Hace dos décadas, un grupo de italianos liderados por Leonardo Notarbartolo se robaron 100 millones de dólares en diamantes del Centro Mundial de Diamantes, en Amberes, Bélgica. La planificación del caso fue perfecta... excepto un pequeño detalle: deshacerse de la basura.
Por Fernando del Rio
Leonardo Notarbartolo era un diseñador de joyas turinés que hasta los años 90 se había destacado por sus contactos en el mundo de los negocios de los diamantes como cualquier otro mercader. Eso sí, tenía una destreza casi inigualable de la cual no podía jactarse porque constituía su lado oculto. Era un exitoso ladrón, con una decena de robos de joyas a su favor que nadie jamás había descubierto. Pero le faltaba algo más: el gran robo de su vida.
Los libros de narraciones criminales le tienen reservado un amplio capítulo a Notarbartolo por ser el líder del robo más audaz, fabuloso y fascinante de la historia, cometido entre el 14 y 16 de febrero de 2003, hace ya dos décadas, en el Antwerp World Diamond Centre o dicho en español, el Centro Mundial de Diamantes de Amberes. Allí, en esa especie de reducto infranqueable de las piedras más valiosas del planeta, se materializó una genialidadinverosímil por su éxito ante la complejidad de los sistemas de seguridad que lo protegían.
Pero los triunfos muchas veces terminan desprestigiados por imponderables y, aunque Notarbartolo acabó preso, nadie le podrá quitar la proeza de lo conseguido. Tampoco el botín, que nunca apareció.
Alrededor del Robo de Diamantes de Amberes hay mucha mitología, en particular en su génesis. No está claro cómo se inició todo ya que solo se sabe que Notarbartolo llegó en 2001 a Amberes y alquiló un departamento en el mismo edificio donde funciona el Centro Mundial de Diamantes. La bóveda con 189 cajas de seguridad se ubicaba en el segundo subsuelo y contaba con 10 sistemas de alta tecnología que la hacían impenetrable.
Notarbartolo alquiló una caja de seguridad, a la que no se negaron los administradores porque veían en él a un comerciante de diamantes que, además, tenía la ventaja de vivir allí. A cada titular de una caja de seguridad se le asignó una tarjeta magnética para llegar a la bóveda y la llave para usar, combinada con la del guardia, para el propio cofre personal.
La bóveda y la antesala tenían 10 sistemas de extrema seguridad.
La planificación del robo comenzó así, dos años antes, con el mágico italiano realizando operaciones con diamantes, algo a lo que estaba acostumbrado.
Su lugar de reflexión era un pequeño café de la Hoveniersstraat, donde solía ir con sus notas para documentar todo lo que iba conociendo de la bóveda. Cuenta la leyenda que en ese mismo bar, antes de iniciar su actuación como vendedor de diamantes, una vez se le acercó un hombre mayor -Notarbartolo tenía 50 años- y le dijo con absoluta discreción que sabía quién era. Y que tenía una propuesta irresistible.
-¿Aceptaría un pago de 100 mil euros si me responde una única pregunta? -dijo el desconocido.
-Hágame la pregunta -contestó sorprendido el italiano.
-¿Es posible robar el Centro de Diamantes de Amberes?
Notarbartolo se encargaría años más tarde de decir que ese hombre había existido y que él era un simple títere. Muchos no le creyeron y hasta le atribuyeron a él dejar correr esa leyenda.
Lo cierto es que haya existido o no esa oferta, Notarbartolo se lanzó a la empresa de investigar la bóveda y descubrir sus falencias. Para ello se valió de un bolígrafo con cámara con el que registró el interior de la bóveda cada vez que accedía a su caja de seguridad. Luego detectó cadada uno de los sistemas de alarma, sensores y vigilancia, hasta que logró hacer un inventario exacto.
El lugar tenía 10 medidas de seguridad. Hasta la puerta exterior de la bóveda solo había una cámara de seguridad pero en la sala de monitoreo los operadores no le daban mucha importancia cuando la persona que ingresaba era alguien conocida, como ya lo era Notarbartolo. Y mucho menos lo hacían un fin de semana.
La puerta en sí tenía una cerradura simple y una combinación digital de cuatro números. Además poseía instalado un sensor magnético que se activaba al abrirse sin autorización de un guarda.
Luego las paredes tenían sensor sísimico para evitar cualquier perforación. Tras esa puerta circular había otra enrejada a través de al cual se veía el interior de la bóveda, donde había otros cuatro sistemas de vigilancia: sensores de luz, calor, movimiento y otra cámara más.
La planificación
Notarbartolo aceptó el desafío de ganarle a la seguridad del Centro Mundial de Diamantes. Sabía que por Bélgica pasaba el 80% de los diamantes de todo el mundo y que dentro de la bóveda podía haber piedras por más de 100 millones de dólares. Comprometerse a pagar una suma suculenta a algunos especialistas para diseñar el plan y ejecutarlo era un gran trato.
Así fue como contrató a El Genio (especialista en sistemas de alarma y vigilancia), a El Monstruo (insuperable en cerrojos), a El Rey de las Llaves y sumó a su amigo Speedy, porque necesitaba alguien de extrema confianza.
Durante meses, y en base a los videos que tomaba con el bolígrafo cada vez que asistí a la boveda y de otra cámara que pudo dejar oculta en la antesala, el equipo se familiarizó con el subsuelo. Hasta que para febrero de 2003 el equipo llamado La Escuela de Turín, ya estaba preparado para dar el gran golpe.
Notarbartolo eligió el fin de semana de San Valentín y el viernes 14 de febrero se dirigió legalmente a la bóveda provisto de un spray para fijar el cabello oculto en su bolso. Una vez dentro de la bóveda, simuló guardar algo en su caja de seguridad y aprovechó para rociar el sensor de calor -que estaba sincronizado al de movimiento- para neutralizarlo. El Genio le había asegurado que esa capa de fijador iba a sacar de funcionamiento por algunas horas al sensor.
Notarbartolo abandonó el lugar y se reunió con el equipo. En la madrugada ya del 15 de febrero todos llegaron hasta un edificio lindante que compartía patio trasero con el Diamon Center en un Peugeot 307 alquilado. Salvo él, los demás se dirigieron a la bóveda, pero primero al entrar al Diamon Center por un balcón debieron superaro un sensor de calor. Para ello utilizaron una placa de telgopor. Fijador, telgopor, cinta adhesiva… todos elementos comprados en una ferretería contra los sensores más tecnológicos del mundo.
Sentado en el asiento del conductor, Notarbartolo escuchaba la frecuencia policial y recibía comunicación de Speedy desde dentro del Diamon Center.
Debido a que era fin de semana de descanso en Bélgica el edificio estaba cerrado y los operadores de las cámaras de video no miraban cuando no había clientes. Así que el grupo no tuvo problemas en llegar hasta la puerta de la bóveda. A los cinco sistemas de seguridad los vencieron con relativa sencillez.
El código de seguridad de cuatro números lo tenían anotado y lo habían conseguido de los videos que la cámara oculta había captado cuando lo introducía el guardia que acompañaba a los propietarios de los cofres. Faltaba saber si la llave duplicada por El Rey funcionaría y si el sensor magnético podía ser bloqueado.
Lo de la llave fue insólito: a un lado de la bóveda había un pequeño cuarto donde el guardia dejaba la llave original, de modo que no fue necesaria usar la réplica.
Finalmente el gran reto era el sensor magnético, pero El Genio lo resolvió sin otra idea que la de colocar una placa de aluminio cobre la parte del sensor que quedaba en el marco. La puerta se abrió con facilidad. Eso sí, antes de hacerlo, el equipo apagó todas las luces para no activar el sensor del interior de la bóveda.
El tiempo corría y la laca sobre el sensor de calor perdía su efecto. El Monstruo se apuró en forzar el enrejado y así entraron a la bóveda. El Genio fue hasta el teclado de sensores ubicado en el techo y, a oscuras, hizo un puente para desconectar todos los sistemas, mientras que la cámara de seguridad fue cubierta con una simple bolsa de nailon negra.
Recién entonces Speedy subió por una escalera, obtuvo señal para su teléfono celular y le avisó a Leonardo que ya estaban dentro.
Para reforzar la neutralización El Genió cortó con sus dientes un trozo de cinta adhesiva sobre el sensor de luz y coloco un panel de poliuretano sobre el sensor de calor y movimiento.
Quedaba solo un sensor activo, el sísmico, que podría activarse al forzar las 189 cajas de seguridad, por lo que solo usaron taladros manuales. Así estuvieron hasta las 5 de la madrugada y vaciaron 123 de las 189 cajas. Guardaron todo en grandes bolsas y simplemente salieron del edificio hasta el auto donde aún los esperaba Notarbartolo. Como fantasmas, huyeron de allí sin dejar rastros con 100 millones de dólares en diamantes, dinero y joyas.
El error
Como no había tiempo para seleccionar el contenido de las cajas, el equipo había volcado todo en las bolsas y de ese modo se habían llevado junto con los diamentes, papeles, escrituras, documentos y otros artículos sin damasiado valor.
Notarbartolo y Speedy se fueron en el Peugeot para Italia con el botín, pero tuvieron diferencias para deshacerse de lo que no fuera diamantes y pudiera comprometerlos. Leonardo quería quemarlo en Francia, pero fue convencido por Speedy de meterse en un campo y quemarlo ahí mismo. Eso hicieron, pero cuando se disponían a encender el fuego, el dueño del lugar escuchó ruidos y salió. Ellos abandonaron todo aquello junto a montículos de basura. Al día siguiente, el granjero descubrió toda esa documentación y se comunicó con la policía pero solo para denunciar que “le habían tirado basura”.
Parte de la basura arrojada en el campo.
Cuando las autoridades revisaron aquello descubrieron que había sobres y papeles del Diamond Center, por lo que de inmediato el robo quedó al descubierto.
Al analizarse toda la basura, los policías hallaron una bolsa de papel con un sandwich a medio comer y un ticket de una panadería. Los investigadores fueron al comercio y vieron las cámaras de seguridad en el horario que aparecía en el ticket. Entonces vieron a un hombre musculoso. El ADN rescatado de sandwich estableció que era de Ferdinando Finotto.
También entre la factura había una factura por la compra de una cámara portátil a nombre de un tal Leonardo Notarbartolo y una tarjeta a nombre de Elio D’onorio, un experto electricista. Tiempo después se estableció que Finotto era El Monstruo y D’onorio era El Genio.
Con un teléfono registrado a nombre de Notarbartolo se analizaron llamadas realizadas en el horario del robo y se detectaron muchas llamadas con un tal Pietro Tavano, más tarde reconocido como “Speedy”.
Con todo este avance ignorado por el equipo, Leonardo Notarbartolo decidió regresar a Amberes para reaparecer y no generar sospechas, además también para devolver el Peugeot. Durante el viaje, la policía allanó su casa en Turín y encontró pruebas del robo.
Notarbartolo fue detenido en el mismo Diamond Center horas después, reconocido por uno de los guardias de seguridad tras una alerta de la policía.
Notarbartolo durante el juicio.
Notarbartolo recibió 10 años de prisión, El Monstruo fue arrestado en noviembre de 2007 y condenado a 5 años. D’onorio, El Genio, dijo no haber estado en la bóveda sin embargo el ADN recuperado del trozo de cinta adhesiva le pertenecía y también le aplicaron una pena de 5 años.
Las llamadas telefónicas condenaron a Speedy Tavano a 5 años. El Rey de las llaves nunca fue identificado.
Notarbartolo cumplió seis años en prisión y fue liberado, pero como no compensó a las víctimas, volvió a ser detenido en 2011 hasta que completó su pena.
En la única entrevista que concedió dijo que un hombre lo había contratado para cometer el robo y que en realidad ellos habían sustraído solo 18 millones de euros. El resto de lo calculado en el robo había sido extraído horas antes para estafar a las compañías de seguro. Esto fue desmentido, ya que ninguna compañía tenía cobertura de ese tipo sobre el contenido.
Hoy Notarbartolo tiene 70 años, sus cómplices están libres y el botín, excepto una ínfima parte, jamás apareció.