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Arte y Espectáculos 7 de noviembre de 2020

Rodrigo Manigot: “Todo el mundo me decía que escribía bien, pero tardé mucho en creérmelo”

El músico y lider de Ella es tan cargosa publicó el libro "Donde no van las melodías", en el que aparecen su vida y las desventuras por llegar a ser músico. Dice que su lema es "tarde pero seguro": a los 52 se saca "la espina" de la literatura.

Por Paola Galano

Libro sanguíneo, crónica urbana escrita por un hombre que siente la pulsión artística pero debe dedicarse a otra cosa para poder vivir, “Donde no van las melodías” (editorial La Crujía) es el primer libro del músico Rodrigo Manigot, el líder de la banda “Ella es tan cargosa”.

Manigot se atreve con la literatura y con su propia historia: el arranque musical a fines de los ´90, sus trabajos como vendedor en una AFJP, el desempleo, la crisis de 2001, los amores que se van y los amigos músicos recorren las páginas de este relato furioso, a veces, poético, otras tantas.

 


donde no van las melodias

La tapa del libro que editó La Crujía. 


 

No es un mal tiempo para balances: la banda que crearon los hermanos Manigot (Rodrigo y Mariano) cumple sus dos décadas de vida en los escenarios. Es en este contexto en que nace el libro, que parece cumplir uno de los deseos más grandes de Rodrigo, además de la música: escribir, esa espina clavada en el cuerpo que ya empezaba a doler.

Al inicio de su crónica, relata: “Mis amigos me decían Jorge Olmos, un personaje de la serie Gasoleros con pretensiones de escritor. Exageraba mi seriedad y exaltaba la monogamia mientras ellos, algunos recién separados, vivían su segunda adolescencia y salían en grupo a emborracharse por los bares. Noble andaba con promotoras de Speed, actrices, modelos de Pancho Dotto, y ganaba fortunas con sus canciones, que sonaban en todos lados. Hasta R. había sido un descarte suyo. Apareció Natalia Oreiro, y Noble, por un rato, abandonó a su harem. Pasó a salir en la tapa de Gente y en el programa de Rial. Yo, con treinta años, andaba de traje por la calle y la gente me paraba para preguntarme por qué no tocaba más. La ira y la tristeza me crecían como plantas salvajes”.

Entrevistado por LA CAPITAL, Manigot contó cómo “los planetas se alienaron” para que estas páginas que empezaron siendo otra cosa terminaran en libro publicado. “El libro se fue armando con el correr del año. Empezó siendo un esbozo de libro digital a pedido. Me había anotado en el taller de no ficción de Matías Bauso para volver a escribir con dedicación y -sobre todo- con continuidad. Matías me pidió que escribiera sobre el primer disco de mi banda, para una colección en la que distintos artistas ensayaban sobre una obra que los hubiese atravesado. Pero, a medida que avanzaba, fui pensando que más que libro digital podía estar bueno, aprovechando que Ella es tan Cargosa justo cumplía 20 años, sacarlo en formato libro. No era fácil que apareciera una editorial, pero surgió el interés de La Crujía y los planetas se alinearon”.

-“Manigot ofrece su vida en el altar de la literatura, a la que llega brillantemente tarde”, dice Santiago Llach en el prólogo, ¿coincidís?

-Sí, claro. Fui a los talleres de Santiago en 2014/2015 y fue una experiencia clave para mi escritura, en el sentido de pasar de escribir ficciones a escribir sobre la propia vida, aunque a veces eso se pareciera a inmolarse. Obviamente, escribir memorias exige una gran dosis de ficción. Y coincido en que llegué tarde, pero no me preocupa: fui padre a los 47, me empezó a ir bien con la música a los 40; publico mi primer libro a los 52; tarde pero seguro, sería mi lema.

-El rock y la música por un lado, o la literatura y la necesidad de escribir, ¿qué es lo primero que aparece?

-Yo fui músico antes de ser escritor. Me interesó la literatura cuando a los 25 empecé a escribir canciones y Ariel Lobos, un amigo, me dijo con mucha honestidad que mis melodías estaban bien pero que las letras no estaban a la altura. Ahí empecé a leer como un loco. La literatura propia era una deuda fuerte en mi vida. Quienes de veras me conocen saben que me atormentaba no publicar. Se dio la posibilidad de escribir un libro sobre rock y música, y pude combinar mis dos pasiones. Pero yo, en la música, grabé seis discos con la banda, uno anterior con otro grupo, hasta edité mi disco solista en 2019 y canté con Fito Páez. La literatura era una espina. Todo el mundo me decía que escribía bien, pero tardé mucho en creérmelo.

-Decís: “mi consuelo era escribir” cuando tenías un trabajo que no era lo tuyo. ¿La escritura es una suerte de vida paralela, donde podés ser lo que realmente querés?

-Qué bueno, no lo había pensado así. Pero creo que siempre fue un lugar de mucha felicidad, de refugio, me daba la posibilidad de expresarme con una profundidad que no me era tan simple obtener en otras disciplinas. Evidentemente mi mayor fortaleza estaba en mi escritura.

-“Como suele pasar con mi literatura, le gustaba más a los otros que a mí”, deslizás. ¿Te amigaste con tus escritos, qué era lo que no te gustaba?

-Me amigué conmigo, durante el transcurso del 2020. Y eso, entre otras cosas, me permitió también escribir con una mayor seguridad. Y, obvio, a medida que me sentía más seguro como escritor, mejoraba también internamente. Era una retroalimentación constante, y fue muy lindo que por fin sucediera. Mi ficción no me gustaba tanto porque me parecía eso: muy ficción. Artificial. Pero la autoficción, que me gustaba, me aterraba, porque sentía que podía no interesarle a nadie. Siempre pasaba de la euforia a las dudas, de confiar en mí a pensar que no estaba a la altura para La Literatura, así, con mayúsculas. El don y el látigo, para decirlo con las palabras de Capote.

-“Donde no van las melodías” es una larga crónica sobre las desventuras de un artista que está obligado a hacer otra cosa mientras se la anuda la pulsión del arte y puja por salir. ¿Tan difícil es el camino del arte o está exagerado en el libro como recurso? Te lo pregunto a cuento de esta frase: “No le preguntes nunca a un músico si sigue tocando. Es como preguntarle si respira”.

-Quizás exista cierta exageración, una ficcionalización de ese sufrimiento. ¡Pero creéme que me costó horrores, que nos costó media vida poder dejar otros trabajos para dedicarnos a la música! Fue un calvario para mí y mis compañeros ser músico en los ’90, pasar el 2001, Cromañón, las distintas crisis y seguir sosteniendo el proyecto. Esta carrera, para nosotros, fue, es y será una suerte de carrera de obstáculos. Ajenos y propios, claro está. ¡Ojalá fuera ficción! Nos costó un Perú. Pero también es lindo eso: conseguir esculpir una obra, contra viento y marea. También tiene su gustito.