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Opinión 20 de marzo de 2016

Ser conocido

Por Fabrizio Zotta

I.
Una lógica sensata indicaría que nadie trabaja de “ser conocido”. Más bien esto pareciera una consecuencia de un esfuerzo previo: primero hago algo, y por eso se produce un reconocimiento, es ciertos espacios, en ciertos públicos, en algunas audiencias.
Pero ese juicio podría discutirse al revisar el mecanismo de funcionamiento de la circulación “contenidos” –podríamos llamarlos así- en los medios de comunicación tradicionales, pero también en las plataformas de redes sociales, en donde la visibilidad es la condición previa: si un producto no “es conocido” no se puede insertar en ese mercado.

De la lógica de los medios de comunicación podemos hablar en otro momento. En este texto el tema central es qué sucede con las personas, con la subjetividad que se construye cuando borramos (voluntariamente) la frontera de lo público y privado. Y es que en los últimos años asistimos a una asimilación del mecanismo de los medios masivos en la conducta individual: hoy parecen manejarse con la misma lógica: se usan métricas, comportamientos de twits, cantidad de likes: una especie de rating personal. Y todo eso parece importar.

La pregunta es ¿por qué importa? Dice la comunicóloga Paula Sibilia: “Otros son nuestros pesares porque también son otros nuestros deleites, otras las presiones que se descargan cotidianamente sobre nuestros cuerpos, y otras las potencias –e impotencias- que cultivamos.”

En otras palabras, las metas que “necesitamos” cumplir transforman nuestra forma de ser, y corremos tras de ellas.

II.
La explicación de esa carrera por la visibilidad no es única, sin duda es multicausal. El éxito se asocia con la visibilidad y tiene una influencia enorme sobre la construcción de cualquier personalidad: hay palabras, actitudes, vestimenta, accesorios, lugares a los que se debe ir, redes que tenemos que usar, prácticas que es importante que hagamos. Por ello, el mundo de la vida es cada vez menos real y se vuelve estético, es decir, una construcción que tiene ingredientes puestos allí para elaborar el sabor final, como en la cocina de autor. El éxito se convierte en una seducción, una promesa, un estilo y estética de la vida que queremos vivir.

Hay, quizá también, una soledad espiritual detrás de esto: “Habiendo desaparecido ese testigo omnipresente ¿qué quedó? El ojo de la sociedad, de nuestros pares, a los que debemos mostrarnos para evitar hundirnos en el agujero negro del anonimato, en el torbellino del olvido, aunque eso signifique hacer el papel del idiota del pueblo, desvestirse hasta quedar en ropa interior y bailar sobre una mesa en el bar local. Aparecer en la pantalla pasó a ser un sucedáneo de la trascendencia, y, en definitiva, es gratificante.”, marcaba Umberto Eco hace unos años. Si Dios ha muerto, ser reconocido no es un acto trascendente, es la celebración del público.

Se despliega, entonces, el reconocimiento público (del público) en toda su dimensión: la producción de discurso sobre lo exitoso, sobre el valor social y cultural de la visibilidad, supone que algo es bueno porque es consumido por muchos, que es bueno porque es re-conocido. Como en la industria de los medios.

III.
Al tener que elaborar una estética de nosotros mismos, tenemos que tomar decisiones sobre qué incluir en esa construcción y qué no: seleccionar los ingredientes de nuestro plato gourmet. Tanto los individuos –llamémosle- privados, como los personajes públicos no pueden dejar librado al azar su perfil, porque es lo que la mayoría de la gente va a conocer de nosotros, aunque no tenga demasiado que ver con nuestros pensamientos íntimos, o la subjetividad que no exteriorizamos.

Por eso, no es una segunda identidad, o una falsificación, sino que trasciende la dualidad verdad/mentira: es como el arte, genera un sentido, que no puede ser catalogado de verdadero o falso.

La comunicación política, por ejemplo, es una muestra de este comportamiento: el político que despliega su identidad en las redes sociales no es una persona real, pero tampoco es mentira: es una estética, una forma de mostrarse, que se basa en asesoramientos, tendencias, elementos más o menos probados. Es comunicación, un discurso en sí mismo. Y ya sabemos –como el titulo de esta columna sugiere- que las cosas narradas, dichas, no son lo mismo que las cosas reales.

Es tan importante mostrarse, que las decisiones sobre cómo hacerlo, sobre cómo “ser conocidos”, ocupa gran parte de nuestro tiempo, y de nuestros deleites y preocupaciones: diferenciarse para sobrevivir y pujar por likes, retwits y corazoncitos rojos.