Sebastián Chilano: “Anulamos la muerte de una manera asombrosa”
El escritor y médico habla sobre su reciente novela, "Los preparados", en la que se propone contar la muerte desde diferentes perspectivas. Realidad y ficción, pandemia y medicina.
Crédito: Triana Koosman.
“En todo ser humano habita una novela”, señaló el escritor Sebastián Chilano, autor de “Los preparados” (Editorial Obloshka), su reciente ficción en la que indaga en el fenómeno de la muerte. Semejante aventura lo lleva a abordar el tema desde lugares, aspectos y discursos diferentes: la muerte de sus familiares, el suicidio, el caso de suicidados famosos -como el cantante Kurt Cobain-, el descubrimiento de la muerte en la infancia, los cadáveres que se utilizan para las clases de anatomía en la Facultad de Medicina -donde estudió-, los cadáveres como sitios sagrados para algunas culturas, la muerte de los pacientes, entre otros abordajes.
Mientras la hebra parece ser este dilema “inabarcable” de la existencia humana, según definió, una historia emerge de entre los secretos familiares, se teje con ese mismo hilo y lo tiene al escritor como protagonista.
“En todo ser humano habita una novela -sigue, en una entrevista con LA CAPITAL-. La búsqueda está en cómo y qué contar. Y cuánto. En el caso de ‘Los preparados’ fue una escritura familiar contra el olvido: muertos todos o casi todos los personajes intervinientes la escritura fue para evitar olvidar las cosas que se pierden en la memoria”.
Chilano nació en Mar del Plata en 1976. Además de escritor, es médico. Y en este libro vuelca reflexiones sobre su experiencia en la medicina y su cercanía con la muerte.
Escribe, por ejemplo: “En esta habitación de hospital no hay cortinas. No se ve el mar. Ni siquiera se lo intuye. Una vez más, el tiempo parece no existir cuando se está de guardia. El amanecer esta lejos -apenas si pasó la medianoche- y si entrara ese viento que arrecia contra la ventana, tumbaría la guía de suero que cuelga ya inútilmente, revolvería las gasas, y pondría la ropa del paciente que el camillero se acaba de llevar en algún otro lugar: en una bolsa, en el placard de la morgue, a la espera de los familiares o de la funeraria”.
“Quizás sea mi peor lector”
Autor de otras seis novelas: “Riñas de gallos”, “Las reglas de Burroughs”, “Tan lejos que es mentira”, “Méndez”, “En tres noches la eternidad” y “Ningún otro cielo”, el escritor habló sobre el contexto de pandemia en el que apareció su libro, sobre la relación entre realidad y ficción y sobre los materiales que dejó afuera de esta nueva publicación.
También se refirió al lugar que ocupa la muerte en la sociedad contemporánea: “Anulamos la muerte de una manera asombrosa: los funerales son cortos, las cremaciones son habituales, etc. Exponer veinticuatro horas un cuerpo en un cajón ya no nos parece tan necesario. Y en la pandemia se llegó al límite insospechado: ni siquiera se acompaña al muerto”, observó.
-Siempre está la tentación de preguntarle a un escritor que se pone a él mismo como protagonista ¿todo es verdad o hay ficción en “Los preparados”?
-Creo que debe servir preguntárselo, pero claramente no debe servir que el autor responda la pregunta. Si la intriga es grande, en general la respuesta desilusiona, aun cuando sea una gran respuesta: o todo es más sencillo (y decepcionante) de lo que parece. O todo es tan complejo que lo anterior no deja de ser un simple juego de palabras: como esos cuentos que terminaban con que el personaje se despierta de un mal sueño en la última línea.
-¿Considerás que este presente, atravesado por la pandemia, potencia la lectura de tu libro?
-El tema de la muerte es duro en cualquier circunstancia, pero está enfatizado a diario, puertas para adentro y puertas para afuera: contamos muertos a diario, en Argentina, en el mundo. Este presente de la pandemia ha sido cambiante, lento, monótono, pero cambiante. Y lo sigue siendo: la sensación instalada en el verano de “final de pandemia” es totalmente falsa. Fue necesaria esa sensación, quizás, como son necesarias esas convenciones sociales que nos permiten seguir adelante, por ejemplo: el fin de año trae sensaciones de renovación, ¿pero qué es lo que verdaderamente cambia? Nada. ¿Y con respecto a la pandemia? Al principio la parálisis no era sólo laboral: estábamos paralizados en nuestras casas, esperando que el virus entrara al país, contando los casos como migajas. ¿Qué hicimos? A la parálisis inicial la siguieron maratones de series, después la vuelta a lecturas postergadas, a escrituras, a la idea de publicar. ¿Cuándo volver a publicar entonces? ¿Cuándo todo vuelva a ser como antes? Nadie garantiza eso, entonces hay que publicar. ¿Qué ayuda a la lectura? ¿Qué lleva a un lector leer un libro determinado en un momento determinado? No lo sé. El contexto no me pareció favorable para la aparición del libro por su temática, pero me equivoqué. En general siempre me equivoco con mis libros. Cosas que me parecen importantes pasan desapercibidas, cosas intrascendentes llaman la atención. Quizás sea mi peor lector.
-En relación a otros, en este libro cambiás de tono: es introspectivo, más reflexivo, menos cínico. Después de leerlo inquieta esa palabra que figura en la tapa: “novela”, ¿es una novela?
-La palabra novela en la tapa la consideré innecesaria. Pero fue un acierto -uno más- de la editora Silvia Itkin. Es una aclaración necesaria. Quizás la misma aclaración debería figurar en mis libros anteriores. Digo, son novelas. El tono es el de la novela: el relato de Méndez no es el relato de un cínico, es el relato de un asesino; el de Riña de gallos, es el de alguien que padece una patología mental; y así. Hay, hoy, cada vez menos lugares para la ficción: parece ser que lo que hacen los personajes en los libros es lo que hacen sus autores en la vida real y esa pérdida de diferenciación nos lleva al dilema de dónde poner a nuestros personajes. La lectura entre líneas, la búsqueda de trazar un paralelismo entre autor y obra lleva a que sean necesarios esos rótulos: esto es una novela. Es casi una súplica: es una novela, créanlo: no soy yo. Aunque comparta el nombre, la familia, una vida en común: no soy yo. No soy este. Pero la diferenciación es cada vez más cuestionada, parece ser que dentro de poco creeremos que Borges vio el aleph en el sótano de la calle Garay, o que César Aira fue una monja. O una niña de 7 años.
-Se advierte que te alejás un poco del rol de narrador para meterte en otros, investigador por ejemplo. Agregás discursos de otros (la carta de Cobain). ¿Es un libro polifónico, coral? ¿Necesitaste respuestas de varios lados, como si no alcanzara sólo con la ficción para poder abordarlo?
-El tema de la muerte es enorme. Inabarcable. En las presentaciones del libro leí textos que quedaron afuera: uno sobre los verdugos, otro sobre las manos. También hay un capítulo entero sobre el infierno y otro sobre el rito de los funerales que no entraron. Junto con la carta de Cobain intercalaba la carta suicida de René Favaloro. Hoy sigo leyendo cosas que podrían haber entrado en el libro. El tema -la muerte- es un tema definitivo, el libro no.
-Hay una frase, una imagen poderosísima en el libro: “La muerte a veces es una máscara de labios pintados o un espíritu que les ladra su anemia a las sombras”. En general, preferís usar pocas metáforas, pocas imágenes y te volcás hacia el lenguaje más transparente, ¿coincidís?
-Quizás hay pocas metáforas, pero sí veo muchas imágenes. Creo que la historia se basa en esas imágenes. Y no sólo por hablar del capítulo más obvio al respecto que es la descripción de una fotografía familiar. Para mí es un libro construido en base a imágenes. Es decir, es un libro estático. El protagonista se para en el pasillo de la facultad de medicina y lo describe. Ya está quieto en la primera imagen. Se detiene en el auto con su madre rumbo a ver la ballena en la playa. Se detiene en la zapatería de su madre. Frente a un póster de Alfonsín o las manos de Perón. Por eso me sorprende que mucha gente lee el libro con rapidez. Eso me preocupa. Quizás les diría que lo leyeran una vez más, más despacio, ¿pero quién puede exigirle tal cosa a un lector?
-Escribís “en la medicina ya no se nombra a la muerte”. ¿Es una crítica? ¿Se la tendría que mencionar más?
-No es una crítica. Es una observación. Y no es un problema de la medicina, es un problema de la modernidad. Anulamos la muerte de una manera asombrosa: los funerales son cortos, las cremaciones son habituales, etc. Todos estamos de acuerdo, a todos, o casi todos, nos parece más civilizado. Exponer veinticuatro horas un cuerpo en un cajón ya no nos parece tan necesario. Tampoco visitarlo en campo santo exponiendo la tristeza mes a mes en fechas determinadas. La sociedad moderna parece -quiere, cree que necesita- anular esos ritos. Y en la pandemia se llegó al límite insospechado: ni siquiera se acompaña al muerto, no se puede despedir el cuerpo, ni siquiera saber dónde está el cadáver. En cuanto a nombrarla más en medicina: está presente todo el tiempo a nuestro alrededor, vivimos con eso y nuestros pacientes no: si ellos necesitan nombrarla, es entendible, si ellos no la nombran ¿por qué invocarla nosotros?
-¿Por qué decís que curar es mentir? ¿Es otra crítica?
-Tampoco es una crítica. Es también una observación y una realidad. La mentira ha sido parte de la curación desde los tiempos que todavía viven en la mitología griega. Se entiende la mentira sin una connotación negativa, sin la intención de lastimar: ¿acaso no se calma la gente con el efecto placebo? Las mentiras también son necesarias para curar. La mayor angustia ante un síntoma es no saber el nombre de la enfermedad que lo causa, muchas veces ese síntoma no esconde ninguna enfermedad atrás: es la angustia, la ansiedad lo que hace manifestar el síntoma. ¿Cuántos ataques de pánico hacen pensar a quién lo padece que tiene un infarto? Muchísimos. Y es una mentira, del cuerpo hacia nosotros mismos. Si el cuerpo nos miente, ¿cómo negar que la mentira, o el efecto placebo, muchas veces son parte de la curación?
-Si bien el enfoque del libro es racionalista, agnóstico, marcás que cada vez que te tocó vivir la muerte de otros algo te tocó, algo se modificó, algo se fue, ya no sos el mismo. ¿Coincidís?
-De cada muerte uno sale distinto, la tarea del médico quizás sea no morir un poco en cada uno de esos actos.
-Lo que contás en el primer capítulo, las primeras clases de anatomía en la Facultad de Medicina de La Plata, es un texto que funciona en un doble sentido: inaugura el tema del libro y ¿también inaugura cierta relación que los futuros médicos tendrán con la profesión? ¿La manipulación de esos cadáveres humaniza o deshumaniza?
-Es que precisamente no se manipulan cadáveres. Son segmentos, secciones, extractos: son preparados anatómicos. Preparados diseccionados de un brazo, un tórax, un vaso sanguíneo. La segmentación podría compararse apresuradamente con la deshumanización, pero también hay que emparejarla con el fenómeno actual -y necesario- de la especialización médica. La complejidad de la Medicina es tan vasta como los conocimientos que le incumben. Es necesario aquel médico que sepa de todo el cuerpo armonioso, pero también se necesita que un médico sepa sólo cómo funciona el ojo. O una parte del ojo. Algo similar se puede decir que ocurre con la literatura: no se puede abarcar por completo, pero, algunos lectores -como los clínicos con el cuerpo y la medicina- lo siguen intentando.
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