Una joven marplatense se abre camino en el mundo del vino
Se llama Julia Catelen, tiene 30 años y decidió estudiar enología después de visitar un viñedo mendocino con su familia, en 2010. Con una maestría en curso sobre vinos con influencia marítima, ya logró formar parte de uno de los grupos de bodegas argentinas más importante a nivel internacional y desempeñarse en viñedos norteamericanos.
Julia Catelen en charla con LA CAPITAL en la bodega Trapiche Chapadmalal. Foto: Osvaldo Braillard.
por Julia Van Gool
Es domingo y en la ciudad, ya despojada de la vorágine del verano, no se percibe un gran movimiento. La mayoría descansa y la actitud dominical parece replicarse a 3 kilómetros del mar, donde se cultivan las uvas del vino Costa & Pampa.
Sin embargo, desde lo alto de los tanques donde fermentan los vinos, se asoma Julia Catelen, quien sumida en su trabajo de análisis y observación de los varietales, había desoído los llamados de LA CAPITAL.
Tiempo después la joven de 30 años dejará en claro que una bodega nunca descansa, que el trabajo del vino implica dedicación las 24 horas del día y que, sin duda, disfrutaba cada minuto de la carrera que había decidido seguir.
Elegir lo desconocido
Cuando terminó la secundaria en Mar del Plata, optó por estudiar Relaciones Internacionales en la universidad de Tandil. Paralelamente a la finalización de sus estudios, visitó junto a su familia un viñedo en Mendoza, momento en el que no sólo se “enamoró” de la ciudad, también sentó las bases de un interés que siguió alimentando desde el primer día que mudó su vida a la provincia cordillerana.
Al mundo del vino entró de la mano de uno de los “grandes” mientras estudiaba Enología, el Grupo PeñaFlor, un grupo de bodegas argentinas, de gran prestigio, reconocido como uno de los diez primeros productores de vino a nivel mundial. A su vez, durante 2013 y 2014, formó parte de la temporada de cosecha de una pequeña bodega reconocida al oeste de Estados Unidos.
Hoy volvió a su ciudad natal para elaborar su tesis para la Maestría en Viticultura y Enología de la Universidad de Cuyo, trabajo que tiene el foco puesto en el vino con influencias marítimas.
– ¿Cómo era un día tuyo en la bodega de Mendoza?
– Mis días y mis noches son una locura. Estaba con la preparación de los vinos para fraccionamiento, es decir, los acondiciono para que vayan a la botella manteniendo su inocuidad y con las condiciones que se esperan. Es un punto bastante crítico y es importante que se haga bien.
– Pero primero empezaste en la cosecha…
– Sí, siempre trabajé con el inicio del vino. Recibíamos la uva, que llegaba hasta en tolvas de 10 mil kilos, y hacíamos un examen visual sobre el estado de la uva. En la cinta de selección se quitaba todo lo que no sirviera, como hojas y palos. De ahí lo pasábamos a las bombas y lo transportábamos hacia los tanques respectivos. En ese momento hacíamos los agregados iniciales a la uva, ya que se puede corregir la acidez o se pueden agregar los antisépticos para que no se desarrollen microorganismos. Básicamente empezás a darle el ambiente propicio para que la levadura sea lo único que se desarrolle.
– La enología y el disfrute de un buen vino se solía relacionar a los hombres, hoy el panorama parece estar cambiando…
– Creo que siempre tenés que remar un poco más si sos mujer, por el simple hecho de que cuando uno empieza está involucrado en las fases más físicas de la bodega. Cuando empecé como ayudante de cosecha, si tenía que poner 55 kilos de ácido tartárico implicaba que tenía que agarrar la bolsa y volcarla en un balde. Calculo que a mi compañero le costaba menos, pero uno se la rebusca. Ahora ya creo que tuve la oportunidad de crecer, lo importante es tomar la posibilidad, aprovecharla y no temer subir a un puesto que hoy ocupa un hombre. Hay que recorrer el camino… hablamos dentro de un tiempo y te digo cómo cambió (risas).
– ¿Se podría decir que la mujer tiene otra sensibilidad a la hora de analizar un vino?
– Sí, yo creo que sí. Tal vez prestamos más atención a los detalles. Hay cuestiones que, en el ámbito cotidiano, dicen ‘uy qué pesada’, pero ser detallista con un vino no está mal. Creo que a la hora de prestar atención en un aroma o color tenemos una ventaja.
– Entonces, ¿es algo que se entrena o se nace?
– La nariz es un entrenamiento. A medida que vas sintiendo más y más aromas, los vas registrando en tu memoria y sos capaz de sentirlo en diferentes medios, como puede pasar en el vino. Hay gente que toma una copa de vino y dice que tiene aromas a zarzamora, algo específico, y eso es porque han logrado sentir una ciruela en un medio hidroalcohólico.
– Además de mujer, sos joven. ¿Cuáles son los principales aportes que las nuevas generaciones pueden brindar a la producción vitivinícola?
– Yo creo que la novedad está desde el punto de vista de la desestructuración. Hay muchos enólogos nuevos que buscan salir de lo tradicional. Gran parte de la producción de Mendoza está volcada al malbec y no te digo que quedó atascado, pero es quedarte a merced de ese mercado. Por suerte, hoy hay mucha investigación y mucha gente explorando nuevos caminos. En el Este, por ejemplo, se están volcando mucho a la variedad bonarda, que tiene mucho potencial.
– Y en tu opinión, ¿qué hace que un vino sea considerado bueno?
– Te tiene que gustar y, sobre todo, le tiene que gustar al que lo hizo. En mi gusto personal, tiene que ser un vino equilibrado, que ninguno de sus atributos resalte más que otro y en el caso que así lo fuera, tiene que ser algo que yo busqué. Por eso creo que hay un vino para cada persona.
– Nuevos horizontes
Julia se quedará en la ciudad hasta fines de abril, momento en el que volverá a Mendoza para analizar los resultados de su trabajo, finalizar su tesis y alcanzar su maestría. Si bien no sabe cuál será su próximo paso, aseguró que le interesaría conocer “la escuela de Europa”. “Disfruto de lo que me da el mundo del vino, así que cuando vea que quiero salir a un rumbo nuevo, lo haré”, sentenció.
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