John Lennon conoció a Bill Ande en 1964, poco antes de que este último llegara a la Argentina de la mano de la enorme visión del entretenimiento que tuvo siempre Alejandro Romay. La historia de ese viaje tomó notoriedad recientemente con la realización del documental “El día que los Beatles vinieron a la Argentina”, de Fernando Pérez, con guión de Tomás Epstein, que cuenta que, en plena Beatlemanía, a Alejandro Romay se le ocurrió que podía montar un show con una banda vocal norteamericana que había empezado a cantar en bares y casinos de Palm Beach, Florida.
Se llamaban “R-Dells”, cuyo líder era un joven de 22 años llamado Bill Ande. Romay supo de ellos, y de su representante, Bob Yorey, un simpático filibustero que pidió a Ande y a sus tres compañeros que se dejaran crecer el pelo hasta las cejas, y los rebautizó como “The American Beetles”, y los ofreció al mercado musical. Había un detalle: casi no sabían tocar ningún instrumento.
La historia de la visita de los American Beetles, narrada en el documental de Pérez, no tiene ni un segundo de desperdicio: incluye un secuestro en Ezeiza, un contrato con Canal 13 que no se cumplió, la prohibición en radio Splendid por “el lamentable remedo del equívoco sexual” de la obra de los Beatles y –como si no fuera ya demasiado- a Martín Karadagian y los Titanes en el Ring haciendo de guardaespaldas de la banda norteamericana.
Pero eso está contado en el documental que puede verse completo en Internet.
Yo me pregunté, en cambio, qué sucedió después con la banda Beatle que aceptó hacer una gira por Sudamérica en plena explosión de “A Hard day’s night”, que salió al mercado dos días después de la presentación de sus impostores en la TV Argentina.
Luego del furor desatado en nuestro país, Brasil, Uruguay, Perú y Venezuela, los cuatro americanos volvieron a Florida y no pudieron sostener la carrera emulando a los Beatles: sucede que tenían muy pocas cualidades musicales, sonaban muy mal, tocaban peor, y no pudieron lograr que en Estados Unidos los acepten ni siquiera como número de variedades. Por lo tanto, en 1966, a poco de cumplir 2 años de haber visitado el Canal 9 de Romay, cambiaron su nombre a “Razor’s edge”, y continuaron tocando en casinos hasta su disolución definitiva.
Así, a los 25 años, Bill Ande, que había sido John Lennon por lo menos dos años, ahora no tenía nada. Los otros tres –Vic Gray, Tom Condra y Dave Hieronymous- desaparecieron de la escena artística, o al menos la historia los olvidó. Pero Ande quería más: aprendió a dominar la guitarra y formó una banda llamada Osceola, en San Francisco, con la cual abrió espectáculos para The Grateful Dead, Jefferson Airplane, Pink Floyd, John Lee Hooker, Paul Butterfield y Carlos Santana.
Cuando el éxito parecía llegar, genuinamente, a la vida de Bill Ande, en un tour por el sur de Estados Unidos, y al borde de firmar un contrato con Columbia Records, varios de los miembros de Osceola se enfermaron en ese viaje y tuvieron que interrumpir la gira y el contrato. La banda se separó. El Lennon de Palm Beach nuevamente había casi logrado ser una estrella de rock.
Las últimas décadas no encontraron mucho mejor a Bill. Tocó en una banda en Tallahassee, capital de Florida, pero duró muy poco. Lo agarró “la era disco” en los 80s, y se retiró de los escenarios para producir y grabar en diferentes estudios a otras bandas. Actualmente vive en Chicago, y editó un disco con The Bill Ande Band que se llama “Start of the Blues”, cuyos derechos de reproducción en Internet para nuestro país están prohibidos. Solo se puede escuchar desde la web del artista.
El éxito fue sólo prestado para Ande. Pero, alguna noche entre el 12 y el 22 de febrero de 1964, cuando los Beatles estuvieron en Miami, durante su primera gira por Estados Unidos, en un club –quizá el Mau Mau Club, de Yorey- el verdadero John Lennon conoció a su impostor: fue muy amistoso, escuchando con un poco de compasión –supongo yo- los acordes de Twist and Shout, con el que abrían el show, el mismo que hicieron en Buenos Aires, en julio de ese año.
Se dieron la mano, lo que puede haber justificado para Bill Ande todas las desventuras que vinieron después.
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