Seis meses de dolor y silencio: el kibutz Kfar Aza sigue atrapado en el 7 de octubre
Victor Weinberger, Keren Flash y Shachar Tzuk, supervivientes del ataque de Hamás del 7 de octubre al kibutz Kfar Aza. Foto: EFE.
Por Jorge Dastis
SHEFAYIM, Israel.- “No parecía real” es una de las frases que más repiten los supervivientes del kibutz Kfar Aza, en el sur de Israel, que perdió a más de 60 de sus residentes durante los ataques de Hamas del 7 de octubre, al rememorar los estremecedores sucesos de aquel día.
Seis meses después, en su hogar temporal en el Hotel Shefayim, al norte de Tel Aviv, muchos piensan que el mundo se ha olvidado demasiado rápido de su dolor.
“Esto no es resistencia. La línea está muy clara, y al resto del mundo le da miedo decirlo. Hay que hablar más”, comenta con frustración Shachar Tzuk, una de las supervivientes del kibutz, en el hotel en el que vive junto a otros 400 miembros de su comunidad.
Tzuk trata de medir sus palabras, y matiza que “no todos los palestinos son monstruos”. Inmediatamente después, apunta: “Pero ¿con quién se supone que tenemos que hacer las paces? La gente en el otro lado desfilaron el cuerpo destrozado de una joven en la parte de atrás de una camioneta”, exclama.
El dolor de los secuestrados
Su postura la comparten muchos de los residentes del kibutz, pero especialmente los familiares de los secuestrados.
Durante los ataques -que dejaron unos 1.200 muertos y 253 rehenes en las comunidades del sur de Israel-, 19 personas fueron secuestradas en Kfar Aza, de las cuales 14 han vuelto. Otros dos jóvenes retenidos fueron abatidos el pasado diciembre por el Ejército israelí en ciudad de Gaza, donde los confundió con combatientes de Hamás cuando trataban de huir de sus captores.
Cinco vecinos de Kfar Aza siguen aún en la Franja de Gaza, entre ellas Ziv y Gali Berman, dos mellizos de 26 años de edad. Su hermano Liran confiesa que sigue “atrapado en el 7 de octubre”.
“Voy a Kfar Aza una vez por semana porque es lo más cerca que puedo estar de ellos”, explica el joven, que durante los últimos meses se ha estado reuniendo con mandatarios de Estados Unidos y de Europa para pedirles que presionen a Catar, que junto a Egipto, lidera las negociaciones indirectas entre Hamás e Israel.
Liran destaca que antes del ataque creía “en un futuro de coexistencia” con los palestinos, y que muchos iban a trabajar al kibutz desde la Franja, ubicada a solo dos kilómetros de Kfar Aza. “Todo cambió el 7 de octubre”, confiesa.
Unidos por el trauma
Todos los residentes del kibutz que viven ahora en Shefayim comparten historias inimaginables de dolor y trauma. Keren Flash, que se había mudado a Kfar Aza junto a su marido y su bebé poco antes de los ataques, recuerda cómo estuvo horas en un refugio esperando un mensaje de sus padres que nunca llegó.
“Dos días después recibí una captura de pantalla. El barrio de mis padres tenía su propio grupo de WhatsApp, y mi madre mandó un mensaje a las 4.59 de la tarde de que había terroristas intentando entrar en la casa”, relata.
Poco después, sus vecinos escucharon dos ráfagas de un arma automática. El Ejército tardó una semana en confirmar oficialmente su muerte.
Ofer Baram tiene 68 años y perdió a su hijo Aviv durante los ataques. El joven, de 33 años, era soldado con la misión de defender Kfar Aza de posibles ataques.
“Estaban entrenados para enfrentarse a uno, dos, cinco, diez terroristas”, relata el hombre, “no para los 600 monstruos que entraron”.
Baram, muy crítico con el Gobierno de Benjamín Netanyahu, cree que es importante que el país se centre ahora en el futuro y en el tipo de sociedad que quieren construir. “Nuestro futuro tiene que ser la principal pregunta”, dice.
Volver a Kfar Aza
Precisamente de planear el futuro se encarga Victor Weinberger, casado con una de las residentes de Kfar Aza, quien ha asumido el papel de recaudar fondos y organizar el retorno de la comunidad a sus hogares.
Weinberger explica que más allá del alojamiento, apenas reciben ayuda del Gobierno israelí, y que han tenido que recurrir a donaciones para reconstruir parte de los mecanismos que caracterizan a un kibutz, donde gran parte de la vida se hace en común.
“Tenemos un departamento de salud del tamaño de un pueblo pequeño”, explica.
Todavía queda un largo camino por delante, pero Weinberger apunta a que su plan es regresar a Kfar Aza en los próximos dos años. Para hacerlo, primero deberán reconstruir los edificios, muchos de ellos totalmente devastados, y convencer a las familias para que vuelvan a la zona porque ya es segura.
De momento, el grupo se instalará en el kibutz Ruhama, en el desierto del Negev, para finales de este año, desde donde seguirán recaudando fondos y planeando su vuelta.
EFE.