Las cifras demuestran que este año en Mar del Plata hubo 12 veces más muertos por accidentes de tránsito que por casos de inseguridad. Salvo por las últimas dos semanas, en el discurso político la problemática del tránsito casi no aparece.
por Agustín Marangoni
La muerte de Lucía Bernaola dejó en evidencia, una vez más, la problemática seria de las tragedias en el tránsito. Aunque parezca extraño, es un inciso muy poco analizado desde la esfera política. Los discursos, cuando se habla de muerte violenta, apuntan a la inseguridad. Sin embargo, en Mar del Plata este año se registraron 12 veces más muertes por impericias al volante que por casos de inseguridad. Hasta hoy hubo 3 muertos en situación de robo. Y 37 muertos por accidentes de tránsito: uno cada cuatro días.
Aun así, según cifras oficiales, menos del 30% de los conductores respeta la obligatoriedad de usar el cinturón de seguridad y el 20% circula con más alcohol en sangre que el permitido. En paralelo, de acuerdo con los números de un sondeo que impulsó una universidad privada, el 92% de los marplatenses considera que la inseguridad es el problema principal de la ciudad. Parece una contradicción, pero es coherente con el diseño del discurso político y mediático. El miedo es un capital inmenso. Permite la libre circulación de soluciones mágicas, por ejemplo la necesidad de militarizar las calles, y alimenta el grito inmediato para exigir mano dura en las leyes. Es que el reclamo por seguridad tiene la capacidad de suplantar otros debates necesarios: le apunta a las consecuencias y no a las causas. En parte es entendible. La solución real llega a largo plazo, no hay duda. Con los frutos de una educación sólida, un aparto judicial eficiente y una distribución equitativa de la riqueza la sociedad avanza y mejora. El tema es qué hacer cuando la solución se necesita ahora, ya. Cuesta pensar en una solución progresista a corto plazo. Es un enigma político complejísimo, donde cada error alimenta las estadísticas que más duelen.
Nadie acá le está bajando el precio a los casos de inseguridad, por el contrario, constituyen un problema grave, además, es un error burdo sostener que un problema eclipsa a otro. Pero queda claro que el uso de consignas en las plataformas políticas responden a lo que conviene. La inseguridad es el miedo instalado, un hit que siempre da frutos. El miedo es el peor consejero y para malos consejos lo más indicado es un político en busca de apoyo o los medios en busca de rating. El tránsito es un asesino silencioso, cotidiano, doce veces más certero, pero claro, menos temible, o sea: menos eficiente en la rosca diaria.
En un recorrido sencillo –y tedioso– por los titulares de este año en los principales medios de Mar del Plata se advierte que los temas relacionados con la seguridad ocuparon casi el 25% de la agenda política. Mientras que el tránsito ocupó menos del 8%, con un repunte fuerte en las últimas dos semanas. Del mismo modo que la inseguridad es una señal que alumbra las consecuencias de la desigualdad social, los accidentes de tránsito hablan de un problema cultural y de infraestructura. En el caso de Mar del Plata, muestran que la plaza de automotores está saturada. Hay 450 mil vehículos a motor para 620 mil habitantes. Más de uno cada dos personas, el doble de la media nacional. Esta saturación habla de un aumento exponencial al riesgo de sufrir un accidente y de las deficiencias en el transporte público. Las ciudades bien organizadas en su movilidad pública desalientan el uso de los vehículos particulares.
La cantidad de accidentes también muestra que el estado de las calles está en situación crítica. Esto hace que los vehículos se concentren en las calles que están en condiciones aceptables, lo cual también aumenta el riesgo de accidentes. Además de los errores groseros en la planificación de los controles. Las multas sólo tienen un espíritu recaudatorio. No hay campañas de concientización. No hay estrategias preventivas. Es decir, se hace bien poco.
Pero claro, cuando la realidad estalla aparecen los anuncios atolondrados. Los últimos quince días fueron un ballet de errores de comunicación en el gabinete municipal, demostraron desconocimiento del funcionamiento de las cámaras de la vía pública, sonó la alerta por la ineficacia de los controles, quedó en evidencia el faltante de personal y de equipos para test de alcoholemia. Entonces garabatearon propuestas sobre bajar a cero el nivel de alcohol en sangre y analizaron la posibilidad de ampliar las zonas de estacionamiento medido para aumentar la recaudación, entre otras improvisaciones.
En estos tiempos es imposible resolver asignaturas complejas moviendo dos piezas. Las ciudades son organismos vivos, mutan, crecen, necesitan cuidados y seguimiento. Pero, sobre todo, requieren de creatividad. Las preguntas de siempre tienen nuevas respuestas. La ausencia de respuestas deviene en tragedias.