Sergio Bizzio: “Me gusta jugar con absolutamente todo”
El escritor, guionista y director habla de su "necesidad" de relatar, del encierro como tema recurrente en su obra, de la relatividad del tiempo y del drama, el absurdo y el humor, como ingredientes que deben confluir en sus proyectos para no abandonarlos.
Sergio Bizzio y la tapa de su flamante libro.
por Claudia Roldós
@clauroldosmdp
Un viaje, una verdad que se revela inesperadamente y la perspectiva de estar atrapado en una isla paradisíaca con esa certeza a cuestas, son disparadores de “Diez días en Re“, lo último de Sergio Vizzio (Literarura Random House). La novela corta, publicada en diciembre, transita la aventura de Carlos, quién se da cuenta, al inicio de su luna de miel, que no ama a Irina, su esposa. A partir de esa certeza, realismo, fantasía, humor, encierro, personajes desopilantes, se combinan en un relato que bucea en torno al dilema de cómo transitar esa realidad que irrumpe, que toma por sorpresa al protagonista.
A partir de este trabajo y en una nota con LA CAPITAL, Bizzio, escritor, guionista, director -y también artista visual- habló de su necesidad por relatar, del absurdo, el drama y el humor como componentes imprescindibles en su obra, del encierro como tema recurrente en su obra y de las múltiples -y también inesperadas- lecturas que puede generar un texto.
– ¿En “Diez días en Re”, la llegada a la isla, un paraíso, se convierte en un infierno?
– Sí, sobre todo para él, que de golpe se da cuenta que no ama a la mujer con la que acaba de casarse. El escenario paradisíaco en el que están se vuelve casi una pesadilla para él que no sabe de qué manera asumir y procesar el golpe de esa revelación que acaba de tener y al mismo tiempo, porque no la ama pero quiere a la mujer con la que está y no quiere lastimarla se ve obligado a disfrazar, disimular lo que verdaderamente siente que es una tarea grande, imagino yo. El pasa de la luna de miel a un trabajo en un abrir y cerrar de ojos.
– Ese trabajo de disimular que no la ama tiene momentos de fisura. No sabemos si Irina se da cuenta que él no la ama, pero lo nota diferente y, con el paso de los días cambia el trato, la relación entre ellos.
– Sobre los personajes no sé mucho más que vos, que cualquier otro lector. cada cual hace su propia lectura. Yo me fui dejando llevar por la situación y las cosas fueron apareciendo sin un plan previo, determinado. Lo que yo, como lector, veo o sospecho es que ella está dándose cuenta de que él está raro, comportándose de una manera desacostumbrada, pero no alcanzo a decidir si advierte lo que le pasa o no. Tengo la impresión de que no se da cuenta, adjudica el comportamiento de Carlos a cualquier otra razón menos a la única cierta. El tampoco sabe muy bien hasta qué punto está siendo convincente. De todas maneras, el único que trabaja, el único que sufre, él único que es un hipócrita a pesar suyo, ahí, en ese momento, es él.
– En ese dejarse llevar, ¿cómo van cobrando forma las historias?
– Cuando arranco, no tengo la menor idea de a dónde voy. En ese momento estoy convencido de que si supiera a donde ir, no escribiría ni una palabra, por aburrimiento, pero llega un momento en el que sé muy bien a dónde ir y eso también me gusta mucho. En ese momento ya se dibujó una suerte de plan de la novela, pero no podría decir cuándo sucede eso. Hay un momento en el que aparece completa o esbozada una especie de plan y me dejo llevar por ese plan. pero al mismo tiempo debo decir que es un plan que va cambiando casi día a día, página a página. Veo los personajes, veo la situación, se más o menos qué les está pasando, voy tejiendo lo que sigue paso a paso, pero no tengo una respuesta precisa.
– ¿Hay en Diez días en Re, dos viajes, no sólo la luna de miel, sino uno interior?
– Es una idea posible, mi intención no fue contar esos dos viajes, sino lo que les pasaba a ellos una vez que llegan a destino.
– Perderse en la selva. ¿Se puede tomar como una metáfora de lo perdidos que están los personajes en el matrimonio?
– Sí, se puede tomar como una metáfora. No fue mi intención. Mi intención fue, más bien, dejarme llevar por el gusto por la aventura.
– ¿Cómo se lleva con las interpretaciones que pueda hacer cada lector de lo que ocurre en la historia?
– Está bien que cada lector haga su propia lectura. Las novelas que sólo pueden leerse de una manera a mí no me resultan interesantes. Como escritor tampoco. No pretendo ni quiero escribir una novela que no permita más de una interpretación, esas obras en las que el lector va a lo seguro porque el autor fue a lo seguro. No me gusta la gente que va a lo seguro, me parece un movimiento estúpido, porque la verdad es que no hay nada seguro. Y, además, para querer ir a lo seguro hay que llevar una mochila mucho más pesada que para hacer nada más que lo que te gusta.
– Si bien todo gira en torno a la pareja de Carlos e Irina, hay personajes secundarios en la historia que le aportan dosis de comicidad, ironía y tragedia.
– Sí, esas historias también van apareciendo a medida que escribo. En este caso hay personajes que me resultan muy razonables, otros un poco desopilantes, pero todos fueron apareciendo y responden a la necesidad de relatar cosas que tengo.
– Puede ser que se retome en esta historia la idea de encierro que había abordado en otras obras, como La Rabia, Gravedad. ¿Hay una idea de encierro en su literatura?
– Sí, parece ser que fuera un tema recurrente el encierro. En este caso es un encierro abierto, pero encierro al fin. Supongo que tiene que ver con mi pasión por Kafka, por la lectura regular que hago de su obra desde hace décadas.
– ¿Jugó en la escritura con la subjetividad del tiempo?
– Me gusta jugar con absolutamente todo. El tiempo no escapa a eso. Me parecía ineludible hacer un registro a mano alzada de lo que le pasa a él, particularmente, con el tiempo. porque él sabe que tiene que estar diez días ahí, porque contrató ese viaje con la mujer y desde el primer minuto quiere irse, desaparecer, no quiere estar ahí. Entonces cada hora, cada día, cada minuto es un infierno y la relación de él con el tiempo era ineludible, como la relación de él con su mujer y con su propio corazón. Al final de la novela está tan apurado por irse que va al muelle un par de horas antes del momento en que lo tiene que pasar a buscar la lancha. O como en la selva, que se pierden en el tiempo y se pierden en el espacio.
– Se lo deben haber dicho mucho, la obra es muy visual. ¿Lo trabaja especialmente?
– Me sale así, pero me alegro. Me gusta que las cosas se vean. Me parece que hago una literatura muy visual.
– La escena del brazo que no puede bajar esa manifestación física de un problema que no es nada físico, es un ejemplo de ello.
– Sin esa ocurrencia no hubiera podido seguir adelante. Cuando él se da cuenta que no ama a su mujer está saludándola desde lejos y después no puede bajar el brazo. Ese absurdo fue el motor que me impulsó a seguir adelante. Esa combinación de humor con drama y absurdo me resulta siempre muy estimulante. interesante.
– Dice que sin esa ocurrencia no hubiera podido seguir. ¿Es de abandonar muchos proyectos o qué es lo que lo hace seguir adelante?
– Sí, soy un gran abandonador. Escribo todos los días. Pero todos los días abandono lo que escribo hasta que de golpe, como decía Barthes, algo cuaja y me quedo ahí y sigo hasta que lo abandono o hasta que lo termino. Qué es lo que me hace seguir adelante… si no aparece algo de ese orden, que combine el drama con el absurdo y el humor me cuesta seguir y en general lo abandono. Necesito algo que me atrape y me atrapan esas cosas.
Perfil
Sergio Bizzio nació en Ramallo, provincia de Buenos Aires, en 1956. Novelista, dramaturgo, poeta y guionista.
Artista polifacético, es también escenógrafo, realizador, productor de televisión y director de cine.
Publicó las colecciones de poemas Gran salón con piano, Mínimo figurado, Paraguay y Te desafío a correr como un idiota por el jardín; las novelas Más allá del bien y lentamente, Planet, En esa época (Premio Emecé), Rabia (Premio Internacional de la Diversidad), Era el cielo, Realidad, Aiwa (Premio Municipal de Novela), El escritor comido, Borgestein y Mi vida en Huel, entre otras.
También es autor de los libros de relatos Chicos, En el bosque del sonambulismo sexual y Dos fantasías espaciales.
Además escribió las obras de teatro Gravedad, La China y El amor -las dos últimas en colaboración con Daniel Guebel, con quien también escribió la novela El día feliz de Charlie Feiling-.
Varios de sus relatos y novelas fueron adaptados para el cine en la Argentina, Brasil, España y Francia. Ha sido traducido al inglés, francés, italiano, portugués, hebreo, búlgaro, holandés y alemán.
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