Un adelanto de “Vidas paralelas”, un libro para viajar por el mundo desde la mirada de un veterano de Malvinas
El marino argentino Roberto A. Ulloa invita al lector a sumergirse en historias perdidas, manuscritos inexplorados y mapas antiguos, que tienen como protagonistas a figuras como Iwan Iwanowsky, Victoria Ocampo o Galileo Galilei.
Roberto A. Ulloa es docente, marino y veterano de Malvinas. / Foto: Dominique Besanson.
“Vidas paralelas” de Roberto A. Ulloa es una invitación a embarcarse en un viaje extraordinario a través de océanos, manuscritos desconocidos y antiguos mapas. Escritas por un marino, sus páginas sumergen al lector en un mundo de misterio, aventura y conexiones sorprendentes.
Historias de vidas se entrelazan de maneras asombrosas, donde los destinos de personajes tan diversos como el corsario Hipólito Bouchard, el ruso finlandés Iwan Iwanowsky y el ballenero George Morgan se cruzan con los de Victoria Ocampo o Galileo Galilei. Cada relato traslada al lector a lugares remotos, desde antiguas iglesias jesuitas en el desierto de Nasca hasta los confines de la isla de los Estados, cuyo faro del fin del mundo inspiró a tantos exploradores y encendió la imaginación de grandes escritores.
El autor nos lleva de la mano en búsqueda de historias perdidas que se transformaron en leyendas y, en ocasiones, en reencuentros familiares cargados de emoción. Roberto Ulloa rinde tributo a la curiosidad humana, se entrega a su pasión por el mar y los libros, y rastrea encuentros inesperados en el vasto océano del universo y del azar. “Vidas paralelas” es el pasaje para una travesía única que atrapa desde la primera página.
Roberto A. Ulloa nació en la ciudad de Buenos Aires a mediados de 1957, pero desde los trece años su verdadero pago fue el mar; el escenario vital que cruza sus textos. Marino y veterano de Malvinas, dedica sus días a la docencia y a trabajar en el campo, aunque continúa navegando y explorando confines y bibliotecas. “Vidas paralelas” es el primer libro que publica.
La editorial Sudamericana comparte con los lectores de LA CAPITAL un adelanto de “Vidas paralelas”:
La fuga de Iwan Iwanowsky
Los meses siguientes fueron de trabajo inclemente pues debían concluir las obras del faro y del presidio de la Isla de los Estados antes de que llegara el invierno. Fue en esos días que conoció al contramaestre Morgan.
Años de mar le habían dado al viejo ballenero la habilidad para reconocer el carácter de los hombres y supo que hubiera elegido a Iwanowsky para tripular su bote arponero. Para probarlo le asignó una tarea propia de un coloso; debía construir la base del nuevo muelle ganando espacio al mar con las grandes piedras de los acantilados. Hacia el otoño comenzaron los días helados, pero estos no detuvieron al ruso finlandés.
En esas largas jornadas Morgan y el ruso finlandés fueron compartiendo sus historias usando un idioma creado con retazos de inglés y castellano. El joven contó, con orgullo, que era el hijo mayor —Iwanowsky, el hijo de Iwan—; recordó sus años como estudiante de leyes en Helsinki y mencionó la sociedad secreta finlandesa donde se había enrolado para luchar por la lengua suomi; habló sobre una muchacha de pelo rojo con la cual aún soñaba; recitó algunos versos del Kalevala que su abuelo había escuchado del gran rapsoda Arhippa Pertunnen y cada día maldijo al zar de Rusia.
Era demasiado joven para tener más para contar. El viejo contramaestre habló de sus días como arponero en el Pacífico, de los cuales solo quedaban tatuajes y el recuerdo de la soledad —if it was not for hope, the heart would break—; recordó a su último barco ballenero, el Jeroboam; revivió los años estériles en que buscó un oro peligroso en la Tierra del Fuego y evocó a una breve mujer de Buenos Aires con quien también soñaba.
Era demasiado viejo para tener más para contar. Es lícito pensar que en esos días forjaron una amistad áspera propia de quienes comparten un destino común y no tienen donde regresar.
Cuando Iwanowsky depositó la última roca del muelle pidió participar en la construcción del faro. Quizás la extraña fascinación que los faros ejercen sobre los hombres fue la causa. O quizás quiso ser parte de algo que perduraría en el tiempo. El faro que estaban construyendo en la bahía San Juan difería mucho del que imaginó Julio Verne para su novela en la cual piratas y torreros pelean a muerte en el fin del mundo. El escritor francés dio con la isla que necesitaba para su novela en la enciclopedia Nouveau Larousse Illustré y describió el faro como una elevada fortificación de roca con una escalera en caracol que reptaba hasta la cúpula metálica donde se encontraba la luz.
La arquitectura que usó en su novela era inevitablemente similar a la de los faros franceses pues la imaginación de los hombres suele postular pequeñas variaciones de lo que conoce. El faro de la isla de los Estados era más simple, pero igual de eficaz. Apenas un parco galpón de madera pintado de blanco cuya altura era la del brusco acantilado sobre el cual se erguía. Visto desde la bahía, las dieciséis caras de su contorno le daban una apariencia circular. Nueve caras daban al mar y sus gruesas ventanas albergaban las lámparas belgas a kerosene con sus potentes lentes. Eran el corazón del faro y su luz desafiaría por primera vez las tinieblas del sur. En el centro del galpón enterraron un largo mástil; fue Iwanowsky quien tuvo la tarea de amurarlo en la roca. El tronco de roble sobresalía varios metros del techo cónico y en su pico aferraron una gran esfera de zinc que le daba un curioso aspecto a la construcción.
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