The Offspring y Bad Religion hicieron del Luna Park una fiesta de lujo
Bad Religion, eslabón esencial del universo del punk y el hardcore de los últimos 40 años, en el Luna Park. Foto: Télam | Alfredo Luna.
The Offspring y Bad Religion hicieron alarde de sus casi cuatro décadas de trayectoria en el Luna Park, con un recital demoledor que dio cuenta de que los años no hacen estragos en el estado físico y que, para ellos, solo se trata de tiempo para seguir componiendo.
Con energías adolescentes y la efervescencia que produce la vertiginosidad de canciones compactas y ligeras, Bad Religion presentó “Age of Unreason”, mientras que The Offspring recorrió los clásicos que marcaron un momento de auge en la escena del punk californiano y que aún conservan su vigencia.
Alrededor de las nueve, después de la presentación de los locales de Charlie 3, las luces se volvieron a apagar y tras algunos minutos la banda de los cuarentones vestidos de negro, que completan Mike Dimkich, Brian Baker y Jay Bentley, irrumpió sobre el escenario.
Era el momento de que Bad Religion se reencontrara con su gente luego de las dos fechas que ofrecieron en el marco del festival Rockout en el Teatro Flores en octubre de 2017.
Un simple vistazo a lo largo y ancho del público indicaría que varias de las personas paradas frente a los californianos también podrían haber sido parte de su primer desembarco en el país, en Obras, en 1993.
Exponentes de un punk de estética prolija, elemento que produce una ruptura con la imagen estereotipada que la industria comercializa del género, los músicos encontraron la clave para que sus letras crezcan en simultáneo y se interpreten cada vez más introspectivas, respetando la cadencia musical que se transformó el sello característico de una de las bandas partícipes del resurgimiento masivo del estilo.
Así las composiciones del último disco, en el que se dieron algunas licencias rítmicas y en el que buscaron reflexionar -en apariencia- sobre preguntas existenciales, encontraron la misma respuesta en el público que las letras más contestatarias y directas que la banda supo escribir en su origen.
Sin embargo, una de las canciones que calmó el slam e invitó a gran parte del público a sacar el celular y filmar el momento fue “Sorrow”, en una versión un poco más acelerada que la del “The Process of Belief”, en una lista que contempló otras gemas como “Digital boy”, “Fuck Armageddon” y “American Jesus”.
La presentación de Bad Religion, había dejado alta la vara: la euforia que sobrevolaba en el Luna Park recordaba la energía de los maratones punk de Hangar o las fechas del porteño Cemento, pero para The Offspring, la banda estrella de la noche, no fue un desafío.
Remeras desgastadas con inscripciones de los Sex Pistols, Die Toten Hosen, Biohazard -también presente en aquel Obras del 93- y tatuajes que se escapaban de las telas, pantalones rasgados, algunas crestas y borcegos de la vieja escuela, esperaban entre el desarmado de una banda y la entrada de la otra.
Con canciones de B-52’s de fondo, que convertían el estadio en una fiesta, la gente aprovechó para recuperarse, hidratarse e incluso algunos miraron en el celular fragmentos de los partidos de fútbol femenino que tuvieron lugar durante la semana, pero por más grato que fuera el momento no se olvidaban que se trataba de una espera y cada tanto se escuchaban silbidos.
Si bien The Offspring lleva sobre sus hombros un prolongado silencio creativo (desde la publicación de “Days go by”, en 2012), Dexter Holland, Greg K, Noodles y Pete Parada parecen no haber perdido la frescura sobre esas canciones que recorrieron incansablemente los canales de televisión y las señales radios.
Es la dinámica que muestra el cuarteto arriba del escenario la que genera que esos mismos temas que se escucharon, como “Want You Bad”, “Original Prankster”, “The Kids Aren’t Alright” o “Pretty Fly (For a White Guy)” estén bien lejos del hartazgo.
Esta vez, el paisaje del estadio sumaba objetos que volaban por los aires y puños que se extendían hacia el techo en paralelo a las pulsaciones de las canciones que hacían vibrar cada metro cuadrado del predio.
Los músicos, también ennegrecidos en su vestimenta, hicieron una pausa entre “Come out and play” y “It wont get better” para refrescarse, saludar al público y recordar con humor cómo había sido la última vez que habían pisado la Argentina, en una actitud más comunicativa.
Con un tono de complicidad y en clave de diversión, de pronto el diálogo entre Noodles y Holland se transformó en un show de stand up que desembocó en algunas estrofas de “Blitzkrieg Bop”, The Ramones y “Hole Lotta Rosie”, de Ac/Dc.
Y otro de los momentos que cambio la energía y la fotografía de la noche fue con “Gone away”: el frontman se sentó en un piano de cola negro y el espacio solo quedó iluminado por las pantallas de los momentos.
Pero fue cuestión de instantes para que el tren de la montaña rusa vuelva a la cima del recorrido con un montón de pelotas inflables sobre el público y “Why don’t You Get a job”.
Con este show, la banda comandada por el frontman de pelo rubio y voz elástica concreta la octava visita tras la participación que tuvieron en 2018 en Cosquín Rock, y seis visitas anteriores a Buenos Aires, entre las que se cuentan dos recitales que veinte años atrás (noviembre de 1999) dieron en el mismo estadio del centro porteño.