por Mar Marín
RIO DE JANEIRO, Brasil.- Los Juegos tomaron Río de Janeiro y alteraron la vida de los cariocas, que aprovechan su cálido invierno para escaparse a la playa, disfrutar de los récords que les regala la Olimpiada y, como no, bailar samba en pleno centro histórico.
La cita olímpica se coló en la vida de la ciudad y cambió la rutina de sus habitantes, que no pierden la oportunidad de presenciar en vivo las competencias deportivas, acudir a las casas de la amistad de los países participantes y disfrutar del “boulevard olímpico” del centro, una zona vedada para el paseo hace apenas unos meses por los altos niveles de inseguridad.
Miles de policías, militares y voluntarios tomaron Río, empapelada con el logo olímpico y sembrada de carteles que dan la bienvenida a los Juegos y a los turistas y que, incluso, los orientan sobre el idioma y las costumbres del país.
“En Brasil, saludar a cinco personas es dar diez besos” reza un cartel en el subterráneo, el medio de transporte más rápido y seguro en una ciudad con un tráfico caótico y en la que en estos días moverse puede llegar a convertirse en una odisea.
La popular playa de Copacabana es un paseo olímpico, con las instalaciones para las competencias de voley playa, el paso de la prueba ciclista y la gigantesca tienda temática de las Olimpiadas, que atrae a miles de curiosos y compradores.
Muchos aprovechan las altas temperaturas del invierno carioca -hasta 27 grados- para tomar un baño en el mar o abarrotan los tradicionales quioscos playeros donde pueden seguir la Olimpiada por televisión, caipiriña en mano.
Es el caso de Alejandro y Sebastián, dos argentinos que viajaron en su coche durante cuatro días desde Bariloche para acudir a los Juegos.
“Vamos a comprar las entradas para ver distintas cosas. No tenemos nada programado, pero vamos a ir viendo y nos quedaremos hasta el final”, apunta Alejandro.
El otro gran foco de concentración es el centro histórico, el puerto y su “boulevard olímpico”, el mayor legado que dejarán los Juegos en la ciudad.
“Está fenomenal, nunca había sido así el centro, no se podía pasear, estaba desierto. Ahora hay que protegerlo para que quede después de los Juegos”, apunta Orlando, uno de los miles de brasileños que se acercaron a la Plaza Mauá, presidida por el imponente Museo del Mañana del arquitecto español Santiago Calatrava.
Pantallas gigantes para seguir en directo las competencias, escenarios con espectáculos hasta medianoche, carros de comida gourmet e internacional, teatro callejero y hasta el fuego olímpico con una réplica del pebetero encendido en Maracaná forman parte de este “boulevard” que transformó el corazón de la ciudad.
Grupos de jazz, de funky y, como no podía ser de otra manera tratándose de Río, escuelas de samba, invitan a los visitantes a sumarse a la fiesta y les arrastran a bailar en plena calle.
El paseo tiene una parada obligada ante las fachadas de los viejos almacenes portuarios, ahora ocupadas por Etnias, el emblemático mural del grafitero brasileño Eduardo Korda, de 3.000 metros cuadrados, el mayor grafiti del mundo hecho por un solo artista, que, inspirado en los cinco aros olímpicos, representa los rostros de los cinco continentes.
También el artista francés JR, premio Ted 2011, quiso sumarse a la fiesta olímpica en Río y dejar su particular legado a través de su proyecto “Inside Out”, que permite a personas de todo el mundo ser fotografiadas y prestar su rostro impreso para apoyar una idea.
Los voluntarios suben a un camión, se toman la fotografía que inmediatamente sale impresa y se convierte en parte del proyecto.
Esta es su primera experiencia en unas olimpiadas y los rostros de cientos de personas forman ya una gigantesca alfombra en el suelo del bulevar olímpico.
Por el camión de JR pasan una media de entre 300 y 350 personas cada día y la experiencia, aseguran sus colaboradores, promete cifras sorprendentes hasta el final de la cita olímpica.
Mucho menos optimista es Luciano, que trabajó en la fundación de la feria hippie de Ipanema, una de las más emblemáticas de la ciudad, y que siente que los Juegos no van a dejar los beneficios esperados.
“La Olimpiada ha cambiado todo, no se está respetando a los artesanos de toda la vida. Ha venido mucha gente de fuera y no hay negocio para todos”, lamenta.
“Hay mucha gente, pero las ventas no han subido, están bajas”, coincide José Coutinho, que vende sandalias artesanales desde hace décadas.
“Esto pasa con estos eventos. Los turistas vienen, miran y se van, pero luego vuelven y compran”, asegura. “Bueno, eso espero”, concluye.
EFE.