Sin brechas para la solidaridad
por Gabriela Moscardini
MADRID, España,- El confinamiento en los hogares de millones de españoles entre marzo y mayo para intentar frenar la pandemia de conoravirus generó muchos impactos en la vida de todos, y los niños no fueron una excepción, sin clases, sin contacto con los amigos y sin poder salir a la calle para jugar.
Si para las familias en una situación económica cómoda fueron meses complicados en casa, para aquellas en situación de vulnerabilidad fue aún más difícil.
Aunque en España existe un buen acceso a la televisión y al teléfono móvil, unos 100.000 hogares con niños no pueden conectarse a internet, y el 20 por ciento de los hogares con niños con renta por debajo de los 900 euros mensuales no dispone de computadora, según datos de Unicef.
La brecha digital, como se llama la diferencia de acceso o conocimiento que tienen las personas a la tecnología, ha marcado el inicio del ciclo escolar 2020 en España. Sin embargo, algunos niños en Madrid han tenido la oportunidad de no quedarse desamparados a la hora de estudiar.
Fue lo que la Escuela de la Paz propuso hacer en la capital española. Con el país bajo estado de alarma por el coronavirus, los proyectos regulares que impartían a los niños fueron suspendidos, pero con el retorno gradual, los organizadores intentaron hacer de todo para recuperar “el tiempo perdido”.
“Un motor de solidaridad”
El proyecto Escuela de la Paz, que abrió sus puertas en Madrid en el año 1988, está presente en los barrios de Pan Bendito, Lavapiés Y Maravillas -popularmente conocido como Malasaña- de clase social obrera, donde residen un gran número de inmigrantes.
En sus instalaciones, antes de la pandemia solía asistir a casi 100 niños entre los 5 y 11 años.
Son parte de la comunidad de Sant’Egidio, un espacio donde los niños aprenden a convivir y reciben apoyo en las matemáticas e idiomas, con una enseñanza más personalizada, según explica a EFE su coordinadora, Beatriz Goméz.
En la Escuela de la Paz, además de estudiar, los niños aprenden a convivir y a respetar la diferencia, ya que cada uno tienen orígenes y situaciones familiares diferentes, señala Beatriz, que está involucrada con la comunidad de San’Egidio desde 1997, cuando era todavía estudiante universitaria,
“Es un motor de solidaridad”, indica la coordinadora. “Con el vínculo que se establece con los niños, que te permite conocer a las familias y hacerse amigos de los padres, eso lleva a que tengamos las mismas preocupaciones que tienen ellos en el corazón, como la falta de empleo, la falta de vivienda. Son preocupaciones que compartimos que luego ponemos en común e intentamos ayudar en la medida de lo posible”, dice.
Con el fin del estado de alarma en España, en junio, y el inicio de la “nueva normalidad, la Escuela de la Paz retomó las actividades con los niños, en un aforo reducido y en turnos, con la intención de recuperar lo que los pequeños habían perdido en el confinamiento y “salvar la brecha”, ya que muchas familias no tenían los recursos tecnológicos para las clases regulares, explica Beatriz.
“No queríamos que ningún niño quedase sin apoyo”, subraya.
Algunas de las familias que llevan a sus niños a la Escuela de la Paz son migrantes de países como Colombia, Ecuador, Honduras, Filipinas y Paragua y tienen dificultades económicas. Muchas, además son numerosas, y pocos de sus integrantes tienen trabajo, fundamentalmente en sectores como la construcción y el servicio doméstico, que fueron fuertemente impactados por la pandemia.
“Hay una relación muy especial con las familias”, explica Beatriz, “el lazo se mantiene siempre”.
Durante el confinamiento, los “jóvenes de la paz”, como se conoce a los jóvenes que ayudan a los niños en las tareas y actividades, llamaban a las familias y hacían un seguimiento semanal, preguntando como estaban o si les faltaba algo.
Estos jóvenes “tienen el deseo de cambiar el mundo, de no resignarse y trabajar para cambiar las situaciones de dolor que ven en la ciudades” señala Beatriz, que un día también fue una “joven de la paz”.
Con la escuela de verano, los niños pudieron volver al espacio físico de la Escuela de la Paz y recuperar parte de lo que la brecha digital y la falta de convivencia con los amigos les habían quitado. “Tenían muchas ganas de volver”, asegura la coordinadora.
Lo que espera en el futuro
Con la vuelta a las clases regulares en las escuelas y el aumento de casos de coronavirus en Madrid, el escenario es de incertidumbre y miedo, pero también de esperanza, según Beatriz.
“Tenemos muchas ganas de que esto salga bien, porque hemos sabido lo que significa el confinamiento para los niños y para las familias que hemos ayudado”, afirma.
Las actividades de apoyo en la Escuela de la Paz se han retrasado respecto a la vuelta oficial en los colegios a mediados de septiembre, pero siguen haciendo la diferencia en la niña de los niños y de las familias que participan.
La Escuela de la Paz no está hecha de esperanza, también de amistad. Así lo definiría Beatriz hoy y para el futuro: “Amistad en tiempos de pandemia significa mucho, porque es justamente lo contrario a la soledad”, asegura.
“Lo peor que nos puede pasar es sentirnos solos, y aún más siendo una familia con niños y sin ayuda. Te ves solo, estás confinado en casa y no ves salida. Sentir que tienes amigos que te van ayudar y que te acompañan es fundamental”, subraya.
EFE.