Viaje a las raíces de la Provincia: “La intuición ha sido mi copiloto”
El periodista Leandro Vesco recopila en su último libro diez años de travesías por los caminos rurales bonaerenses, entre las pulperías que resisten al progreso, pueblos perdidos que no aparecen en los mapas y tierras en las que solo queda un puñado de habitantes arraigado a sus costumbres.
El periodista Leandro Vesco.
De las mil pulperías que hasta el Siglo XIX funcionaban en la Provincia de Buenos Aires, en 2019 quedan apenas 50. Caminos perdidos y pueblos lejanos que no aparecen en los mapas; aldeas marítimas y tierras en las que solo resiste un puñado de habitantes. Ese recorrido íntimo atravesado por las costumbres argentinas más arraigadas es el que propone el periodista Leandro Vesco en su libro “Desconocida Buenos Aires” que resume recónditas historias de vida recogidas en más de 250 viajes por el interior de la provincia.
Con prólogo de Mario Markic, el libro publicado por Editorial El Ateneo salió al mercado en noviembre y en pocas semanas se agotó, por lo que se encomendó la impresión de otros mil ejemplares. Su autor, redactor del diario La Nación y presidente de la ONG “Proyecto Pulpería”, habló con LA CAPITAL del trabajo y las experiencias que desencadenaron en esta publicación.
“Desconocida Buenos Aires” reúne los últimos diez años de viajes de Leandro Vesco por los caminos rurales de la Provincia de Buenos Aires, quien combinó el trabajo con el placer para recorrer todos los pueblos y pulperías.
-¿Cómo surge la idea de volcar estas experiencias en un libro?
-Era inevitable que todo este recorrido se materializara en un libro en algún momento. El libro relata historias de personajes, pulperías, pequeños pueblos, aldeas marítimas; lugares donde conocés una Provincia que no se difunde en los medios, que no está en agencias de publicidad ni de turismo, pero que forman parte del ser bonaerense.
-¿Qué protagonismo tienen las historias de vida de los habitantes de estos pequeños pueblos?
-El libro parece que tuviera personajes salidos de la ficción, pero son personas de carne y hueso que se despiertan todos los días en esta Buenos Aires desconocida. Está la historia de Pedro Francisco, el último repartidor de leche en carro en el partido de Villarino; o de Pedro Meyer, el último y único habitante de Quiñihual; hay historias mínimas, 60 en total, que son recorridos que planteo.
-Es interesante el desafío de salir a recorrer caminos sin un GPS, hasta donde te lleve la intuición.
-Al programar un viaje uno tiene un destino certero. Pero al empezar a transitar estos caminos sin señales, la intuición tiene un papel preponderante porque también te vas desviando y perdiendo. Sentirse extraviado es algo que nos cuesta experimentar, porque en esta época donde está todo programado, no saber dónde estamos es interesante para agudizar la intuición, que ha sido mi copiloto y he terminado en un pueblo distinto, una pulpería, un gaucho que te muestra la camaradería propia del bonaerense.
-¿Cómo es ese recorrido por las aldeas marítimas de la Costa Atlántica? ¿Qué descubriste?
-El libro está dividido en seis partes. En “Aldeas marítimas” se cuenta que hay preconceptos sobre la Costa Atlántica y solo se conoce una pequeña porción, pero de Necochea hasta el Partido de Patagones hay pequeños pueblos con muy pocos habitantes que viven a orillas del mar. Está la historia de Pocitos, donde 40 habitantes viven de la pesca de ostras; o de La Chiquita, la playa más solitaria con solo 4 habitantes. Y cerca de Mar del Plata está Los Ángeles, un lugar virgen, agreste, donde viven 20 habitantes durante el año. Todo esto configura una Costa Atlántica diferente.
-¿Qué papel juega la hospitalidad y la camaradería en estos destinos?
-La hospitalidad bonaerense es uno de los rasgos más importantes. Muchos pueblos no tienen tren y hay caminos en muy mal estado, pero la familia sigue trabajando, apostando a una pulpería o a una huerta orgánica. Siempre encontré las puertas abiertas. Muy pocas veces tuve que alojarme en un hotel o comer en un restaurante. El asado siempre está presente, como la picada o el aperitivo, que persiste y es una ceremonia y un punto de encuentro.
-¿Cómo son las pulperías del siglo XXI?
-La pulpería en su origen fue una red de comercio que posibilitó la extensión de la frontera y la creación de los pueblos. Posibilitaban que se hospedaran personas, que se convocara a los inmigrantes; la pulpería originó pueblos como Azul, Bolívar o Tapalqué. Además de poder comer y tomar algo, allí se pagaban los sueldos de los gauchos, era la estafeta postal, existía el telégrafo y después el teléfono. Reunió al gaucho con el estanciero, pero también al indio y al soldado. Fue un lugar de contención. Las que quedan hoy se abren a la gastronomía, a los sabores, a experimentar comidas que preparaban nuestras abuelas y ofrecen un menú muy rural y campero.
-Después de este gran recorrido por la Provincia, ¿sentís que en el interior de Buenos Aires conviven diferentes “mundos”? ¿Persisten costumbres que parecerían de otros tiempos, verdad?
-Los pequeños pueblos están muy escondidos en mapas que no los nombran. Estar escondido a veces hace que la identidad se preserve. Muchos se abrieron a los visitantes sin perder la personalidad y la impronta de sus tiempos. En una vida tan vertiginosa como la de las ciudades grandes, en estos pueblos hay que bajar un cambio necesariamente, disfrutar de una caminata, convivir con la dinámica propia que es nutritiva para el alma, porque muchas cosas que hemos perdido en estos pueblos se viven todos los días.
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