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Cultura 2 de septiembre de 2020

Rosa Montero: “Hay que permitirse ejercitar las alegrías de las pequeñas cosas”

Dice que aún "el mundo se está rompiendo", pero insiste en el optimismo: "Es alucinante cómo podemos sacar la cabeza cuando nos hemos casi ahogados". Acaba de publicar "La buena suerte".

Desde su casa de Madrid, Rosa Montero cuenta que “está triste, como todos” por las secuelas que está dejando la pandemia, pero optimista como es atisba una luz de esperanza porque si bien “estamos todavía en la herida y todavía el mundo se está rompiendo” los seres humanos somos “bichos tenaces, con una capacidad de adaptación increíble”.

“Nos hemos ido adaptando a esta vida rara ¿no? Dolorosa y que va a durar porque todavía no ha terminado. Y si contamos la resaca de la crisis económica pues va a llevar bastante tiempo hasta que volvamos a una vida razonablemente estable”, sostiene la escritora española.

Sin esperarlo su novela, “La buena suerte” terminó teniendo puntos en común con la actualidad, como “la parálisis” y el “confinamiento del protagonista” pero esta historia la escribió antes de la emergencia sanitaria, aunque su lectura final “después de dos meses de reposo” fue en marzo, en pleno pico de contagios.

buena suerte

“Los muertos nunca se van solos: se llevan un pedazo de universo”, se lee en la novela ¿qué crees que se llevan los muertos de la pandemia? “Han sido muertes hiper traumáticas, de gente que no ha podido despedirse y va a ser muy difícil recuperarse del dolor. Sigue muriendo gente y seguirá muriendo. Estamos todavía en la herida y todavía el mundo se está rompiendo y nuestros corazones. Tenemos que aguantar, tener esperanzas”, dice Montero.

“A cada uno -reflexiona- se nos va algo distinto y a las sociedades se le ha ido mucho: están angustiadas, perdidas. Pero, insisto, no hay que perder esa tenacidad de la esperanza. Y como dice el verso de Lorenzo de Médice del principio “Quien quiera estar contento que lo esté, del mañana no hay certeza”. Del mañana no hay certeza, nos lo ha demostrado la pandemia. Así que quien quiera estar contento que lo esté”.

 


“Como dice el verso de Lorenzo de Médice ‘Quien quiera estar contento que lo esté, del mañana no hay certeza’. Del mañana no hay certeza, nos lo ha demostrado la pandemia”


 

En “La buena suerte”, Montero construye una novela de intriga, como “un artefacto relojero”, sobre un hombre que decide bajarse anticipadamente de un tren en un pueblo agonizante y venido a menos, para edificar una historia de enigmas que hablan sobre los grandes temas de la vida: el bien y el mal, el miedo, el amor, la angustia y la pregunta por la existencia misma.

El hombre lleva largo rato mirando hacia abajo mientras el tren se desliza hacia un destino que lo espera. Pero de pronto, levanta la vista y decide bajarse. ¿Qué pasó, por qué repentinamente cambia de parecer?, con esa pregunta disparadora, Rosa Montero -escritora, periodista, Premio Nacional de las Letras Españolas- elabora una trama donde cada detalle se hilvana y va mostrando que no todo lo es lo que parece.

El pueblo en el que Pablo decide bajarse se llama “Pozonegro” -es ficcional y su nombre no deja mucho para más decir-; tiene entre sus habitantes a Raluca, una divertida pintora de caballos que como todos decide omitir algunas precisiones sobre su vida. Porque la novela se basa en la sospecha y hay delincuentes, ruines, macabros pero también personas que miran la vida como rayos de sol y buscan lo mejor para otros. Como dice la autora, “el bien triunfa a la larga”.

La autora de “La ridícula idea de no volver a verte” y creadora de la heroína Bruna Husky, escribió “La buena suerte” antes de la pandemia pero “curiosamente” encuentra coincidencias con el presente: “la cosa de la parálisis y de que a pesar de eso la gente se recupera. Incluso el hecho de que el protagonista vive una especie de confinamiento. La literatura es mágica y rara, pasan coincidencias así”, dice a Télam.


“La literatura es mágica y rara, pasan coincidencias así”


 

-Es una trama construida de a capas sobre detalles y enigmas. Podemos contar el punto de partida pero no mucho más ¿cómo trabajaste esta estructura?

-No es un thriller convencional aunque hay policías, delincuentes, delitos. Es un misterio muy potente, existencial. Los personajes realmente nos intrigan y hay enigmas sobre enigmas que se van acumulando y se van enredando porque mientras leemos creemos que hemos descubierto algo y, unas páginas después, se demuestra que no es verdad. Todos los personajes tienen secretos y cuentan mentiras. Soy muy arquitectónica en mis novelas: me encanta la estructura y siempre la trabajo mucho. Esa especie de artefacto relojero donde cada pieza va encajando. Cada cosa influye, cada dato forma parte del entramado. Mi primera novela se publicó hace 41 años y hay una cosa que es el oficio, la carpintería. Escribir es un oficio y escribir se aprende escribiendo. Cuando miro hacia atrás tengo la tremenda satisfacción de saber que hoy escribo mejor que hace 40 años. Las novelas surgen como galaxias luminosas que dan vuelta en tu cabeza, lo malo es pasarlas a la realidad porque puedes convertirla en una porquería. En ese paso es donde funciona la carpintería y claro hace 40 años se me perdían muchos brillos y ahora me sale mucho mejor. Como el carpintero que de joven intenta hacer una pata redondita y le sale un churro y ahora de mayor le sale una pata redondita, equilibrada. Bueno, pues, empiezo hacer las patas suavecitas, redonditas y equilibradas.

-O sea que todavía no escribiste tu mejor novela, podés seguir puliendo la mejor de tus obras…

La novela es un género de madurez, al contrario que la poesía. En general, las mejores obras de mis escritores favoritos se han hecho en una edad madura. Tengo la sensación que estoy hace tres libros en la meseta superior de mi desarrollo como escritora y me siento potente a la hora de escribir y de usar esos recursos y trasladar esas ideas.

-Hay grandes temas que envuelven a la novela: la existencia, la máscara, el bien o el mal, el miedo, la fatiga de la vida.

-La novela habla de la existencia, de la vida, del mal y del bien. ¿Cómo soportamos la idea del mal? El mal sin sentido, el absoluto, que nos vuelve locos. Dice la novela las religiones se han inventado para darle al mal un sentido para que no nos destruya. Pero el bien gana, no es voluntarismo: hay muchas más estrategias de supervivencia a través de la colaboración que estrategias de la depredación. El bien triunfa a la larga pero en momentos concretos puede triunfar el mal. Y habla de la necesidad del miedo a la vida y del miedo a los sentimientos y a las emociones. Hay mucha gente que tiene miedo de sus sentimientos porque cree que las emociones los debilitan. Seréis un misántropo total por tener miedo a que esos sentimientos te hagan más vulnerable pero ¿la opción es negarte y vivir una vida encapsulada? Bueno, pues, eso es la muerte, no es la vida. Somos animales sociales y necesitamos vivir la vida con los demás. Eso está también en este libro, ese aprendizaje de la entereza para aceptar la vulnerabilidad. Ese aprendizaje del amor, no sólo del amor pasional que también y sobre todo está, sino del amor a los demás. Del amor a estar con los otros y superar el miedo a vivir.

-Y ahí la novela da en la fibra: la plasticidad humana, la capacidad de transformación. ¿Los personajes de esta historia guardan secretos o más bien despliegan formas reinvención, de narrar alguna manera soportable su existencia?

-Los seres humanos tenemos una capacidad de supervivencia abrumadora. Somos unos bichos tenaces. Hay un refrán del antiguo castellano que dice “que Dios no te mande todo aquello que puedes soportar” porque ¡lo podemos soportar todo! Es alucinante cómo podemos sacar la cabeza cuando nos hemos casi ahogados. Verdaderamente tenemos una fuerza tremenda. Y en pandemia tenemos que tener confianza en esa fuerza porque tenemos recursos para reinventarnos la vida y para volver a construirnos otra existencia que será distinta pero que puede ser tan buena o más buena que la anterior. Los humanos somos palabras en busca de sentido y nuestra narración conforma el mundo, por eso hay tantísimas terapias que se basan en la palabra porque la manera en que te cuentas te cambia la vida . En la novela hay una anécdota que lo cuenta muy bien que es la historia del ortodoxo griego y que se ha dedicado de una manera muy mística a Dios. Él está en su iglesia y empiezan a caer inundaciones y se empieza a inundar. El agua llega a las escaleras de la Iglesia. Llega un barquito a rescatarlo, él agradece pero decide quedarse porque como ha tenido una entrega a dios y sabe que lo va salvar. Así dos veces más, el padre se termina ahogando y su alma sube muy enfadada porque pensó que dios lo iba a salvar. Y le responde ‘pero si acá dice que le hemos mandado tres barquitos’. Esto también enseña Raluca, un personaje que ha ido creciendo y ha traído el título porque ella nos cuenta que la buena suerte es la voluntad de tener suerte. Pues, mirar que te han traído tres barquitos.

-¿Y cómo mira el protagonista, Pablo?

-Al principio es un hombre que se baja de un tren y se mete a vivir en una casa horrenda, símbolo de la fealdad y del fracaso urbano, y nadie sabe por qué. Más que huir, lo que le pasa es que le ha herido el rayo de la catástrofe. Es un hombre que ha sido golpeado por un apocalipsis personal y se ha quedado sin vida, sin sentido y sin palabras. Porque como digo en “La ridícula idea de no volver a verte” si puedes contar tu dolor estás de suerte porque sino te arrebatan la voz, la palabra. A él, el verdadero dolor le ha arrebatado sus palabras y cuando las empieza a buscar no son verdaderas, tiene que dar muchas vueltas hasta llegar a las reales.

-Aparece como contrapunto el bien y el mal y el mal absoluto, pero hay algo luminoso en esta novela que apuesta por la felicidad, la alegría.

-La novela cuenta cosas muy tremendas, del mal sin sentido. Si hay alguien que asalta a robar alguien y por torpeza lo mata te parece un horror pero no te destruye tanto como el mal sin sentido, yo quería hablar de ese mal y por eso he ido entrelazando historias reales de horrores que suceden en familias patológicas donde los padres torturan o violan a sus hijos. Lo he puesto porque me parece la ejemplificación del mal mayor, sin embargo es una novela llena de alegría y de esperanzas. En la novela se dice que la felicidad es “sencilla y desnuda”. La felicidad es un concepto grandioso y nunca puede ser un lugar en el que vivas. Lo diferencio de la alegría que es un hábito, puedes ejercitar la alegría como uno ejercita la gimnasia. La alegría es esa virtud animal, que las células se regocijan por estar vivas, por reconocer lo que tenemos, lo que estamos disfrutando. Hay que permitirse ejercitar las alegrías de las pequeñas cosas.

-“Los muertos nunca se van solos: se llevan un pedazo del universo”, se lee en la novela ¿qué crees que se llevaron los muertos por la pandemia?

-Cada muerte cercana realmente es un cierre de una vida y en cada una de nuestras vidas hay muchas otras. Cuando tienes un duelo importante la vida te cambia y esa vida que tenías no va a volver. Nunca te recuperas porque la casilla de salida ya está perdida para siempre, vas a llevar ese agujero. Yo ya voy por la cuarta o quinta vida. Los humanos tenemos una gran capacidad de resistencia y reinvención y somos capaces de crearnos una nueva vida, que puede ser tan buena como la que fue. Las muertes de la pandemia han sido hiper traumáticas, de gente que no ha podido despedirse y va a ser muy difícil recuperarse de ese dolor. Estamos todavía en la herida y todavía el mundo se está rompiendo y nuestros corazones. Tenemos que aguantar, tener esperanzas. A cada uno se nos va algo distinto y a las sociedades se le ha ido mucho: están angustiadas, perdidas. Pero, insisto, no hay que perder esa tenacidad de la esperanza. Y como dice el verso del renacimiento italiano de Lorenzo de Médice del principio “Quien quiera estar contento que lo esté, del mañana no hay certeza”. Del mañana no hay certeza, nos lo ha demostrado la pandemia. Así que quien quiera estar contento que lo esté.



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