Salud, uno de los pilares estratégicos para la reconstrucción nacional
Por Julio César Tuseddo
Ex Director CEMA.
Oscar Trotta
Candidato a Diputado Nacional por la Ciudad de Buenos Aires por el Frente de Todos.
La salud como bien social superior
La salud constituye una dimensión esencial de la calidad de vida del ser humano y es considerada, por todas las culturas, como un bien social superior que debe ser máximamente preservado porque está ligado a toda la actividad humana y constituye un medio necesario para alcanzar una existencia feliz, digna y productiva, tanto en el aspecto social como en el económico. Es un componente esencial del desarrollo en sociedad y su preservación, un instrumento muy eficaz de equidad y justicia social.
Es un bien tutelado (bien prioritario para la comunidad) que debe ser asegurado por el Estado mediante mecanismos que la protejan, especialmente para las personas más desfavorecidas socialmente y muy particularmente a niños, ancianos, mujeres gestantes y discapacitados.
No se le escapa a nadie desde la perspectiva individual la importancia que tiene la salud, todos estamos atentos permanentemente a síntomas o signos que nos puedan sugerir estar padeciendo alguna enfermedad, a la que queremos evitar o desprendernos de ella si eventualmente apareciera.
Lo que no es corriente es que percibamos la importancia que tiene la salud desde la perspectiva colectiva, vale decir de las consecuencias en términos sociales que ocasiona para una comunidad una población enferma. La perspectiva colectiva no es la suma de las individuales sino que la complejidad le resulta en una suerte de progresión geométrica de realidades y problemas.
Para entender aún mejor la importancia del factor salud en el desarrollo de una ciudad, región o país es estratégico entender que cuando no se la preserva, se pierde capacidad productiva, reduce su capacidad de ingreso a los hogares, empobrece a las familias y aumenta la necesidad de asistencia social además de reducir los años de vida y los años de vida con capacidad de producción.
El corolario de esa población enferma se puede medir con la carga de enfermedad, cuyo principal indicador (la forma de medirlo) son los años de vida ajustados por discapacidad que permiten calcular las pérdidas de salud poblacional entendiendo a ésta como la diferencia entre la salud actual y un estado ideal donde se viviría hasta una edad avanzada, libre de enfermedad y discapacidad, es decir cuantos años de vida fructíferos podrían haber disfrutado los ciudadanos si no se hubieran enfermado.
Analizar el escenario de esta manera en la actualidad nos permitiría sacar conclusiones preocupantes sobre la pérdida de capacidad productiva de nuestro pueblo y de la futura necesidad de asistencia social, siempre y cuando entendiéramos que la vida es el valor más preciado y no dejáramos expuestos a la adversidad sin apoyo a quienes son los afectados.
Se hace necesario en nuestro país pensar la salud en términos colectivos, e indispensable para pensar el desarrollo social integral y justo, que las políticas públicas sean orientadas a pensar esencialmente en la salud y como preservarla concientizando a la población a tener hábitos de vida saludables y a asegurar medio ambiente y de trabajo seguros. Esa es la forma más eficiente (más salud por menos dinero) de preservar el estado sanitario de un pueblo.
Los grupos poblacionales más vulnerables son los que requieren mayor atención de las políticas públicas porque cuando se afecta su salud se perjudica su único capital: “su humanidad”, ya que mediante el trabajo generan los recursos para sostener a sus familias y generar la virtuosidad de la labor. Se entiende entonces que deben ser particularmente preservados los mecanismos que permitan mantenerlos sanos porque si se perturba su salud se reduce su producto, y se introduce al sujeto, al grupo familiar y si la situación es sistémica a una área geográfica como en la actualidad, al círculo vicioso de la pobreza y sus consecuencias que una vez consolidadas cuesta generaciones revertir.
Sistema de salud
En el caso de nuestro sistema de salud, estructuralmente no está planificado para atender la salud sino la enfermedad, es decir que no tiene políticas activas en pos de identificar problemáticas poblacionales, no acciona de manera proactiva y continua sino que muy por el contrario trabaja en forma reactiva y episódica, solo activando conductas cuando a los individuos los aqueja alguna situación siendo generalmente el acto limitado a resolver el problema particular. Los servicios de salud están muy fragmentados y se organizan a través de puntos de atención aislados y escasamente comunicados entre sí, y en consecuencia incapaces de proporcionar una atención continuada a la población. En ellos, la atención primaria de salud no se comunica fluidamente con los otros niveles de atención y éstos tampoco con los sistemas de apoyo ni con los sistemas logísticos. Como agravante de desorganización hay diversos sistemas incluidos en él (público, privado, seguridad social).
El resultado de esta desorganización es la falta de coordinación entre los distintos niveles y sitios de atención, duplicación de los servicios y la infraestructura, capacidad instalada ociosa y servicios de salud prestados en el sitio menos apropiado, en especial en los hospitales (donde debería llegar a lo sumo el 15% de los problemas de salud).
Para quien es usuario del sistema, la percepción es de dificultad o falta de acceso, pérdida de la continuidad de la atención y de servicios que no se ajustan a las necesidades.
Por otro lado, la estructura sanitaria se centra (y especialmente en los últimos años) en la atención de la urgencia, descuidando lo que representa el 75% de los problemas de salud: las enfermedades crónicas (hipertensión arterial, diabetes, enfermedades cardiovasculares, entre otras). Estas afecciones, que no tienen la atención que merecen y por ello generan más enfermedades, deterioran de modo progresivo la salud de las personas y la potencialidad de la población de generarse recursos y mantener el círculo virtuoso del trabajo y la producción, necesitando a la largo de la asistencia social por no poder generarse el mínimo sustento.
Debemos repensar el modo de abordar las políticas públicas sanitarias argentinas, volver a los principios de Ramón Carrillo: “No puede haber política sanitaria sin política social”, “Todos los hombres tienen igual derecho a la vida y a la salud”, “Solo sirven las conquistas científicas sobre la salud si éstas son accesibles al pueblo”, “Los problemas de la Medicina como rama del Estado, no pueden resolverse si la política sanitaria no está respaldada por una política social. Del mismo modo que no puede haber una política social sin una economía organizada en beneficio de la mayoría”.
Estas frases tan sabiamente definen lo que debería haber sido nuestro sistema y que excepcionalmente han sido consideradas en las políticas públicas, deben ser por fin el germen que haga germinar una mirada diferente que inicie la senda, larga por cierto, cuyo resultado final sea garantía de salud para todos y todas y acceso a los servicios de salud de manera equitativa.
Cuando lleguemos al objetivo de una población sana, al menos sin desigualdades injustas en el aspecto sanitario, con acceso a un sistema de educación de calidad y con oferta de trabajo digno, nuestra Nación habrá recuperado esa igualdad de oportunidades que forjó una Argentina que se destacó en el mundo por ser potencia productiva e intelectual.
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