Todo sucede en “Carnevil”, carnicería existencial con personajes desesperados
Llega "Ya no pienso en matambre ni le temo al vacío". Son ocho historias que se despliegan "con un tratamiento del lenguaje poético y desbordado", contó el creador de esta original pieza, Patricio Abadi. La obra llega a la sala Payró con un elenco de Buenos Aires al que se sumará la actriz marplatense Belén Rivero.
Patricio Abadi.
Mediante un humor que muta fácilmente en erotismo y poesía, el actor Patricio Abadi presentará este sábado a las 21.30 en la sala Payró del Auditorium una serie de monólogos de su autoría. Se trata de “Ya no pienso en matambre ni le temo al vacío”, un espectáculo que cumple quince años de funciones en el circuito independiente de Buenos Aires.
Esta vez, al elenco formado por el mismo Abadi más Sebastián Femenía, Natalia Farano, Hernán Melazzi, Héctor Gilligan, Coral Gabaglio y Antonella Sturla se sumará la presencia de la actriz marplatense Belén Rivero.
En la pieza, la felicidad es una ráfaga inasible y el deseo un mecanismo tan complejo como irracional. La acción sucede en Carnevil, una carnicería existencial, donde confluyen una diversidad de personajes, frágiles, verborrágicos y pasionales.
Entrevistado por LA CAPITAL, Abadi narró cómo llegó a este espectáculo y compartió entrañabales recuerdos que explican por qué Carnevil es ese lugar en el que se confiesan estos personajes que “oscilan entre la comicidad y la desesperación”.
“Mi madre ya tenía cáncer de páncreas la noche que hice ‘El Carnicero’ por primera vez (…) Llevaba una bolsa en la mano. Me la pasó y adentro había un birrete junto a un delantal de carnicero”
-¿Cómo llegaste a “Ya no pienso en matambre ni le temo al vacío?
-Comparto un recuerdo que para mí envuelve un poco lo que sería el origen y la naturaleza ontológica de este proyecto. Mi madre ya tenía cáncer de páncreas la noche que hice “El Carnicero” por primera vez. Unos años atrás me había echado de casa y yo me había ido a vivir a un monoambiente. Al tiempo, me llamó mi viejo, me dijo que mi madre estaba internada y que esta vez iba en serio. Entré a la habitación, nos miramos, me acerqué, nos dimos la mano con el barral por medio y lloramos algunos minutos. En un pacto tácito tomamos los atajos para disipar los rencores y nos dispusimos a compartir el desenlace. Una de esas noches yo estrenaba “El Carnicero”. Como los días se nos consumían entre los oncólogos y la melancolía, no había alcanzado a armar el vestuario del personaje. Pero cuando estaba por salir para el teatro, sonó el portero eléctrico y era mi vieja. Se la veía agotada, tenía la piel amarilla y estaba más flaca que el día anterior. Llevaba una bolsa en la mano. Me la pasó y adentro había un birrete junto a un delantal de carnicero. Me preguntó si podía venir a verme. Nunca había ido a verme a nada. Se ve que estábamos creando un lenguaje nuevo. Viajamos en silencio. Llegamos, mamá se ubicó en una de las mesas del Varieté y yo me fui a cambiar. Entrada la madrugada, llegó mi momento de salir a escena. Yo hacía el monólogo en el último peldaño de una escalera de pintor al costado del escenario: “Matambre, matambre, estoy pensando seriamente en matambre…” El monólogo fue una ráfaga de vitalidad e imperfecciones. Una ametralladora disparada por la boca de un chico que buscaba su identidad mientras empezaba a despedirse de su mamá. Me acuerdo que su mirada frágil trepaba por los peldaños como si esas fueran las escaleras al cielo. Hoy, 15 años después llevo puesto ese delantal, ese sombrero y ya no pienso en matambre ni le temo al vacío. Luego empecé a escribir más monólogos y nuevos personajes que los ubiqué en “Carnevil”, esta suerte de carnicería existencial que agrupa y donde se confiesan estos personajes que oscilan entre la comicidad y la desesperación.
Una escena de “Ya no pienso en el matambre ni le temo al vacío”.
-¿Cómo lograste sostener un espectáculo de teatro independiente durante quience años?
-En principio lo fundamental es identificar el deseo y trabajar a favor de eso. Este proyecto tiene una mística especial que es diferente al resto de las veinte obras que llevo estrenadas. La energía “Matámbrica” me involucra pero también me trasciende y me lleva puesto, en el mejor de los sentidos. Hay un elemento esencial para que la obra se mantenga viva. Nosotros trabajamos con elencos rotativos y artistas invitados. Ya han pasado 160 actrices y actores por el escenario. En cuanto a la dramaturgia, llevo escritos más de sesenya monólogos al servicio del espectáculo y este trabajo de escritura incesante hace que haya renovación. El mes que viene saldrá publicado “Ya no pienso en Matambre ni le temo al Vacío” (Monólogos 1) editado por Atuel con prólogo de Jorge Dubatti y contratapa de Mey Scápola, dos personas que quiero y admiro. El libro es una forma muy linda de coronar la celebración de estos quince años.
-Carnicería y teatro no parecen ser lugares afines. ¿En el contraste es donde se genera el aburdo?
-Más que absurda diría que es una comedia de realismo delirante. Son ocho historias pero con un tratamiento del lenguaje poético y desbordado. Los personajes se presentan frente al público ávidos de compartir sus historias. Las actuaciones están llevadas al extremo, a un borde emocional que en la combinación con esos textos produce mucha hilaridad. Es una obra festiva, donde el público se puede reír a carcajadas pero no por esto va en detrimento de la profundidad. Todo lo contrario. El humor es un portal interesante para bucear en lo hondo del alma humana sin caer en la solemnidad. Las historias son breves e intensas. Si el espectador no se enganchó con alguna, rápidamente tiene revancha con el siguiente monólogo. En estos años, he estrenado, unas 20 obras y esta sigue siendo acaso la más festiva, irreverente y descontracturada. Con los años y el oficio, uno, a veces se va volviendo más perfeccionista y el riesgo es perder la frescura. Por eso me encanta hacer esta obra ya que me conecta con el inconsciente y con una zona de mucha vitalidad.
-¿Es la primera vez que llega a Mar del Plata?
-Sí. Alguno de los monólogos de “Ya no pienso en Matambre” forman parte de obras que ya se han presentado en Mar del Plata. Tal es el caso de “Idénticos” (Teatro por la identidad) o de “El equilibrista” de la cual soy co-autor. Pero “Ya no pienso en matambre ni le temo al Vacío” se presenta por primera vez y es algo que me pone muy contento. Este espectáculo es la usina y el hábitat natural de todos mis monólogos, más allá de que también es una gran satisfacción saber que esos textos también pueden nutrir y funcionar orgánicamente en otros espectáculos.
-Belén Rivero es una de las invitadas ¿De que manera participará?
-Parte de la filosofía del proyecto es trabajar con artistas invitados locales. Y estamos muy felices de recibir a una artista talentosa y plural como es el caso de Belén Rivero. El procedimiento de trabajo con los artistas invitados es el siguiente. Una vez acordada la fecha de presentación con la producción, yo les envío tres opciones de monólogos. Una vez que seleccionan el que más les interesó ahí pautamos ensayos, dirijo la actuación y luego se amalgama con el resto del elenco de manera orgánica. El dispositivo “Matambre” cuenta con varias áreas de trabajo que son indispensables para sostenernos en el tiempo. Marcela Blanco en Producción y Azul Velázquez en asistencia de dirección realizan una tarea encomiable y digna de destacar. Lo mismo Ricardo Sica, que realiza un diseño de luces específico para cada función teniendo en cuenta que artistas invitados nos visitan y que monólogos van a hacer. Es un trabajo de orfebrería el que conlleva esta obra. Tal vez eso le da esa mística de la que hablábamos al principio. Y sin lugar a dudas el factor humano es indispensable. Es muy grato ver como las artistas invitadas salen felices y se sienten parte de la familia. Esto se debe a una línea de comportamiento que elegimos para encarar el teatro. Lo humano. Natalia Farano, Antonella Sturla, Sebastián Femenía, Umbra Colombo, Héctor Gilligan, Hernán Melazzi, Coral Gabaglio, mis compañeras y compañeros de elenco de esta temporada, son además de talentosos artistas, excelentes personas. Trabajar con gente amable y generosa que más allá del trabajo individual disfruta de ser parte de un sentimiento colectivo, es algo muy gratificante y nos conecta esa fuerza ritual que estaba presente ya en los orígenes del teatro.
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