Una novela distópica de José Supera que serpentea entre “Black Mirror” y la realidad
“Uno no escribe para tener más amigos, uno escribe para quedarse cada vez más solo”, dijo el autor de una novela en la que el protagonista trabaja de escribir y vender perfiles de personas muertas en plena realidad pandémica.
El autor platense José Supera / Foto: Florencia Downes.
Por Josefina Marcuzzi
En una novela que oscila entre la distopía y la ciencia ficción, el autor platense José Supera plantea una realidad pandémica en donde el protagonista trabaja de escribir y vender perfiles de personas muertas, un relato que despliega una atmósfera de cierta melancolía en torno a los lazos afectivos y las identidades trastocadas: “Uno no escribe para tener más amigos, uno escribe para quedarse cada vez más solo”, sostiene el autor.
Comprar perfiles de redes sociales. Elegir uno, pagar una suma por él, apropiárselo, adoptar una identidad a partir del acceso a las redes sociales de otros y otras. ¿Un futuro posible o un capítulo de la nueva temporada de la serie “Black Mirror”? Podría ser una cosa u otra o incluso ambas, pero ante todo es el escenario de “Terciopelo”, la novela editada por Metalúcida.
En “Terciopelo” hay destellos de obras clásicas como “Farenheit 451” y “1984”: un Estado omnipresente que controla todo, mecanismos de seguridad con aires foucaltianos, un relato melancólico que despliega cierta oscuridad y sombras que devienen fantasmas de las personas que ya no están.
José Supera es escritor y periodista y jugó casi la mitad de su vida al rugby; en la otra mitad se dedicó a la literatura. Publicó las novelas “La resurrección de la carne” (2011), “El chimento atómico” (2012), “Los desiertos” (2014) y “Limpiavidrios” (2015), que obtuvo la primera mención del Concurso Nueva Novela de Página/12, ocasión en la que forjó un vínculo con la escritora Aurora Venturini.
“Terciopelo” es una historia que transcurre durante una pandemia en donde quienes sobreviven pueden fusionarse con la vida de las personas que murieron. Una realidad no tan difícil de imaginar ante los escenarios que trastoca la inteligencia artificial, quizás posible en el corto o mediano plazo. Se vuelve así una novela que reflexiona sobre los límites con los que se topa el consumo dentro de un mundo capitalista, y sobre la identidad como bien de mercancía y objeto de deseo. Las personas (los personajes) de “Terciopelo” pueden elegir quién ser.
Entre otras obras, Supera recupera “El desierto y su semilla”, de Jorge Barón Biza, como una de las novelas que más le impactó de la literatura argentina. Reivindica, una y otra vez, el consumo del arte, específicamente de la literatura, como una operación que debe generar displacer. “Me interesan las obras que me incomodan, como las películas en las que por un instante uno quiere pararse e irse, pero no lo hace porque ya estás metido ahí”, dice. “Terciopelo” es, entre otras cosas, una lectura incómoda.
-En una entrevista dijiste que considerás que esta historia se acerca más a una utopía que a una distopía. El clima del libro me generó algo más cercano a lo segundo. ¿Por qué definís esta historia como utópica?
-En realidad sí es una distopía, en los términos teóricos de lo que es una historia distópica. La distopía plantea un futuro que no es lo que queríamos, algo oscuro, que un poco se fue a la mierda. La utopía es más idílica. Pero yo creo que lo idílico está en este mundo construido en “Terciopelo”: nosotros como seres consumidores, humanos depredadores de las redes, en el fondo estamos buscando eso. Entonces, ¿por qué no es una utopía ese futuro negro y enroscado? ¿O una utopía siempre es luminosa? Una utopía es lo que uno o la sociedad piensa como lo idílico. Y creo que estamos buscando un poco eso: creo que la gente se volvería loca si pudiera comprar perfiles de redes sociales. Esta es una novela sobre el consumo desmedido, una novela sobre el capitalismo: ya no vamos a saber qué comprar en un futuro y vamos a terminar comprando la vida de otros.
“Terciopelo” es una historia que transcurre en una pandemia en donde quienes sobreviven pueden fusionarse con la vida de las personas que murieron.
-Uno de los temas centrales de la historia es la identidad. Hay una operación en donde este rasgo está trastocado, se vuelve como una suerte de mercancía, un objeto de deseo y también un objeto de crisis para los personajes. ¿Con qué sentidos pensaste esta línea narrativa?
-Creo que se está perdiendo cada vez más la identidad, en todos los países cada vez somos todos más iguales. Las marcas hacen que los sujetos de consumo estén cada vez más parecidos entre sí: quieren un IPhone, quieren vacaciones en tal lado, quieren Amazon. Nos estamos tornando una sociedad muy igualitaria, homogénea. Nos estamos igualando. Y se está perdiendo, así, la identidad particular. Eso, por un lado, y por otro me parecía interesante reflexionar sobre la transformación que nosotros perpetuamos dentro de la virtualidad. Que la vida va a pasar por ahí, o incluso ya pasa por ahí para mucha gente. El planteo general es que nos estamos manipulando mucho: somos primero en lo virtual y después en la realidad. Entonces el plano real se vuelve cada vez más débil, más frágil. Por eso la novela plantea volver a lo tangible, lo táctil: estoy un poco cansado de que la literatura, y también la realidad, sea narrada a través de la imagen y del sonido. En Instagram todo pasa por la pantalla, estamos todo el tiempo mirando a la luz.
-De hecho, en “Terciopelo” hay mucha referencia a las pieles, a las telas…
-Sí, es una novela táctil. En lo visual hay muchas cosas que se pierden: lo dicho y lo no dicho, el pensamiento, lo táctil. El olfato, el gusto de las cosas. La mayoría de los recuerdos narrados en la literatura están narrados desde lo visual, por eso me parece que está bueno proponer algo nuevo.
-¿Qué autores o libros funcionan como referencia para esta obra, y a su vez para dialogar con ella?
-Uno evidentemente escribe estas cosas porque leyó a gente que le inspiró. “Ornamento”, de Juan Cárdenas, es una novela que me encantó, es de ciencia ficción y me sentí muy identificado con su escritura. Es un futuro que es ahora, y es espectacular. También Margaret Atwood, que es… Messi. “El cuento de la criada” es una cosa increíble. Otro que me resulta bien retomar es “Plop”, de Rafael Pinedo. Una novela muy futurista, una historia en la que se vive como animales, se vuelve como a algo primitivo. Muy interesante. De todos modos, no siento que “Terciopelo” “le conteste” a ninguna de esas, tampoco.
Foto: Florencia Downes.
-Hay algo del clima muy evidente en torno al encierro y al aislamiento que sufren los personajes ¿en qué dimensiones hay una línea narrativa vinculada con la pandemia que vivimos en 2020 y 2021?
-Escribí en un momento donde no se podía salir, donde uno no podía verse con amigos, ni tener cable a tierra, ni salir a respirar. Todo eso estuvo metido ahí, es una novela muy de lo que me estaba pasando en el cuerpo y en la cabeza. Empecé a escribirla a fines de noviembre de 2019, y después la pandemia la resignificó. Es una historia que yo creía que iba para un lado y terminó yendo para el otro. Y eso está bueno en el acto creativo. Tener una hoja de ruta que en algún momento se modifica. En eso hubo disfrute, por más que sea una literatura oscura y poco amable. El acto creativo tiene eso: el hecho de poder sorprenderse a uno mismo y llegar a conmoverse. Y si yo me conmuevo, puedo conmover al otro, al lector.
-Otros de los temas muy presentes es el lenguaje. Hay una crisis en torno al uso de las palabras, de las expresiones, y a su vez el narrador reflexiona en varios momentos sobre su relación con la escritura. ¿Cómo se incluye y se piensa esta dimensión?
-Es todo súper auto-referencial. Hay una realidad sobre el acto creativo y es que a veces es tedioso. A veces añoro estar en una oficina haciendo todos los días lo mismo. Yo laburé mucho tiempo en una agencia de publicidad, trabajando en creatividad. El acto de buscar todos los días algo nuevo para decir y que no se haya dicho de esa forma es algo muy tedioso y angustiante. Entonces estoy muy contento con la inteligencia artificial y creo que la próxima novela la escribirá el chatGPT (risas). Todo el tiempo uno está ahí, y tiene que poner sus fantasmas, las cosas que no le gustan, las cosas que le molestan. En el proceso creativo hay placer y displacer y a veces uno la pasa muy mal, pero una vez publicada la novela, uno se siente completo. Uno no escribe para agradar ni para hacer amigos, uno escribe para quedarse cada vez más solo, al contrario de lo que se piensa. Creo que eso es lo más honesto.
Foto: Florencia Downes.
Los recomendados de José Supera para pensar las distopías
Distopías, ciencia ficción, mundos extraños y algo más: en este recuento profundizamos sobre las historias y los detalles de los libros recomendados por el autor de “Terciopelo”, obras que le sirvieron como corpus para imaginar el mundo creado en su propia novela.
–“Ornamento”, de Juan Cárdenas. Relata la historia que transcurre en un laboratorio colombiano, donde se ha descubierto una droga recreativa sintetizando el principio activo de una flor autóctona. La droga, que produce «una suerte de éxtasis», tiene efecto exclusivamente en las mujeres. Mientras ultiman los detalles para lanzarla al mercado, la prueban en un grupo de voluntarias. Entre ellas está «número 4», una joven que pronto se convertirá en la obsesión del científico que lidera el proyecto y luego en el centro de un triángulo amoroso. Se trata de una novela hipnótica y admirable, de una belleza extraña y perturbadora, que propone una reflexión agudísima sobre el deseo y el abuso a la mujer, los privilegios de clase y el papel que tienen el ocio, el arte y el mercado en nuestras sociedades contemporáneas.
–“El cuento de la criada”, de Margaret Atwood. Una historia que presenta una trama inquietante y oscura, en la que la famosa autora canadiense anticipó, con llamativa premonición, una amenaza latente en el mundo hoy. En Gilead, el cuerpo de Defred sólo sirve para parir, como lo impone las normas de la dictadura que domina al país. Si ella se rebela la espera la muerte o el destierro a unas Colonias donde estará expuesta a la muerte por residuos tóxicos. El régimen controla la alimentación, la indumentaria y la vida sexual de las mujeres. Pero nadie puede gobernar el pensamiento de una persona. Y mucho menos su deseo. Los peligros inherentes a mezclar religión y política y la fuerza del deseo como elemento transgresor son tan sólo una muestra de los temas que aborda este relato desgarrador, que además contiene una cuota de sarcasmo, sello de Atwood.
–“Plop”, de Rafael Pinedo. En un paisaje terminal, donde sólo puede beberse el agua que cae del cielo, Plop, un niño parido en el barro, apela a su astucia para ascender hasta la jefatura de un grupo de supervivientes. El clan al que Plop pertenece ha reemplazado casi todos los tabúes de nuestra civilización por otros igualmente estrictos: en su mundo no hay escritura y la sociedad tal como la conocemos no existe. El intrincado ascenso de Plop parece reflejar las parábolas del poder, como si los hombres no pudieran repetirse. De este escenario surgen personajes insólitos que no pueden sino inventar sus destinos. Plop es ciencia rudimentaria y ficción de las ruinas. En 2002 obtuvo el Premio de Novela Casa de las Américas.
– “El desierto y su semilla”, de Jorge Barón Biza. Un libro que se convirtió rápidamente en una novela de culto, por la crudeza de la historia y el equilibrio y distanciamiento con que es relatada a pesar de que es una historia autobiográfica. Poco después del ataque, en el auto que la lleva de urgencia al hospital, el rostro de Eligia se va desintegrando por el efecto del ácido. Al lado suyo va Mario, su hijo y narrador de los hechos, que desde entonces la acompañará a lo largo del lento proceso de reconstrucción de ese rostro y esa identidad. Una novela que expone el dolor y el horror al punto que parece anular el sentido humano de lo que ocurre.
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