Una pregunta para Marie Kondo
El orden de las cosas, el ejercicio de soltar, la búsqueda de la felicidad. Está todo bien con esos conceptos, funcionan para vender libros y una serie. Ahora bien, hay un punto vital que la japonesa pasa por alto.
por Agustín Marangoni
Proponer una reflexión sobre el orden y el desorden en la vida cotidiana fue una jugada astuta. Hay pocos temas tan masivos y tan poco trabajados. Bien por Marie Kondo que hizo estallar por los aires el mercado editorial con su libro La magia del orden, y, en las últimas semanas, movió todos los engranajes mediáticos del mundo con el lanzamiento de su serie en Netflix ¡A ordenar con Marie Kondo! De corazón, felicitaciones. Salvo por un detalle a la pasada. Su propuesta es superficial y no se involucra con el problema de fondo: la epidemia del consumo innecesario.
Ella da consejos geniales para doblar medias, hacer lugar en las alacenas de la cocina y preparar la casa para el nacimiento de un bebé. Pero en ningún momento se pregunta por qué llegaron ahí todas esas cosas que ahora sugiere tirar, soltar en la búsqueda de la felicidad, la construcción de espacios vacíos y todo ese discurso mágico que evita poner en crisis la pulsión de una sociedad que entrena a las personas para comprar y acumular objetos, sin detenerse en lo que compra y acumula. Marie Kondo, con una sonrisa encantadora, te dice que lo tires, que lo dejes ir. Faltan preguntas en su arquitectura conceptual.
En las casas de principios del siglo veintiuno hay, en promedio, diez veces más de cosas que en las casas de principios del siglo veinte. Porque la oferta del mercado es infinitamente superior y está acompañada por estrategias de manipulación efectivas. Un ejemplo puntual: hace treinta años, el 40% de los hogares tenía un televisor color. Hoy, el 70% de los hogares tiene uno por cada integrante de la familia. Se calcula que entre el 3 y el 7% de la población mundial sufre de una adicción al consumo desmedido, la cual arrastra consecuencias graves. Más allá del endeudamiento feroz en las economías familiares, el consumismo –consumir consumo, cuando ya ni importa el qué– contamina el medio ambiente, alimenta el sistema financiero especulativo, acelera los circuitos de producción a escalas insalubres para los trabajadores y lastima la salud de los consumidores. Los deprime, los estresa. Incluso los mata, en la obligación tácita de trabajar más para ganar más para consumir más cosas que no les hacen falta.
Sobre el final de esa cadena del capitalismo más salvaje aparece Marie Kondo a deslizar consejos sobre tirar, soltar y buscar felicidad. El orden comienza con la formación de un consumidor racional. Kondo no lo dice, porque su producto es funcional al mercado de consumo.
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