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Deportes 9 de diciembre de 2018

Memorable, miserable

Por Vito Amalfitano

Se subieron cuatro veces al 29 repleto, dos días seguidos. Y no fue para ir a laburar. Pusieron cuatro veces la Sube, casi 60 pesos de crédito.

Con la Sube no se llega a Madrid. Ellas y ellos se subieron a esos colectivos para estar nada más y nada menos que en la final de la Copa Libertadores más importante de la historia. Les robaron el partido, se lo sacaron. E igual se fueron en paz. Ellas y ellos merecen más que nadie lo que solo pudieron disfrutar a la distancia, a través del televisor. Les robaron una fiesta que era de ellos. Igual la celebran como hinchas genuinos.

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Los pliegues de la historia son caprichosos. Hasta en los hechos y los personajes más célebres hay contrastes y grises. En las páginas más negras, hay tiempos blancos. Hasta las peores tragedias y los más cruentos episodios rescatan héroes. Hasta los momentos más sublimes tienen sus miserias. Y al revés.
Se acaba de resolver la final más esperada y más extraordinaria de la Copa Libertadores, uno de los dos torneos más importantes de clubes del fútbol mundial. Pero a la vez se definió la Copa Conquistadores de América. Un momento sublime. Y también miserable.

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La Selección Argentina fue campeona del mundo por primera vez en 1978. En un país dónde el fútbol se respira y se siente con una sensibilidad muy especial, justo tocó el momento más esperado en el tiempo más tenebroso. Argentina tiene dos títulos mundiales en su historia, y eso no se borra nunca más. Aquel equipo fue estigmatizado, pero sus héroes no tuvieron la culpa de haberse consagrado en dictadura.
Nada es comparable a aquel contraste. Sobre todo para quienes celebramos ese 25 de junio en las tribunas de la cancha de River mientras silbábamos al dictador. Solo se cita aquel hecho a manera de exagerar la explicación sobre los caprichos de la historia.

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Aun con la vergüenza que se vivió en el último mes con la Superfinal de la Copa Libertadores, queda claro que hay que relativizar siempre las definiciones. Nada tan cruento y tan memorable como aquello.
Pero esto es memorable también. Y es miserable a la vez. Todo quedará guardado en la memoria. El River campeón, Real y Gallardo campeón. De la Copa más deseada. El que mejor la jugó. Y también se recordará como la final de América que se tuvo que disputar en Europa, porque acá las autoridades de seguridad no supieron custodiar un micro. Grotesco. Y después perverso. Y miserable. Quedará guardado en la memoria que se olvidaron de la gente, de los 60.000 hinchas que fueron en paz a la cancha dos días y después tuvieron que soportar que el partido, para el que sacaron entrada y se tomaron cuatro veces el 29 colgados del estribo, se lo llevaran a más de 10.000 kilómetros y dos mil dólares de distancia.

Miserables los que pusieron en subasta un sentimiento profundo y una historia de épica y gloria. La Copa de Pelé, Bochini, Francescoli y Riquelme, “El Pity” Martínez. La vendieron al mejor postor o al que más respondió a sus intereses. Las autoridades cuyos subordinados no supieron custodiar un micro no tuvieron pudor siquiera en que ese mejor postor sea justamente un amigo íntimo, socio en negocios millonarios.

Miserables los que dieron la palabra, que ya sabíamos que valía menos que un patacón. Los que especularon con los sentimientos de la gente, impostaron enojo y después se abrazaron para un programa de televisión. Igual, eso fue de lo más auténtico de este patético sainete. Mintieron durante un mes, lo tenían que coronar en el programa de los domingos a la noche que es el monumento a la mentira.

Los futbolistas fueron lo más sano entre tanta pudredumbre. Brindaron un gran espectáculo en la Bombonera. Fueron hidalgos titanes ayer. Y River selló la Copa con dos goles llenos de fútbol que sirvieron para dar vuelta el resultado.

Los jugadores, lo más sano sí. Pero tampoco absolutamente inocentes. Fue genuino lo que brindaron en la cancha, en esta doble final interminable, pero no tomaron conciencia, o no quisieron tomarla, de que sin ellos no se consumaba el robo del siglo. Si ellos se plantaban y no viajaban no había Conquistadores de América y seguía siendo Libertadores. Suena utópico. Se entiende que una decisión así les hubiera condicionado la vida. La historia también está llena de héroes accidentales, no necesariamente los más valientes en cada batalla.

Los de más coraje siempre son los del colectivo 29 que va a la cancha de River, o los del 10 que pasa por la Boca. O los del 73 que va al Minella. Los héroes anónimos a los que ya les robaron muchas cosas y ahora también una final.



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