Por Oscar Filippi
Tenía previsto de antemano, la visita a la localidad de Bertangles, en el Flandes francés. Localidad que está situada a solo 12 kilómetros de Amiens.
Como aviador, era una cita obligada, casi de honor, en esa pequeña villa de menos de 800 habitantes, sobre un campo sembrado de remolachas, cayó el rojo avión Fokker Dr I (triplano) del mítico aviador alemán, el Rittmeister Manfred Freiherr von Richthofen, el afamado “Barón Rojo”. El 21 de Abril de 1918 fue la fecha de su última misión de combate. Dejaba los cielos en llamas de la Primera Gran Guerra, para convertirse en una leyenda de la aviación de combate.
Visitamos su antiguo y prestigioso castillo que, en 1918, fue la sede del estado mayor australiano bajo el mando del general John Monash. Este último fue nombrado caballero por el rey Jorge V el 12 de agosto de 1918 durante una ceremonia en la escalinata de ese castillo.
En sus alrededores estaban las posiciones de ametralladoras antiaéreas de la 53ª Batería de la artillería de campaña australiana, desde donde se presume, partió el disparo que derribó al capitán, Manfred von Richthofen (el legendario Barón Rojo).
En sus dependencias de servicio (patios posteriores) se recibió el cadáver del piloto alemán y se le rindieron los honores militares correspondientes, por parte de aviadores ingleses, canadienses y australianos. Visitamos también el cementerio donde fue enterrado inicialmente, hasta su traslado definitivo a Berlín en 1925 y en el que se conserva la piedra, a modo de lápida, que identificó su sepultura y la que aun hoy conserva placas de admiración de sus propios adversarios.
El último vuelo del Barón Rojo
El capitán Manfred Albrecht Freiherr von Richthofen, se convirtió en una celebridad en la Primera Guerra Mundial como el piloto más temido por su habilidad y pericia, pero, algunos autores hablan también de su caballerosidad y estilo único hasta que, hace ahora cien años, fue derribado en el aire.
El 21 de abril de 1918, a las 10 de la mañana, el avión rojo (Fokker DR.I.) del capitán Manfred von Richthofen despegaba con su escuadrón de caza hacia el Somme, donde desde hacía un mes rugía la lucha en la que Alemania se jugaba sus últimas cartas para vencer en la Gran Guerra. El “Circo Volante” del Barón Rojo, tenía su base de operaciones en las cercanías de la ciudad de Ypres (Bélgica). En la “Batalla del Káiser”, el general Ludendorff empleaba (800.000 hombres, 6.000 cañones y 600 aviones), rompió las líneas aliadas entre Arras y La Fére, pero su ofensiva fue contenida y ambos ejércitos estaban enfangados en un forcejeo estéril y en posiciones inmóviles con miles de muertes inútiles.
Von Richthofen, con 80 derribos comprobados y, seguramente, una docena más no comprobados, era el piloto alemán más famoso y el cazador más temido por los aliados, que rezaban por no encontrarse con el “Circo Volante” del Barón Rojo, que era como se le conocía por el color de su avión y por pertenecer a la nobleza prusiana. Se contaban de él, mil gestos caballerosos a lomos de su corcel aéreo alimentados por la propaganda alemana y propagados por los enemigos en los que infundía tanto temor como respeto. Realmente, era un soldado que se jugaba la vida a diario luchando por su patria y, por tanto, trataba de derribar a cuantos enemigos pudiera, aprovechando su puntería de avezado cazador y los trucos de sus dos años de experiencia como piloto de caza, haciendo lo mismo que sus rivales, aunque él había sido más hábil o más afortunado.
Aquella mañana estaría vigilando la formación de su grupo (solían ser ocho, si todos podían volar) y valorando la situación general… Muchos años en el ejército le proporcionaban una idea muy pesimista de la contienda: el reclutamiento había tocado fondo, descendía en cantidad y calidad la fabricación de cañones y la retaguardia estaba agotada por el racionamiento.
Von Richthofen, había nacido en la localidad de Breslau, en 1892. Pertenecía a una familia de la baja nobleza campesina de Silesia (hoy, Polonia). Su padre era militar y desde niño sólo tenía dos pasiones: los caballos y la caza.
Por tanto, ingresó en la Academia de Caballería, donde se mostró consumado jinete, excelente atleta y gran tirador.
Teniente al estallar la guerra, fue destinado al Este, donde apenas intervino; trasladado a Francia, comprobó el ocaso de la caballería: las ametralladoras habían terminado con su gloriosa trayectoria y con los caballos obviamente. Se encontró cavando trincheras en Verdún, hasta que escribió a un superior: “Excelencia, no he venido a la guerra a coleccionar quesos y huevos…”. Fue destinado a la aviación. Comenzó a volar como observador, aprendió a pilotar, realizó muchas misiones como observador y en marzo de 1916, en el frente de Verdún, se incorporó a una escuadrilla, derribando un aparato francés, no contabilizado porque cayó en territorio enemigo.
Poco después regresó al frente ruso donde voló como explorador y debió aprender muy bien el oficio pues lo reclutó el propio Oswald Boelcke, el gran as de la aviación alemana. Cuando abandonó el Este, sus amigos le dijeron con envidia: “¡No vuelvas sin la Pour le mérite!”, la gran condecoración alemana. El 17 de septiembre de 1916, intervino en una «pelea de perros» (dogfight) entre su grupo y otro británico, logrando situarse tras un enemigo con un único pensamiento: “Este tiene que caer, haga lo que haga”. Fue su primer derribo comprobado; en tierra encontró los restos y a los dos tripulantes muertos, a los que se rindieron honores y Von Richthofen se encargó de pagarles una lápida.
Un mes más tarde, durante la primera batalla del Somme, cayó Boelcke, pero no hubo tiempo para lutos: el 23 de noviembre de 1916, Von Richthofen consiguió su undécimo derribo y este a costa del mayor Lanoe Hawker, jefe de escuadrón británico, con siete derribos y la “Victory Cross”. En enero de 1917 recibió la Cruz Pour le Mérite (máxima condecoración del gobierno alemán).
Caballeros, pero también Cazadores
Hay mucho de leyenda sobre los “caballeros del aire” de la Primera Guerra Mundial y ésta también afecta la realidad histórica del “Barón Rojo”.
El primer vuelo de un avión se había registrado el 17 de Diciembre de 1903, en la ciudad de Kitty Hawk (Estados Unidos de Norteamérica). Con apenas once años de edad, la aviación agregaba una nueva dimensión a la guerra, el cielo y la altura eran parte de ella. No era tiempo de “caballeros”, eran tiempos de valientes y temerarios nuevos soldados. Los aviadores eran los nuevos guerreros del cielo. Pero no solo debían volar y pelear, tenían que formular también sus propias doctrinas para una nueva forma de combate. El combate aéreo.
Sin dudas, las leyendas de caballerosidad y temeridad surgieron de aquellos que, observando los primeros combates aéreos desde tierra, viendo las peligrosas maniobras y acrobacias, cubrieron a los primeros aviadores de ese halo de caballeros con los que muchas veces se los describe. Hubo hechos si, que marcan la propia historia de aviadores que, habiendo averiado al aparato enemigo, no lo remataron y permitieron que su contrincante aterrizara y no perdiera la vida. Hubo otros hechos que, habiéndose trabado las armas del contrincante y no teniendo entonces con qué defenderse, el adversario se puso en vuelo de formación, saludó y lo dejó ir… Pero no fueron tantos como se cuenta.
La realidad fue otra totalmente, la guerra es cruel, no importante el escenario, sea tierra, mar o aire, el objetivo es el mismo, matar al adversario.
Lo cierto es que ya en 1915, cuando apareció la “munición incendiaria” en las armas de los aviones en pugna, el horror a morir quemado en el aire se hizo realidad. Aviones de “tela y madera” con tanques de combustible huecos, sin blindaje en la cabina, ni protección para el piloto, dieron paso a una realidad muy distante a la de las historias de “caballeros contra dragones”.
Lo cierto es que, de las famosas “Nueve Máximas” escritas por el aviador alemán Oswald Boelcke, se desprende que, los nuevos guerreros del aire eran netamente cazadores. Utilizaban la ventaja de la sorpresa, la mayor altura que se reflejaba al lanzarse en picado en mayor velocidad y si podían, ponían el Sol a su espalda para evitar que el adversario los viera.
Honor de fusilería
Era la escuadrilla canadiense de Sopwith Camel, el mejor caza aliado, del capitán Roy Brown, perteneciente al 209ª Squadron (antes el 9º Squadron Naval), en la que volaba el capitán británico Wilfred May. Entablan una “pelea de perros” en la que el capitán May derriba a un piloto de Richthofen, que lo advierte y se lanza detrás de May.
Despreciando su experiencia penetró en territorio enemigo y mantuvo mucho tiempo su trayectoria, tanto que en vez de cazar a May fue él mismo derribado.
Cuando su aparato cayó a tierra los soldados que lo rescataron nada pudieron hacer por su vida. Roy Brown, que había salido tras su estela, se atribuyó el triunfo, pero investigaciones posteriores indican que lo mató un disparo de ametralladora antiaérea de la 53ª Batería de la artillería de campaña australiana. Incluso, otras recientes suponen que Von Richthofen murió mientras perseguía a May, debido a su herida en la cabeza, y que el disparo que detectó la autopsia lo recibió mientras caía cuando estaba agonizando. Se veló su cadáver con honores militares y su féretro llegó al cementerio de Bertangles, cerca de Amiens, a hombros de seis capitanes británicos y canadienses. Hubo salvas de honor de fusilería y coronas de flores con dedicatorias: “Para nuestro gallardo y digno enemigo”. En ese cementerio se conserva una placa recordando el sepelio, pero en 1975, la familia logró que reposaran en Wiesbaden, al lado de sus hermanos.