sentido, porque está todo el mundo contaminado, arrasado. Entonces, con esas cuatro piezas -mi experiencia personal, el monasterio, el Quijote y “Primavera silenciosa”- empecé a armar la historia en el 2020 y la escribí.
-Pensando en el cómo, elegiste narrar la historia a través de un diario escrito por una de las mujeres que da testimonio de su vida en el monasterio. ¿Cómo fue el proceso para encontrar esta voz, su pulso, su pasaje de la sumisión a la rebeldía, del odio al amor?
-Hay un tema como intuitivo a la hora de escribir para mí. Lo primero que surgió fue la escena en la Capilla de la Ascensión, cuando aparecen las Santas Menores y les empiezan a sangrar los ojos. Tuve eso como primera instancia y fue lo que dio el tono a la novela, un poco sacro, un poco de ceremonia. Después, me pareció que el hecho de que ella pudiera escribir de manera clandestina le daba un montón de profundidad al personaje y, además, me permitía jugar con la gramática, porque la primera parte de la novela está llena de paréntesis, que después desaparecen, las palabras se interrumpen. Además, hace reflexiones sobre la escritura, sobre lo que es el acto de escribir y todo lo que está representando. También es tener la visión de ella, porque no es un narrador en tercera persona que ve todo, omnipresente, sino que es la visión de ella y su versión incluye rumores, hay cosas que no se confirman, que no se saben. ¿Lucía realmente tuvo el manto de avispas? ¿Fue milagroso o no? Me permite jugar con esa dualidad, porque lo que me interesa es un lector activo, que esté pensando qué está pasando acá. ¿Es realmente este lugar protegido por ese Dios o no?
-También el diario te permite todo un trabajo con lo no dicho, lo que omite la narradora, lo que tacha, lo que interrumpe, lo que no puede nombrar.
-Claro, y eso está connotando cosas que hay lectores que van pensar qué está queriendo decir con todo esto y hay otros que no. De hecho, hubo gente que me escribió diciendo que el libro está mal editado porque hay palabras incompletas.
“No sé cuánto falta para las guerras del agua, pero no me parecería tan descabellado pensar que no estamos tan lejos”
-Recién comentaste que el diario incluye reflexiones de escritura. Ella se pregunta por qué escribe: para no olvidar quién fue, para que se sepa lo que pasó en este lugar, pero también la escritura le permite hacerse preguntas y cuestionar todo el sistema de creencias en el que está inmersa.
-Sí, es que para mí la literatura es eso también. Leerla y escribirla es preguntarse cosas, por ahí sin respuestas cerradas, nunca cerradas, sino que por ahí una respuesta te lleva a otra y una pregunta te lleva a otra y es justamente cuestionar las matrices. Por eso, los libros en las dictaduras se prohíben, porque cuanto más pequeño tenés el pensamiento y el lenguaje, sos más factible de ser manipulado.
-De hecho, en la novela, las bibliotecas están vacías porque en este mundo postapocalíptico la literatura pareciera ser inútil y, sin embargo, la protagonista la reivindica. ¿Qué creés que posibilita la literatura?
-Yo antes decía que la literatura no sé si servía para algo, pero conocí gente que me dijo que la literatura la salvó. Suelo ir a hablar a un montón de escuelas y algunos de estos profesores y profesoras terminan siendo amigos y uno de ellos me dijo ‘a mí la literatura me salvó. Si no hubiese sido por la literatura, yo seguiría en un universo muy pequeño mental y no hubiese estudiado el profesorado, no hubiese entrado a hacer lo que más amo en el mundo, que es educar con literatura’. Ahí tenés un caso concreto de alguien que la literatura lo salvó. Lo que hacen los libros para mí es reflexionarnos como especie, nos obligan a ver de otra manera, porque cada libro es una mirada del mundo de una persona. Cuanto más leés, más miradas incorporás de la realidad o de lo que llamamos realidad y eso hace que tengamos una mirada más amplia.
Bazterrica cuenta que las lecturas que alimentaron su novela fueron la Biblia, “Los demonios en el convento” del Fernando Benítez, “Primavera silenciosa” de Rachel Carter, el ensayo “Calibán y la bruja” de Silvia Federici y su estudio de la obra de Juan José Saer.
-Otras formas de manipulación en la novela se ven en el borramiento de la noción de tiempo, no se sabe en qué fecha viven, se prohíben los idiomas, las religiones, los nombres propios para imponer un nuevo lenguaje, un nuevo dios. ¿Podemos relacionar estas políticas del olvido en algún punto con nuestra realidad?
-Sí, lo conecto con nuestra realidad actual y nuestro país. Hay que recordar todo lo que pasó para que no suceda nunca más y va a haber gente que va a querer negar lo que pasó. El Estado torturó y desapareció a un montón de personas y la cifra de 30.000, como dice Martín Kohan, es una cifra abierta y es una cifra de reclamo, porque las listas nunca se publicaron, porque ¿van a publicar las listas de los bebés que robaron? Entonces, permanentemente hay que hacer ese ejercicio, porque la democracia siempre puede ser arrebatada. En “Las indignas”, en particular, trabajé con la lógica de la manipulación de la secta. Me preguntaba cómo puede ser que gente culta, preparada, inteligente caiga en una secta. Tiene que ver con que te agarran en momentos vulnerables, que te contienen de una u otra manera y después te van convenciendo con un montón de mecanismos de manipulación, entre ellos, cambiar el nombre o vestirse todos iguales. En el caso de “Las indignas”, además, hay castigos físicos, a ellas las salvan, pero la salvación es infernal, porque si se escapan de ese lugar, se mueren, entonces no tienen opciones. Tienen que adaptarse o morir o ser torturadas. También trabajo con lo que es el patriarcado a menor escala, que tiene todos estos mecanismos también, porque si no, no se explica por qué lo seguimos perpetuando, hay gente independientemente del género, pueden ser mujeres, que lo siguen perpetuando, que siguen siendo machistas.
“Nunca tenés los derechos garantizados, siempre puede haber retrocesos en distintas partes del mundo. La extrema derecha está ganando lugares a pasos agigantados”.
-El futuro que construís en “Las indignas” es a la vez un retroceso al pasado medieval, con su sistema patriarcal, piramidal, con torturas de la Inquisición.
-Es un retroceso para nosotros en Argentina y en ciertas ciudades, pero hay ciudades en el norte donde hay una lógica medieval todavía y hay países árabes donde las mujeres no pueden estudiar y eso es recontra medieval. Depende de dónde mirés, hay cuestiones distópicas y medievales todavía.
-¿Te preocupa que estos modelos de pensamiento se vuelvan cada vez más presentes?
-Sí, por eso es que voy a hablar a todas las escuelas a las que voy a hablar, esté agotada o no, me hago el tiempo de poder ir a hablar. Nunca tenés los derechos garantizados, entonces siempre puede haber retrocesos en distintas partes del mundo. Mirá lo que pasó en Estados Unidos con Trump y lo que pasa ahora con la ley del aborto. La extrema derecha está ganando lugares a pasos agigantados. Milei sería más que una extrema derecha. Entonces, el ejercicio es permanente. Para mí, es la educación y la reflexión lo que pueda hacer que -ojalá- no suceda.
-En esta Hermandad Sagrada, las mujeres tienen una aceptación ciega a un sistema opresivo y violento impuesto por un solo hombre. ¿Cuánto de esta naturalización de la violencia sobre las mujeres dialoga con nuestro presente?
-Todo dialoga, el paradigma de la belleza hegemónica ya lo es. Hay que ser bellas y jóvenes de por vida, para eso hay un montón de mujeres que se hacen operaciones dolorosas, riesgosas, dietas extremas, están desnutridas, se mueren, todo para cumplir un paradigma de belleza inalcanzable y si no lo cumplís, te juzgan, te discriminan. En Argentina hay tres talles, o sea, la ley de talles nunca se puso en práctica. Si no sos flaca, no te podés vestir más o menos. Ahí tenés un ejemplo concreto y, por otro lado, esta cuestión de que los varones todavía tienen cierta habilitación para violentar a las mujeres, violarlas en grupo, matarlas y, como dice Rita Segato, están castigando un desacato a una ley patriarcal, están ejerciendo su poder. Y todavía tenés gente que dice ‘tenía la pollera muy corta’, tenés jueces que lo justifican, no hace tanto un juez no condenó a un violador porque había usado preservativo. Entonces, siguen matando mujeres, no solo en nuestro país, sino un montón de otros países también, en México, Brasil, Perú.
-¿Por qué volviste a elegir la distopía para abordar estas preocupaciones tuyas vinculadas con el feminismo y el ambientalismo? ¿Qué te permite explorar?
-La distopía me permite llevar al extremo realidades que estamos viendo hoy. A nivel medioambiental, hay estudios que confirman que ya estamos respirando microplásticos. Lo dijo Myriam Bregman el otro día en el debate presidencial y yo ya lo venía estudiando desde antes, porque el marido de mi madre me manda todo el tiempo cosas relacionadas con los desastres ecológicos, por ejemplo, que ya está todo en el río contaminado, el mar lleno de basura. No sé cuánto falta para las guerras del agua, pero no me parecería tan descabellado pensar que no estamos tan lejos. Estamos destruyendo el único planeta que tenemos aunque Milei lo quiera negar. Entonces, la distopía me permite pensar esto al extremo y a mí me obsesiona pensar que todo lo que veo ahora no va a estar más, porque no creo en el concepto de eternidad. Este lugar donde estoy ahora, el Museo MAR, que es divino, un día no va a estar más o va a estar lleno de, no sé, árboles. En algún punto la raza humana va a desaparecer.
-Sin embargo, si bien en tu novela está presente esta mirada pesimista, al mismo tiempo hay una posibilidad de salida, hay una luz gracias a la fuerza de lo colectivo y la amistad, ¿puede ser?
-Creo en la raza humana a pesar de las cosas que escribo y si bien no creo en el concepto de eternidad, como te decía, sí creo en la eternidad del espíritu. Entonces, nos llevamos en el espíritu impregnadas nuestras vivencias y cómo nos relacionamos. Lo importante para mí son los vínculos, con la naturaleza, con los animales, con los humanos, con lo que hacés, con tu pasión, en mi caso, la literatura. Cómo manejás los vínculos es para mí eterno. También creo en la reencarnación, entonces eventualmente si dejás de reencarnar, te fundirás como en el mar, serás una gota en el mar de esa energía creadora, llamémosla, y eso aportará lo que hiciste, cómo evolucionaste y yo creo que esa energía, la podemos llamar dios, tiene la energía del amor. Y tiene la oscuridad porque también el mal para mí viene de toda esa energía, pero la más fuerte es la del amor. Entonces, por más que el mundo esté devastado, por más que casi no haya nada, ni alimentos ni animales ni nada, lo que lo puede hacer menos horroroso es empatizar con otra persona, con la naturaleza y con los animales.