Argentina es uno de los cuatro países con mayor proporción de población envejecida en la región.
Por Clara Olmos
Argentina es uno de los cuatro países con mayor proporción de población envejecida en la región, con más de 7 millones de personas mayores de 60 años, una condición demográfica que, según proyecciones, escalará a uno de cada cuatro argentinos en 2050, un fenómeno que especialistas se resisten a ver como un “problema sociodemográfico” y reflexionan sobre los desafíos y estrategias necesarias para dar respuestas que atiendan la heterogeneidad de las vejeces.
Aunque a un ritmo menos acelerado que otros países del mundo y de la región, Argentina empezó hace algunas décadas atrás este sostenido camino hacia el envejecimiento poblacional, que obliga a Estados y comunidades a dar ciertos debates generalmente postergados por discusiones de corto plazo.
El demógrafo e investigador del Conicet en el Centro de Investigaciones y Estudios sobre Cultura y Sociedad (Ciecs) de Córdoba, Enrique Peláez, aseguró que se trata de “uno de los mayores logros de la historia de la humanidad, pero también uno de los mayores desafíos”.
Consultado por Télam, explicó que el envejecimiento de la población es el resultado de un descenso en la tasa de fecundidad, que en Argentina pasó de 3,2 hijos por mujer en 1950 a 2,3 hijos por mujer en 2015; y, en simultáneo, de la disminución de los índices de mortandad en todas las edades, aparejado al aumento de la expectativa de vida, que escaló de 61,4 años en 1950 a 76,5 años en 2018.
Se querían vivir más años y, gracias a avances científicos y tecnológicos, se logró ganarle años a la vida. Sin embargo, en general esto no es acompañado por una valorización de la vejez, en una sociedad que privilegia el ser o parecer joven.
“Nos resistimos a ver el envejecimiento como un problema, como suele ser visto, aunque sí está claro que trae importantes desafíos desde el punto de vista de la organización de las sociedades y las políticas públicas”, sostuvo Peláez.
Desafíos que atañen no sólo a los sistemas de jubilaciones, de salud o de cuidados, sino también a la creación de actividades sociales y de participación ciudadana, de trabajo, de educación o lo referido a adecuaciones en las ciudades, las viviendas o el transporte público.
“Ante todo, implica avanzar en un cambio de paradigma, que abandone la visión reduccionista de que la vejez es igual a enfermedad y pérdida de autonomía”, dijo la psicogerontóloga Gabriela Williams, coordinadora del dispositivo para personas mayores de la asociación civil Proyecto Suma.
Y continuó: “Ciertamente, es una etapa en la que hay mayor prevalencia de enfermedades, pero la vejez es algo mucho más complejo y heterogéneo que eso”.
Es que los años de vida que se ganaron “no son años de vida que ganamos enfermos, los años de vida saludable han aumentado muchísimo también y la mayoría llega bien a su vejez”, explicó por su parte Olga Chiadó, gerontóloga y docente de la Universidad Maimónides.
En ese contexto, resaltaron la importancia de propiciar un abordaje biopsicosocial de la vejez, que promueva un envejecimiento activo desde la salud física como también la psíquica y emocional, la autonomía y la participación social, al tiempo que atienda la diversidad en la vejez.
“Parece absurdo aclararlo, pero muchas veces no se tiene en cuenta que no hay dos vejeces iguales, todos envejecemos distinto, de acuerdo a nuestras trayectorias y condiciones de vida y a cómo podemos, sabemos y queremos envejecer”, expresó Chiadó.
Las especialistas coincidieron en que resulta indispensable habilitar la palabra y escuchar las demandas de las personas mayores y de sus redes, que no se limitan a demandas por límites físicos sino también deseos, proyectos y expectativas, que “nada de eso se pierde en la vejez”.
“Muchas veces se cree que las personas mayores pierden el interés y las ganas de hacer. La realidad es que, excepto que haya ciertas patologías, el cuerpo envejece pero su psiquis no, al contrario, se desarrolla”, aseguró Williams.
De cara a una sociedad cada vez más envejecida, destacaron la necesidad de seguir creando programas desde los gobiernos y la sociedad civil que promuevan espacios de inserción social y la posibilidad de recreación, de consumo cultural, de seguir estudiando o incluso trabajando, especialmente cuando se atraviesan duelos por la viudez, la pérdida de amigos o la jubilación.
Son numerosos “los prejuicios que recaen sobre la vejez”, pero los especialistas coincidieron en que “uno de los más dañinos es el de pensar que ‘el aluvión de viejos’ que vendrá significará un problema o carga económica” al modificarse la relación entre personas en edades laborales y en edades jubilatorias.
“Transferirlo inmediatamente a una conclusión económica es erróneo y no es más que un prejuicio edadista de asociar a las personas mayores con problemas de salud, dependencia funcional y una carga económica”, explicó Sol Minoldo, doctora en Ciencias Sociales e investigadora del Conicet.
“Esto tiene detrás una premisa muy fuerte de que las personas únicamente son útiles en la medida en que pueden producir para el mercado, lo cual es discutible”, agregó.
La socióloga aseguró que es necesario analizar “con más contexto” y ver qué pasó con los cambios en las maneras de producir durante estas décadas, y enfatizó en que no se puede asumir que “una reducción de personas en edad laboral automáticamente implica reducir la capacidad de producir riqueza”.
“Cuando hacemos proyecciones de PBI es muy raro que se prevea una caída del mismo por causas demográficas”, indicó Minoldo y apuntó que, además, son muchas las personas mayores que “siguen aportando a la producción de riqueza desde trabajos mercantiles y no mercantiles”.
Asimismo, la capacidad de consumo de estas personas “se puede sostener con cambios tanto en los bienes y servicios que produzca el mercado, con un mayor peso del consumo de personas mayores, como en aceptar que la inversión en el sistema previsional incremente su peso en el conjunto del gasto social del Estado para que el envejecimiento sea sostenible”, sostuvo.
“Nadie quiere que el Estado transfiera a los mayores una mayor proporción de la riqueza. Entonces, el verdadero problema que enfrentamos no es técnico, sino distributivo y ante todo político”, concluyó.
Télam.