Un asesino que en 10 meses y medio de robos, matanzas y violaciones, justificó una condena que ya lleva 44 años de encierro, sin una posibilidad cercana de recuperar la vida en libertad que él le quitó a sus víctimas.
por Hernán Gabriel Marty
LA PLATA (Corresponsalía).- Si la mitología griega le hubiese guardado un lugar en su historia, posiblemente hubiera sido nieto de Nix (la noche), sobrino de Hipnos (el sueño), Primo de Morfeo (el encargado de los sueños de los reyes) y la oveja negra en la progenie Tánatos (la muerte sin violencia). También podría haber sido el fruto del incesto entre Hipnos y su hermana Ker (la muerte violenta), pero los griegos y sus deidades jamás imaginaron alguien tan cruel y cobarde como él.
Y así como no nació en Grecia y mucho menos en el Olimpo, vio la luz por primera vez en Olivos y se hizo tristemente famoso debido a su especialidad: matar personas mientras dormían o cuando le daban la espalda, negando con sus acciones un linaje de alta estirpe nacional que enarbolaba las banderas del honor y la justicia en épocas independentistas.
Fue descendiente directo de la esposa del general Martín Miguel de Güemes, primer gobernador de Salta y símbolo de la resistencia patriota contra los españoles en el Norte, que vivió mucho menos que lo que su tataranieto lleva preso.
Carlos Robledo Puch nació un 19 de enero de 1952, y vivió una infancia sin demasiados lujos, pero sin privaciones. A los 19 años comenzó su carrera criminal y en apenas 10 meses y medio cometió diez homicidios calificados, un homicidio simple, una tentativa de homicidio, diecisiete robos, fue cómplice de una violación y encontrado culpable de una tentativa de violación, un abuso deshonesto, dos raptos y dos hurtos. Una seguidilla increíble para sólo 326 días de faena delictiva.
El Angel Negro
Los medios lo apodaron “el ángel negro” o “el ángel de la muerte”, por su rostro aniñado, su aspecto juvenil y su crueldad extrema a la hora de ultimar a sus víctimas.
Su batahola delincuencial comenzó cuando solo tenía 19 años, a mediados de marzo de 1971, cuando junto a un cómplice robaron una importante suma de dinero de un boliche bailable. Esa misma noche Robledo Puch se calzó las ropas de verdugo y sentenció a muerte al dueño y al sereno del lugar mientras dormían. Su raid de sangre y muerte había comenzado. La historia del mayor chacal argentino ya tenía su primera página escrita.
Durante todo ese año la parca sería su compañera en el crimen. El 3 de mayo, José Bianchi, sereno de una casa de repuestos de Vicente López fue ejecutado a tiros mientras que su esposa fue herida a balazos y violada en el mismo hecho. Once días más tarde, asesinaron a tiros al sereno de un boliche de Olivos, Manuel Godoy, y también al encargado del local, Pedro Mastronardi, a los que sorprendieron dormidos. Diez días después, la orgía de robos y muerte continuó y esta vez le tocó a Juan Scattone, sereno de un supermercado, quien fue acribillado a balazos, con el agravante de que los homicidas brindaron con whisky sobre su cadáver. El 13 de junio, Virginia Rodríguez fue raptada, violada y ejecutada a tiros a la vera de la Panamericana. El 24 de ese mes, fue el turno de Ana María Dinardo, que corrió la misma suerte, en el mismo lugar que Rodríguez. Durante algo más de un mes su sed de sangre y exterminio pareció saciada, pero la abstinencia tuvo su fin el 5 de agosto, cuando su cómplice murió en un confuso accidente automovilístico. Tras ese hecho, su tranquilidad duró apenas tres meses y diez días, ya que el 15 de noviembre, junto a su nuevo cómplice, Héctor Somoza, asesinaron a Raúl Del Bene, guardia de un supermercado de Boulogne. Dos días más tarde acribillaron a Juan Rozas, vigilador de una concesionaria de autos y una semana después, el 25 de noviembre ultimaron a otro sereno en una agencia de autos, la muerte tocó la puerta de Bienvenido Ferrini.
Así terminaron 1971, con un raid de robos, asesinatos y violaciones en el que no encontraron jamás resistencia por parte de sus víctimas, ni sintieron sobre sus espaldas el rigor policial persiguiéndolos. De hecho, su actitud cobarde y retorcida confundió durante algún tiempo a las autoridades, que creyó ver en su accionar y el de sus cómplices características de “elementos avezados y de extrema peligrosidad”. Sólo tenían la razón a medias, porque Robledo Puch era peligroso, pero la forma en la que asesinaba a sus víctimas era cruel en extremo y la mayoría de las veces -por no decir todas- sumamente innecesaria.
Pero como todo tiene un fin, el de Robledo Puch llegaría el 3 de febrero de 1972, cuando después de fusilar a Manuel Acevedo en una ferretería y asesinar con un soplete a su cómplice Somoza, cometió un error: dejó en el cadáver de su secuaz evidencia que llevaría a la policía tras su persona.
El encierro
Un 4 de febrero, hace ya 44 años, perdió su libertad para no volver a recuperarla y convertirse en el ser humano que más tiempo permaneció preso en nuestro país, saliendo sólo de los penales para ser trasladado de una cárcel a otra o para ser atendido en un hospital, como sucedió el 10 de mayo último, cuando fue desde Sierra Chica hasta San Isidro, donde se le practicaron diversos estudios.
Durante su estadía en los penales, los informes sobre su estado mental jamás fueron favorables, tanto así, que la afamada criminalista María Laura Quiñonez Urquiza aseguró en una entrevista a este medio a principios del año pasado, que el ángel de la muerte no estaba preparado para reinsertarse en la sociedad. Prueba de ello, fue la respuesta que Robledo Puch dio cuando en ocasión de haber solicitado su libertad, un grupo de peritos lo evaluó y ante la pregunta ¿qué haría si saliese? respondió: “Pienso suceder a Perón”. A principios de este año y ante el mismo interrogante, disparó: “Si quedo libre, voy a matar a Cristina Kirchner”. Ya no quedó ninguna duda para sellar su permanencia tras los muros.
Pero sus ansias de salir no se calman y también dirigió su atención a la gobernadora María Eugenia Vidal, a quien le escribió una carta reclamando la clemencia que jamás entregó a sus víctimas. En un segmento de la esquela, Robledo Puch escribió : “La presente se ha convertido en una pena que se agotaría con la muerte, siendo que la pena de muerte no cuenta con precedentes en nuestro país; y no sería bueno que justo ahora se estableciera una porque, señora Vidal, se transformaría en una pena desproporcionada, cruel, inhumana y degradante. Razón por la cual, señora gobernadora de la provincia de Buenos Aires, Robledo Puch está solicitando un indulto extraordinario inmediato”.
A sus 64 años, su pasado violento y sin razón lo sigue condenando a un presente y un futuro de encierro, que garantizan a la Justicia no tener que lidiar con sus problemas de reinserción en una sociedad que ve con buenos ojos su privación de la libertad, manteniendo tras los muros el recuerdo de lo que algunos llaman “el asesino serial más prolífico de Argentina”.