Verano riego
Por Nico Antoniucci
Enero, el cuerpo celeste llamado Tierra, el tercero de ¿8 o 9? Planetas (contando o descontando a Plutón, que debió abandonar la casa de Gran Hermano, el Sol, por considerarse un planeta enano). Nuestra Nave Tierra en estos días entra, para los que estamos al sur de la línea del Ecuador, en el solsticio de verano, el día más largo del año y el período llamado “Canicular” debido que el orto helíaco de sirius se produce en esa fecha, coincidente con la de las más altas temperaturas del año. Sirius, o Sirio es la estrella alfa de la constelación Canis Maior o Can Mayor, de aquí que los Romanos denominan canicula a este período y le da la etimología a esta palabra con el significado que hace referencia a “un calor del carajo”.
En el reino vegetal, sin tanto vino tinto y astronomía (ni tampoco astrología), las plantas también lo notan. Y en una tierra como la nuestra – cuyo jardines son cultivados con más de un 95% de plantas exóticas, es decir, de otras partes del mundo con climas distintos – es un problema. Esto es porque cada región fitogeográfica de donde son originales esas especies tienen regímenes meteorológicos distintos al de nuestro clima y sí o sí requieren de ayuda artificial, por lo menos los primeros años hasta que desarrollan un sistema radicular lo suficientemente extenso para encontrar agua suficiente en el suelo para abastecer sus necesidades. Y cuando regamos viene la solución al problema de la hidratación pero, como en todo, otras variables se desajustan.
Siempre se dijo que el agua de lluvia es divina, es un acto de Dios. Luego la ciencia le dio otro marco a esta definición pero llegando a los mismos celestiales resultados y aquí es donde hay que detenerse para entender. El agua de lluvia es agua destilada producida a través del proceso de evaporación, por lo que su pureza y características químicas son óptimas. En cambio el agua de napa tiene un arrastre de minerales que con el tiempo resultan tóxicos para las raíces, como la cal. Si al agua de napa le sumamos el cloro que se inyecta en el sistema de agua de red, le sumamos el sodio, es decir la sal, del hipoclorito de sodio. La tierra actua como una esponja acumulando estos minerales, sumándolos en cada riego, hasta que la acumulación de ellos comienza a intoxicar las raíces y la planta comienza a manifestar los síntomas en la pigmentación de las hojas y luego con lesiones, generalmente en las puntas de las hojas primero, y en el tallo luego.
otro de los resultados colaterales del riego es la alteración de la microbiología del suelo, que es sumamente necesaria en el proceso en las raíces de captación de nutrientes y agua. Ante el bombardeo permanente de minerales calizos también modifica su medio sustentable y tienden a ir desapareciendo y complicando más aún la subsistencia de la planta.
pero regar hay que regar, porque los daños que genera la falta de agua en las plantas puede ser mucho pero que estos daños colaterales producidos por el bombardeo de agua que se requiere en esta época.
¿qué debemos hacer para mitigar los daños colaterales? La pérdida de hongos y bacterias benéficas puede compensarse inoculando esporas, es decir, regando el suelo con productos específicos que contengan micorrizas y trichodermas para recomponer las colonias microbiológicas benéficas. También el aporte de biofertilizantes es necesario, ya que el riego genera el lavado de nutrientes químicos y el uso de fertilizantes sintéticos desertifica el suelo. Además de lavado podemos sufrir erosión de partículas físicas como la arena, volviendo el perfil más arcilloso y complicando las funciones de evapotranspiración e intercambio gaseoso. Entonces recomendamos aportar arena DULCE, es decir, arena de río o de médanos lejanos al mar e incorporarla al perfil de suelo vegetal o tierra negra mediante punteo con pala de punta. La alcalinización del suelo puede moderarse mediante el riego de sulfato de hierro disuelto en agua. Esta práctica, además de nutritiva es correctora de pH (medida de acides) y neutralizamos así el efecto alcalino del agua de pozo o agua corriente, en el caso de las ciudades que la obtengan de las napas.
En los jardines cultivados en el suelo todos estos efectos son menos notorios ya que interfiere una riqueza de variables que mitigan el efecto del agua corriente, pero donde se ve de forma exagerada es en las macetas, sobre todo en cultivo de plantas de interior y otras acidofilas (amantes del medio ácido) como jazmines, hortensias, azaleas y camelias. Aquí si pudiéramos evitar el agua del grifo sería ideal. Podemos cosechar agua de lluvia, poniendo recipientes bajo canaletas y en las caídas de los techos. Eso sí, se requiere un manejo responsable para no dar oportunidad a las larvas de mosquitos, por lo que luego de la lluvia hay que tapar o almacenar la cosecha de agua en un sitio adecuado. Otra manera puede ser dejando reposar en un recipiente para que se deposite la cal en el fondo y se evapore el cloro. Es importante que al tomar agua del recipiente no generar una correntada que vuelva a mezclarlo. Nada de esto es necesario si la casa cuenta con un buen equipo ablandador de agua o de osmosis que si instalan en las nuevas construcciones.
Por último no menos importante, debemos aprender a regar. Y no solo aprender que no debemos regar sobre mojado manteniendo la humedad permanente porque eso trae patógenos fúngicos sino a no causar daño físico. Si, querido lector, las plantas se han adaptado para recibir el agua en forma de lluvia y no de chorros furiosos (salvo las que crecen a la vera de cascadas y cataratas, claro). El suelo es un tejido de componentes físicos, químicos y biológicos que en su estado natural siempre tienen un recubrimiento orgánico vivo, como césped o cubresuelos, o muerto, como hojarasca y resaca por ejemplo. Por ende el agua acostumba a penetrar al mismo de forma suave y lenta. Las gotitas de lluvia, que no son chorros furiosos, primero golpean sobre alguno de estos recubrimientos para desacerar su caída libre desde la nube y entrar a la tierra de forma que no erosione el suelo destruyendo su equilibrio. Entonces cuando preparamos nuestros canteros y macetas debemos tener las mismas contemplaciones que la natura, cubriendo el suelo de alguna manera con elementos que no alteren químicamente la tierra. Para ello elegimos canto rodados o piedra lavada, por ejemplo o corteza de pino si no es que preferimos alguna planta tapizante que cubra toda la superficie del suelo. Éste no puede quedar a la vista. También tendremos cuidado de la forma que regamos con una manguera o regadera, por ejemplo, debemos colocar siempre un difusor que haga lluvia fina, que a la palma de la mano haga una suave cosquilla y no un chorro directo. Si la presión de la bomba es tal que no así se pueda moderar, haremos una arco apuntando hacia arriba y de esa manera lograremos una desaceleración adecuada del agua.
Mitos del agua
Regar al medio día es perjudicial por el efecto lupa. Falso. Si bien no es lo ideal, como ya dijimos, el peor efecto de regar o no regar es la deshidratación. Es un efecto indeseable que debemos evitar a toda costa. Si es urgente: se riega. Si se puede evitar el horario, se lo evita. Pero nunca a costa del sufrimiento de la planta
Sacar las plantas de interior cuando llueve: Verdadero; siempre y cuando la temperatura del exterior lo permita y no nos cree un shock térmico a nuestras plantas. Las plantas de interior necesitan el agua de lluvia no solo por su calidad química sino también por el estímulo en sus hojas y hasta para el lavado higiénico de su follaje, ya que los golpecitos de las gotas remueven la lámina de polvo que se deposita sobre ellas e interfieren el proceso fotosintético y de respiración y traspiración.
Hervir el Agua: falso. El agua hervida solo concentra la cantidad de cal que no logra evaporarse en el recipiente. Ahora, si captáramos el vapor y lográramos recolectarlo y que vuelva al estado líquido, entonces sí obtendríamos un agua libre de cal.