Un taller rescata bicicletas para donarlas a gente humilde
Las prioridades son: niños que quieren tener su primera bici, aquellos que la necesitan para ir al colegio y adultos a los que les hace falta como medio de transporte.
Guillermo Gambetta trabajando en el taller de "Bicicletas Populares". Fotos: EFE/David Fernández.
por Irene Valiente
En 2013, Rubén se acercó al pequeño taller de Guillermo en Buenos Aires para donar la bici que su hija había abandonado. Tras repararla, el vehículo de dos ruedas pasó a una familia que lo necesitaba. Desde ese día, la “Rueda Popular” repitió este gesto 700 veces. Y sigue.
Guillermo Gambetta recuerda a la perfección ese momento en el que, tras publicar la imagen del rehabilitado velocípedo de su amigo en las redes sociales, una furgoneta aparcó en la puerta de su negocio.
De ella se bajó una familia entera que venía de una localidad de bajos recursos de la provincia de Buenos Aires, liderada por una abuela que se había obcecado en que su nieta finalmente pudiese disfrutar de una bici propia.
“Comprendimos que aunque sea solo una que podamos entregar, hace la diferencia para toda una familia”, por lo que “desde ahí, no paramos más” con la “Rueda Popular”, cuenta Gambetta en una entrevista con la agencia EFE en la que explica que la iniciativa consiste en “rescatar” bicicletas que quedaron deterioradas por falta de uso e invertir “lo que haga falta” para volver a ponerlas en marcha.
El objetivo final es que terminen en barrios marginales y con carencias en los que vive “gente humilde” y trabajadora que no sabe dónde adquirir una y a la que, sobre todo, no le llega el dinero para ello.
Las “prioridades” del proyecto son tres: niños que quieren tener su primera bicicleta, aquellos que quieren utilizarla para ir al colegio y, por último, adultos a los que les hace falta como medio de transporte diario.
Pese a que la mayoría de sus acciones se concentran en la ciudad y la provincia de Buenos Aires, cada año la “Rueda Popular” intenta viajar al menos en dos ocasiones al interior del país.
El año pasado, por ejemplo, llegaron hasta una escuela rural de la provincia de Corrientes con 20 bicis para que los niños que ese mismo día se graduaban de sus estudios primarios pudieran trasladarse al instituto y no tuviesen que recorrer a pie los 10 kilómetros que los separan de él.
Gambetta recuerda con especial cariño este tipo de visitas porque las realizan a zonas en las que “con suerte” el máximo contacto que han tenido con este vehículo es haberlo visto “pasar”.
“En el momento de la entrega aparece esa timidez en el principio de los chicos, como cuidados de no mostrar mucho sus sentimientos”, pero después, se despiden “corriendo” detrás de la camioneta, “haciendo sonar los timbres”, y es algo “mágico”, afirma.
Sea quien fuera la persona que recibe el regalo, en todos los casos hay algo que nunca falta: emoción. Para los niños, es un “juguete” que les genera “mucha alegría”, pero “quizás es más profundo por los padres, que ven a su hijo recibiendo una bici cuando ellos no tuvieron la oportunidad de chicos de tener una”, afirma el dueño del taller.
Asimismo, revela que cada vez más personas de 30, 40 y hasta 50 años les escriben para pedirles lo que para ellos no es solo un medio de transporte sino, en muchas ocasiones, también se trata de su primera bicicleta. La reacción, según cuenta, es “esa misma sonrisa” y felicidad que en el caso de los más pequeños.
Todo ello arranca siempre en el mismo lugar: el taller “Bicicletas Populares”, que nació hace cuatro años con el fin de rehabilitar y diseñar velocípedos antiguos y ya hace tres que financia esta iniciativa solidaria.
Los viandantes se acercan al estrecho y pintoresco espacio para arreglar o donar sus bicicletas, inflar las ruedas, dejar algo de dinero en la hucha de la entrada -que también va a parar a la “Rueda Popular”- o simplemente curiosear entre los viejos carteles publicitarios, los cascos y los timbres, diseñados a mano por Amaya Ferreyra, quien forma parte del proyecto desde sus inicios.
Estas pequeñas ilusiones sobre ruedas invaden todos los rincones del taller, cuelgan de las paredes y llegan hasta el propio Gambetta, quien luce en su brazo un tatuaje de algo que considera “fundamental e infaltable” en su vida.
Tanto, que en 2012 decidió apostar de lleno por ello e invirtió lo que había ahorrado durante los once años que se había dedicado al sector gastronómico en su ansiado negocio, el cual les ha hecho el día a día un poco más fácil a 700 personas.
Pese a que él es el único que se dedica en exclusiva a ello, insiste en que no podría sacarlo adelante sin Ferreyra y los hermanos Daniel y Evaristo Narezo, quienes ayudan en todo lo que pueden y se implican de lleno en las donaciones.
“En la situación actual del país que estamos, todo lo que alguien pueda hacer para ayudar al otro marca una gran diferencia”, destaca.
Ellos hacen bicicletas… para que la rueda siga girando.
EFE.
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