La artista rusa Nadya Tolokonnikova y tres integrantes más del colectivo Pussy Riot se pararon por primera sobre un escenario argentino y ofrecieron una presentación en la que cruzaron -sin desperdicio- música, feminismo, activismo político, performance y poesía.
Cuando las cuatro figuras aparecieron en Niceto Club, Ciudad de Buenos Aires, el público todavía cantaba las estrofas de uno de los temas más representativas de la campaña nacional por el derecho al aborto legal, seguro y gratuito (la secuencia se repetiría varias veces a lo largo de la noche).
“Y ahora que estamos juntas/Y ahora que sí nos ven/Abajo el patriarcado se va a caer, se va a caer/Arriba el feminismo que va a vencer”, se escuchó al unísono, entre palmas y algunos gritos, hasta que los parlantes anunciaron que las integrantes de Pussy Riot ya estaban preparadas para empezar.
La presentación -que una de las caras visibles del colectivo de punk feminista cristalizó el domingo por la noche en Buenos Aires -y que el martes llevará a Córdoba- estuvo atravesada por el punk, el derecho al aborto, por todas las mujeres que nunca pudieron regresar a sus hogares, las víctimas de la represión estatal y el rechazo al gobierno de Vladímir Putin.
Ya habían transcurrido más de dos horas desde la entrevista que había moderado María Florencia Alcaraz y que tuvo de participantes a Tolokonnikova, al docente Daniel Sandoval y Paula Litvachky, directora del área de Justicia y Seguridad del Centro de Estudios Legales y Sociales (Cels).
El motivo central de la charla giró en torno de la consigna “Protesta amenazada” y abordó la represión estatal en distintas movilizaciones, cuestiones que luego se mantuvieron presentes a lo largo del encuentro que, por supuesto, tuvo música, arte digital, poesía y -sobre todo- convicción.
Un ojo gigante con pupila estática observaba desde la gran pantalla que descansaba en el fondo del escenario; las imágenes se proyectaban allí a gran velocidad, como flashes, y entre las secuencias se dejaban ver fábricas, animales y algunos paisajes en tonos pálidos.
A contraluz se distinguían dos figuras, inmóviles, que escoltaban la pantalla; se reconocían por los cinturones de luces rojas y azules que se iluminaban con intermitencia, mientras otra Pussy Riot -también anónima- comandaba los teclados, sintetizadores, la guitarra y sumaba su voz al coro.
En el centro de la tarima estaba Nadya con una túnica, un saco o tal vez un mameluco, de color blanco o alguno de esa paleta; no era tarea sencilla identificar los rostros ni saber cómo estaban vestidas cuando los únicos haces de luz que se desprendían sobre la sala provenían de los colores saturados de los vídeos que se estaban proyectando.
Acompañadas de ese panorama, comenzaron a escucharse los sonidos de “Go vomit” y “Police State”, y mientras los contornos de los cuerpos dejaban caer los tapados, Nadya saltaba como si su cuerpo pesara lo mismo que una pluma, se movía de un lado al otro, se acercaba al suelo y volvía a elevarse.
La lista de canciones contempló más de una veintena de composiciones, y la mayoría pareció encontrarse a gusto con los sonidos electrónicos, pegadizos, asfixiantes, oscuros y alegres, entre el punk, el pop y el rap.
Es que este colectivo artístico, que combina música y performance y que de este lado del océano -mientras dure la gira Latinoamericana- estará comandado por Nadya, logra que todas las contradicciones encastren como un lego y cobren sentido.
¿Cómo es posible luchar contra el sistema cuando se es parte? ¿Cómo permanecer en la disconformidad? Sonó “Punk prayer”, tema que el grupo interpretó en la Catedral del Cristo Salvador de Moscú en 2012, tras lo cual fueron arrestadas por vandalismo y condenadas a dos años de prisión; todos reconocen la canción y quien no, se da cuenta de qué se trata por su video.
También pasaron “Bomb” y “Heretic”, dos temas que desde lo visual compartieron distintas gamas de color sangre en la pantalla que cada tanto se teñía de un azul con interferencias, pero rápidamente regresaba al colorado; la misma estética abrazó más tarde con “Black snow” y “Nuclear winter”.
Una galaxia también se adueñó de la pantalla y de pronto los subtítulos de “Organs” intentaron explicar a qué se debe enfrentar una mujer en Rusia; y algunas canciones después, el colectivo se despachó con “1937” que narra el genocidio perpetrado por Stalin.
Las imágenes acompañan a cada segundo la densidad del sonido industrial y la agudeza de la voz; los flashes visuales y loops de palabras parecen explotar en la cara una y otra vez, hasta penetrar en alguna parte de la memoria; las melodías son hipnóticas y los timbres vocales recorren todas las emociones.
Inspiradas en el movimiento Zapatista, las Pussy Riot empezaron a usar pasamontañas porque querían que el movimiento se tratase de ideas y no de personas: “La máscara era una representación -contó Nadya en la charla previa- porque cuando alguien se convierte en líder de un grupo se cree el dueño. Cuando perdimos nuestra libertad, lo que más nos molestó fue perder el anonimato, pero algunas personas siguen disfrutando de ese anonimato”. Sin embargo, con o sin máscaras, anoche el encuentro se trató de ideas y de convicciones: así se sintió el punk.