La trama detrás del cierre del emblemático Café Doria
Por la situación económica, el impacto de las tarifas, los cambios de costumbres y la presión impositiva, la emblemática cafetería cerrará sus puertas el próximo sábado, confirmó su dueño, Jorge Gómez.
Jorge Gómez, dueño del Doria, dentro del histórico café de la calle 12 de Octubre al 3200.
Otra época. Jorge tenía apenas 26 años y abría el café cada mañana antes de las 7. En verano no cerraban antes de las 4 de la madrugada. Se chocaba con sus empleados detrás del mostrador, se enloquecían para atender cada mesa y servir los pocillos humeantes sobre la barra. Banquetas altas, clientes habituales, música de fondo, empresarios, trabajadores, artistas y gente recién salida de los restaurantes de la calle 12 de Octubre. Buen café, vajilla clásica y licores añejados. La cafetera permanentemente encendida; varias manos a la vez limpiando las tazas sucias y el olor a cafeína invadiendo el Doria hasta la vereda. Pasaron décadas, cambiaron las costumbres, aumentaron las tarifas y la presión impositiva. Cambió el turismo, cayó el comercio, se perdió la costumbre de ir al café a tomar café. El sábado 30 de marzo la cafetería Doria abrirá sus puertas por última vez después de más de 60 años de hacer historia en el corazón del Puerto de Mar del Plata.
El tradicional local pone punto final a una exitosa etapa que comenzó en 1957 en la calle 12 de Octubre al 3200 y que en los últimos años se vio “estancada” por la situación económica, según confirmó a LA CAPITAL su propietario Jorge Gómez.
¿Los motivos del cierre? Varios, pero en resumidas cuentas el lugar “cumplió una etapa, el trabajo no repunta y el cambio de costumbres y de modas nos afectó”, explicó Gómez sin dejar de lado las cuestiones tributarias: “La presión impositiva te mata”.
“Siento nostalgia porque fue toda una vida dedicada a esto: empecé a los 27 y ahora con 70 cierro una etapa exitosa y muy satisfactoria”, dijo el dueño, Jorge Gómez.
Eran los ’80, Güemes no era tal, tampoco Alem. El Puerto era furor. El Gallo Rojo, el Mejillón Dorado, La Cacerola, el Pulpo Manco, la Taberna Baska y La Marina, entre otros restaurantes que entonces no vendían café, llenaban cada noche. De ahí, directo al Doria: una pequeña cafetería que se mantuvo intacta, como si el tiempo adentro no hubiera transcurrido entre los viejos pocillos, los botellones de buen whisky, cognac y aperitivos, con vasos clásicos y un ambiente de antaño. Quien andaba por la zona, iba. El recientemente fallecido “Miguelito” recorría a los gritos la calle vendiendo el diario. Una vez más, otra época.
El Café Doria se convirtió con los años en un lugar ineludible del Puerto. En su época de oro (desde su apertura hasta los ’90) llegó a vender diez kilos de café, casi mil pocillos diarios. “Hoy una caja de seis kilos me dura una semana”, lamentó el dueño.
La vedette del lugar sin dudas era el café, “por su sabor, su preparación y la pasión de los trabajadores”. Y reveló un secreto: se le agregaba alguna gotita de Tía María.
El interior del tradicional café Doria.
“No era común que una misma persona se tomara tres cafés con crema seguidos, pero acá era así”, señaló Gómez, quien adquirió el fondo de comercio en 1976 junto a su hermano Gonzalo y 43 años después lo pondrán a la venta.
Otra característica distintiva del lugar fue que no sufrió grandes modificaciones: mantuvo su originalidad y estilo clásico, algo que los marplatenses y turistas reconocían.
El Doria no fue el único comercio del Puerto que tuvo que bajar su persiana en los últimos años. Otro lugar emblemático que cerró tras 57 años fue la Taberna Baska, en la esquina de 12 de Octubre y Bermejo, por los altos costos y la suba de impuestos. Ambos negocios funcionaban como una especie de sociedad ya que quienes esperaban poder ingresar al restaurante lo hacían en la cafetería bebiendo jerez.
“Siento nostalgia porque fue toda una vida dedicada a esto: empecé a los 27 y ahora con 70 cierro una etapa exitosa y muy satisfactoria”, admitió Jorge.
Café para vivir, vivir para el café
Gracias al Doria y a las horas dedicadas a sostenerlo, Jorge Gómez pudo criar y educar a sus hijos, un médico formado en la UBA y una ingeniera recibida en Mar del Plata. Orgulloso de ese logro, su “mayor satisfacción”, hoy tiene 70 años y la nostalgia lo invade casi al borde de la depresión por tener que cerrar, pero rápido aclara: “No me voy a deprimir, no me puedo dar ese lujo”.
El Doria no fue el único comercio del Puerto que tuvo que bajar su persiana en los últimos años. Otro lugar emblemático que cerró tras 57 años fue la Taberna Baska.
Hijo de un “gallego bolichero”, todavía resuena en su cabeza algo que su padre le dijo más de una vez en la mejor época: “Nada dura para siempre, hasta el Imperio Romano que duró 500 años se vino abajo. Mi viejo tenía razón: no hay ningún negocio que se mantenga con éxito eternamente. Siempre aparece una sombra”.
A pesar de haber cumplido 70 años y de haber pasado la mayor parte de su vida detrás de esa barra en la que los viejos clientes le vieron peinar sus primeras canas, cerrar el café no estaba en sus planes. “Cuando las cosas funcionan no tenés edad”, dice pero rápido lamenta: “No llego a fin de mes con lo que el negocio me da. Fue muy rentable en su momento, le debo todo al café, pero ya no puedo vivir más de esto”.
Costos fijos
El cambio de costumbres por un lado. La caída de la actividad comercial por el otro. La situación económica, el bolsillo apretado. Pero “los costos fijos, sobre todo los costos fijos”, repite el propietario del café que en una semana cerrará definitivamente.
Al hablar de esos costos, rápido como acostumbra Jorge, muestra una necesidad irrefrenable de desahogarse con la que más de un comerciante puede sentirse identificado: “No me dejaban ser monotributista y la AFIP me presionaba. El Estado no sabe de dónde sacarte más guita. Las tarifas se fueron al demonio, pero es algo que consumís. Me obligaron a pagar con tarjeta. Tener un Posnet te cuesta 900 pesos por mes: lo tengo hace tres años y lo tengo dormido, nunca hice una venta con tarjeta”.
“No llego a fin de mes con lo que el negocio me da. Fue muy rentable en su momento, le debo todo al café, pero ya no puedo vivir más de esto”.
El descargo sigue: “Por poner música tenés que pagar mil pesos a Sadaic y otros mil a Aadi-Capf; terminé sacando la música. Tenes que tener un televisor y cable. Tenés que tener internet porque si no tenés wifi la gente se va. Otros 1.200 pesos por mes. Tenés que pagar la tasa Seguridad e Higiene, Publicidad y Propaganda por el cartelito en la puerta, también REBA para vender alcohol a pesar de tener la habilitación que ya te lo permite, es un curro. Pago IVA, pago ganancias, pago cargas sociales… Hemos sido obligados a incorporar costos fijos en el negocio que hacen que se incrementen los gastos de tal manera que los números no cierran, directamente no cierran”.
Por otro lado, la política. Sin meterse en cuestiones partidarias, el dueño del Doria reparte críticas para “los que están ahora y los que estaban antes”. “Nos atrasamos y a los negocios chicos les pega mucho. Los grandes tienen otros recursos, aunque lo sufren, pero a los chicos nos mata”.
Desde el próximo sábado, sobre la vidriera del emblemático local habrá un cartel de venta o alquiler. Jorge Gómez no oculta su tristeza pero rescata, después de todos estos años, tres satisfacciones: haber dedicado una vida al trabajo, haber podido criar a sus hijos y saber que “muy poca gente de entonces no probó alguna vez el café del Doria”.
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