Tres generaciones de mujeres en las ciencias de la ingeniería
Por Josefina Ballarre (*)
Uno nunca se imagina que quizás tendrá un efecto positivo, a nivel de incentivo, entusiasmo o académico, sobre algún joven prospecto. Yo nunca creí ser nada de eso. Pero con el correr de los años, y de la vida, me di cuenta que mi carrera como docente e investigadora siempre estuvo marcada por grandes aportes humanos. Quizás los primeros vestigios de ingeniería de mi carrera vinieron subconscientes, ya que mi abuelo era ingeniero, uno de los primeros profesionales de la familia… y justamente ingeniero! Pero cuando yo tenía jóvenes 7 años, mi abuelo Jorge decidió dejarnos físicamente, aunque su legado de libros (¡toneladas!) quedó en mis manos. En el momento de mi recibida no entendí la emoción de mi abuela: no era solamente que tenía una nieta ingeniera como su fallecido esposo, sino que era una mujer haciéndome lugar en un área en su momento destinada a los hombres. Y la otra influencia en las jóvenes etapas de mi vida fue mi padre. Médico de profesión, pero los que lo conocen saben que primero él es profesional de la persona y del paciente, y después médico, haciendo hincapié en que siempre el ser humano va primero. Difícil aplicarlo a una profesión tan cuadrada como la ingeniería… pero no imposible.
Entonces después de que la ingeniería se puso en mi camino, o yo me puse delante de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional de Mar del Plata (UNMdP), me entregué por completo a los círculos de Mohr, a las dislocaciones, los diagramas ternarios, las inyectoras de doble tornillo y a los altos hornos. Y en mi etapa como estudiante de Ingeniería en Materiales y de joven científica me di cuenta que había muchas docentes, profesionales de altísimo nivel, que me estaban impartiendo sus conocimientos. Es que en mi larga pero joven carrera en las Ciencias de la Ingeniería tuve mujeres que marcaron mi camino y que me mostraron cómo desenvolverme como ser humano, persona, amiga, y -por supuesto- profesional de la ingeniería, docente dedicado y divulgador pretendido.
En la vorágine de la vida académica, un joven profesor vio mi avidez de conocimientos y de entrar en la etapa experimental de mi carrera (dejando un poco los libros de lado), por lo que me propuso incorporarme en un proyecto de mejoramiento de materiales metálicos para ser utilizados como prótesis. Me fascinó desde el primer momento. Y como los materiales metálicos pueden sufrir corrosión por el efecto de un medio agresivo (plasma humano, demonio para los metales), rápidamente caí para hacer parte de mi proyecto en la División Corrosión del Instituto de Investigaciones en Ciencia y Tecnología de Materiales (INTEMA). Una señora canosa, bajita y con la sonrisa más amable que haya visto se presentó como la directora de la división: Susana Rosso de Sánchez.
Pero empecemos por el comienzo. Y por la historia que escuché varias veces de diferentes bocas que me alucinó desde siempre. Susana era una estudiante de Bioquímica de la Universidad de Córdoba. ¿Bioquímica? ¿Y la mujer en la ingeniería? ¡Ahhhh…!!! En este punto se basa parte de la alucinación: cómo una joven bioquímica que pasó un tiempo trabajando en una fábrica de botones, se convirtió al tiempo de uno de los referentes en el campo de la corrosión en el país y comandó decenas de proyectos en las centrales termoeléctricas de la zona.
Sigamos el camino de la doctora Rosso. Los momentos grises y negros de nuestra historia argentina la obligaron muchas veces a relocalizarse, pero siempre siguió en ella viva la llama del por qué… y de saber que solo el cielo es el techo para el saber y el conocimiento. Luego de doctorarse en Farmacia y Bioquímica en la Universidad de Córdoba, realizó un posgrado en Berkeley y, al volver a la Argentina, comenzó a trabajar en el Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI), especializándose en corrosión y en biofilms con su amigo y colega David Schiffrin.
Esta formación ingenieril le valió su incorporación en el Ente de Energía de la provincia de Buenos Aires, donde debe luchar por ser la única mujer a cargo y en tareas ingenieriles de ciencia y desarrollo. Luego se traslada con toda la familia a Mar del Plata con un contrato para hacer frente a problemas de corrosión de las centrales en la zona: terminó en un pequeño e improvisado laboratorio, para tratar de hacer frente a los problemas de la corrosión en los intercambiadores de calor de las Centrales Termoeléctricas de la Costa Atlántica. Menudo cargo le dieron, con muy poco personal y menos equipamiento. Pero encontró un hueco para su aporte en la ciencia y la tecnología de materiales.
Por el comienzo de los 80, en la Facultad de Ingeniería de la UNMdP se estaba gestando -gracias al apoyo del CONICET- un grupo selecto y masculino de investigadores y docentes con un gran empuje para generar el primer instituto de ciencia y tecnología de materiales del país. Masculino, pero no machista, incorporaron a la doctora Rosso como especialista en Corrosión, haciéndose cargo de esa área. Es en ese punto que Susana entró en estrecha vinculación con la Facultad de Ingeniería, donde llegó a ser Vicedecana y también Secretaria de Investigación y posgrado de la Universidad.
Ahí llega a escena la División Corrosión, un grupo de estudiantes y jóvenes docentes de la Facultad de Ingeniería, comandados por Susana con un lema: crecer en ciencia, pero no dejar de brindar servicios a la sociedad. Servicios de alto nivel, asesorías que brinden a la población una solución a problemas que pueden afectar su calidad de vida. Por el año 1987, Silvia Ceré era una estudiante de ingeniería química con un muy buenas perspectivas. En ese entonces, como ahora, se ofrecían a algunos estudiantes posibilidades de hacer trabajos en la industria o de aplicar para becas de investigación. Silvia se enteró de una oferta para presentarse al primer concurso de becas de investigación para estudiantes ofrecida por la Universidad. Por ser el primer concurso para becas de estudiante que se abría, nadie sabía mucho y también todos querían participar. Esa oferta puntual que le llamó la atención a Silvia era para trabajar en la División Corrosión con Rosso en materiales de los condensadores de las centrales termoeléctricas. Se presentó como muchos otros candidatos y quedó seleccionada. También luego fue una de las beneficiadas finalmente con la beca. La beca dio un incentivo económico pero, sobre todo, fue la puerta de entrada hacia el mundo de la investigación en ciencias de la Ingeniería.
La corrosión era apasionante y estaba en todos lados. Además, con el correr del tiempo, se generó en la División un grupo grande y heterogéneo, que -siempre guiados por Rosso- supieron hacerse camino al andar. Luego de terminar su carrera, Silvia ingresó como estudiante de doctorado de la UNMdP, pudiendo obtener su posgrado recién en 1998. ¿Y a qué se debió la prolongación en un par de años de su carrera? En que para poder solventar los gastos de laboratorio asociados a sus tesis, los miembros de la división participaban en diferentes proyectos de transferencia. Eso es trabajar haciendo trabajos de ciencia, para resolver problemas específicos de las empresas o del estado. Uno de ellos seguía siendo los intercambiadores de calor de las centrales termoeléctricas de la costa argentina. Y Silvia se movía cuerpo a cuerpo con operarios, siendo “la ingeniera” que viene a tomar muestras o a hacer preguntas inquisidoras con respecto a las fallas de los equipos. Esta imagen es el día de hoy que se repite. En fin, la doctora Ceré (dejó de ser Silvia) ahora tenía que volar, según palabras de Susana, y buscar salir de su zona de confort y ampliar su espectro de materiales. Ahí es cuando yo toco timbre de la División y, acompañada por el profesor que me introdujo en el mundo de las prótesis, me depositó cual niño en la puerta del colegio. Yo tenía 20 años, y Silvia acababa de cumplir 35.
Desde ese momento el crecimiento fue mutuo, y fue rodeadas de gente buena, de gente “apoyadora”, de gente egoísta, de gente bondadosa, de gente poco amigable, de gente… humana. Nuestro trabajo en prótesis siempre contó como parte del equipo, al grupo de Traumatología y Ortopedia del Hospital Regional HIGA de Mar del Plata. Mayoritariamente masculino. Luego de 20 años de carrera en la implantología, y con múltiples reconocimientos nacionales e internacionales, Ceré le demostró con creces que la dirección femenina fue y es más que satisfactoria.
Susana nos acompañó siempre dando sus contactos, aportando su conocimiento y sus ideas, sus anécdotas y sus palabras de aliento. Con ella nunca era un NO, más bien era un PUEDE SER… Susana Rosso de Sánchez, fundadora de la División Corrosión, directora del grupo, directora de tesis doctoral de mi directora, Silvia, se jubiló a los jóvenes 69 años en el 2005.
Silvia lo primero que me enseñó es a siempre escuchar, y sobre todo a los formadores, a los que realmente saben. Eso también siempre me lo dijo mi padre, escuchar y aprender, y siempre ser agradecido por la transferencia de conocimientos, de la índole que sean. Pero las mujeres en la ingeniería de esta historia, las formadoras, también me mostraron cómo ser buena madre y esposa, como matizar y tratar de balancear entre la casa y la oficina, aunque no siempre fuera posible. Con la doctora Ceré construimos una línea de trabajo de binomio durante mucho tiempo, hasta que pudimos crecer en número y sumar calidad. Yo me doctoré en 2009 e ingresé a carrera de investigador en el mismo año, sin tener siquiera la tesis de doctorado defendida. El apoyo incondicional de Ceré me llevó a crecer “derechita” y valientemente. Siempre aportando mis ideas e intentando no molestar al otro con mis ocurrencias, delirios científicos y viajes de capacitación académica.
Hace algunos años presencié orgullosa la entrega de una mención especial en el premio L’Oreal Unesco por las mujeres en la Ciencia para Silvia y me llenó de orgullo y me motivó para crecer día a día todavía más. En el 2019 la Academia Nacional de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales me otorgó el premio Estímulo en el área de las Ciencias de la Ingeniería por mi trabajo y joven trayectoria. Pero lo que me alienta a seguir es el comentario también de alumnos y futuros prospectos de ingenieros: “¿Sabe profe? Yo me anoté en materiales porque escuché su charla, y me enganchó su pasión por lo que hace”. Creo que la pasión por la ingeniería, el trabajo en equipo, la integridad profesional, la búsqueda del bienestar social y el conocimiento adquirido y transmitido es lo que se mama desde la cuna. Y en mi caso, desde las generaciones de mujeres en las ciencias de la ingeniería que me marcaron en el camino y guiaron (y siempre guiarán) hacia la excelencia de la profesión y del ser humano.
(*) Profesor Adjunto, Facultad de Ingeniería, UNMdP – División Electroquímica Aplicada, Instituto de Investigaciones en Ciencia y Tecnología de Materiales (INTEMA).