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Opinión 21 de julio de 2019

¿Y si gana Alberto Fernández?

por Jorge Raventos

Las últimas encuestas -enmarcadas en la, por varias semanas, serena navegación del dólar y en la atmósfera de apertura suscitada por la incorporación de Miguel Pichetto al vértice oficialista- alimentan el optimismo del gobierno.

No es para descorchar champán, claro: todavía la casi totalidad de los estudios demoscópicos ubican al tope del podio a la fórmula Fernández-Fernández, pero la contenida euforia oficialista se basa en que el binomio Macri-Pichetto (como la imagen del Presidente) está en ascenso, mientras la pareja Alberto-Cristina luce estancada y (consideran los analistas de la Casa Rosada) enredada en su campaña.

Hay que admitir que hay allí algún desconcierto autoinfligido, pero también es cierto que muchos enredos son inducidos desde afuera. Por ejemplo, basta que Alberto Fernández intente responder alguna pregunta provocadora para que circule por redes y medios la versión de que el camorrero es él: “Volvió a irritarse con un periodista”, sentenciarán los titulares. Hazte fama y échate a dormir.

Evidentemente, Fernández tendría que permanecer en silencio para que (al menos) ese tipo de cuestionamientos no lo golpee, pero no se puede hacer campaña sin hablar. Y mucho menos él, que también tiene que afrontar la sospecha de que no es el dueño de las definiciones en la fórmula que encabeza. Es un dilema.

F-F: por ahora, primeros

De todas maneras, enmarañados y a menudo contradictorios, los Fernández siguen primeros y, pese al discreto vaticinio optimista del oficialismo, podrían ganar en octubre. Inclusive, si se dan ciertas circunstancias, podrían imponerse en primera vuelta.

¿Cuáles circunstancias? Una: que se agudice la polarización y que virtualmente desaparezcan en octubre las fuerzas políticas menores. Si hoy entre el oficialismo y el binomio F-F concentran alrededor del 80 por ciento de la intención de voto, alcanzar (o superar) el 85 por ciento implica que el primero seguramente pase el 45 por ciento, lo que cancela la necesidad de ballotage. Vale la pena recordar, además, que los porcentajes en octubre se calculan, no sobre el total de votantes (como sí ocurrirá en las PASO), sino sobre una base más pequeña porque los votos en blanco son excluidos.

No está de más, por lo tanto, preguntarse: ¿qué pasaría si la fórmula que supera el 45 por ciento es Fernández-Fernández? ¿Qué pasaría si gana Alberto Fernández?

El secreto del conurbano

El oficialismo tiene un punto vulnerable: el conurbano bonaerense. Allí las encuestas muestran los guarismos más bajos para la imagen presidencial y para la intención de voto por su boleta. No es poca cosa: de cada 100 votantes del país, 20 están en el conurbano, en esos 24 partidos que flanquean a la Capital Federal en tres cinturones y agrupan un 65 por ciento del total de la población provincial. En ese mundo abigarrado, en muchos casos hacinado, sin servicios y con los mayores índices de inseguridad e insalubridad, es notable la fortaleza en intención de voto que registra Cristina Kirchner. Incluso desplazada del poder, con el cerco judicial determinado por su gestión y el cotidiano recordatorio de los medios masivos sobre esos hechos, ella mantiene su fuerza electoral principalmente en ese conurbano.

Lo que interesa es preguntarse por qué el conurbano mantiene masivamente su respaldo.El fenómeno parece indicar que esos sectores encuentran todavía en ella un instrumento para proyectarse al escenario de la política nacional. Más allá de las opiniones, importa entender que ese voto expresa la esperanza del conurbano bonaerense en dejar de ser una cápsula encerrada en la indiferencia, una esperanza que el gran esfuerzo realizado por la gobernadora María Eugenia Vidal todavía no ha colmado.

Muy fuerte en la tercera sección electoral, el conurbano Sur, la señora de Kirchner le garantiza allí un diferencial significativo a la boleta que encabeza Alberto Fernández. Aunque menor, la ventaja también se observa en el conurbano Norte y Oeste, la primer sección electoral bonaerense, donde el oficialismo (al día de hoy) no repite las buenas cifras que consiguió en 2015 apalancado en los partidos más acomodados de la región (San Isidro, Vicente López, San Fernando).

El duelo Vidal-Kicillof

La elección bonaerense, tan influida por el voto conurbano, conlleva para el oficialismo el riesgo de que la gobernadora María Eugenia Vidal caiga en octubre ante Axel Kicillof, el “candidato marxista”, como lo definió Miguel Pichetto. La gobernadora, que mano a mano derrotaría con comodidad a Kicillof, se ve perjudicada electoralmente por la baja imagen de Macri, que encabeza la boleta de Juntos por el Cambio. Ella necesita un inédito corte de boletas en su favor para compensar ese handicap que otorga a su rival.

Kicillof no es un candidato surgido de la provincia, sino de la decisión de la señora de Kirchner. Ella lo impuso a los intendentes de su línea y ahora Kicillof procura ganar la buena voluntad de ellos, que en muchos casos están tentados de facilitar el voto por Vidal en la categoría gobernador.

A diferencia del magro debate que las principales fuerzas ofrecen en el nivel nacional, Kicillof incorporó -esbozó, más bien- una propuesta importante para la provincia: la de regionalizar y descentralizar política y administrativamente el gobierno de un distrito que reúne diferentes realidades, contiene casi la mitad de la población del país y gestiona los servicios (la educación, por caso: 350.000 docentes) desde La Plata.

La posibilidad de descentralizar y de llevar la autoridad encargada de la gestión directa lo más cerca posible de los ciudadanos sería una contribución a la participación y el control ciudadano, a una administración más dinámica y eficaz y también al despliegue de las identidades regionales. El peso abrumador del conurbano sobre el conglomerado provincial termina influyendo perversamente sobre un Estado centralizado, relativizando y minimizando tanto las potencialidades como las necesidades y los rasgos característicos de otras zonas de la provincia.

¿Será posible encontrar algún punto de consenso como ese entre el gobierno de María Eugenia Vidal y la posición que sostiene a Kicillof?

En rigor, el candidato opositor se beneficia con el capital electoral que conserva la señora de Kirchner.

La provincia de Buenos Aires vuelve a ser clave en la elección general. Así como la victoria de María Eugenia Vidal fue clave en la recuperación de Mauricio Macri en el ballotage cuatro años atrás (Macri había perdido ante Scioli tanto a la luz de las PASO como en la primera vuelta), esta vez una eventual victoria de Kicillof podría jugar un papel análogo en beneficio del binomio FF. Si tal cosa ocurriera, los estrategas de la Casa Rosada se verían instados a revisar la decisión de presionar a la gobernadora a unificar la elección provincial con la nacional.

¿Y si ganan?

Pero, entonces, ¿qué esperar si Fernández termina victorioso en la elección presidencial. Los analistas cercanos al gobierno ofrecen hoy dos respuestas combinadas. La primera es que Fernández será desbordado en sus decisiones por la dueña del mayor caudal de votos y que será ella la que gobernará en realidad.

La segunda opción dice que, si Fernández intentará ejercer efectivamente la presidencia, sobrevendría una crisis, producto de las tensiones entre la presidencia y “los votos”, es decir, la señora de Kirchner y sus sectores más afines.

Se trata de una mirada sesgada. En la Argentina la figura presidencial tiene por tradición y por lógica institucional un poder que es difícil de conmover si quien la ejerce muestra decisión para hacerla respetar y no la debilita con su propia conducta.

Los votos son fundamentales para llegar al gobierno, pero para gobernar es necesario algo más: hay que articular una base amplia, no integrada únicamente por las propias filas, sino por sectores sociales y económicos e inclusive por muchos que electoralmente estuvieron enfrente.

Aunque en términos de votos la señora de Kirchner es la figura principal de su fuerza, en términos de influencia y de apoyaturas, las cosas no son tan así: muchos gobernadores, intendentes, senadores, direcciones gremiales recién empezaron a activarse cuando ella se replegó a la candidatura vicepresidencial y designó a Alberto Fernández como titular de la boleta. Allí se nota allí una base propia de Fernández.

Por otra parte, no hay retorno posible al kirchnerismo que el país conoció y soportó durante doce años. Esa es una realidad que tiene peso propio.

Algo que quisiera parecerse a aquel kirchnerismo se encontraría en situación de aislamiento regional y mundial: la atmósfera teñida de chavismo en la que los Kirchner prosperaron se ha desvanecido. En Brasil hoy gobierna Jair Bolsonaro, por ejemplo. En rigor, inclusive a un político que quiere moverse hacia el centro y desplegar un discurso sensato, como Fernández, le resultaría difícil moverse en una región donde está cada vez más presente la constelación Bolsonaro-Trump, y en un campo interno en el expresiones políticas y mediáticas muy activas sospechan, sea de sus posibilidades, sea de sus intenciones.

La fórmula Fernández-Fernández de Kirchner puede ganar. Pero gobernar le resultaría más difícil de lo que fue este período para Macri.

Para gobernar -cualquiera sea el titular de la Casa Rosada- se necesita una base amplia de apoyo y una política que no vaya a contramano del mundo. Macri, con el puente finalmente tendido al peronismo republicano, está cursando una asignatura pendiente. Fernández, si llegara a vencer, tendrá que rendir rápidamente todas las materias.