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Opinión 23 de abril de 2023

Riesgos de serruchar la propia rama

Por Jorge Raventos

La renuncia de Alberto Fernández a su sedicente candidatura presidencial sólo sorprendió a los distraídos. Ni siquiera el entorno más incondicional del mandatario creía seriamente en que esa postulación se concretase formalmente y, mucho menos, en que Fernández tuviera chance alguna de ser reelegido. Sus cuarenta meses de gestión apenas dejan algunos momentos rescatables en un recorrido que ha mostrado principalmente el menoscabo de su autoridad, sea por fallos propios, sea por impotencia para neutralizar las circunstancias adversas o las operaciones hostiles. En ese derrotero, fue entregando o perdiendo aliados. El viernes, cuando hizo pública su decisión, hasta quienes no le tienen antipatía respiraron aliviados.

Las guerritas del Presidente

Aunque el anuncio generó revuelo en los círculos políticos, los mercados lo interpretaron como un paso hacia un cierto ordenamiento relativo en el tramo que aún queda hasta que Fernández consuma completamente su período, un período que parece larguísimo, desde abril hasta diciembre: un parto.

La renuncia se produce en un momento crítico para Argentina, que después de soportar la pandemia de COVID-19 fue afectada por algunas consecuencias de la guerra en Ucrania (otras consecuencias la beneficiaron), ha sufrido una sequía devastadora y experimenta una recurrente inflación tanto como una incipiente recesión, en un contexto de incremento de la pobreza y la indigencia.

Fernández mantenía la simulación de su candidatura a la reelección con la ilusión de evitar un prematuro debilitamiento terminal de su autoridad. Al optar por la renuncia, se incrementa su dependencia de las decisiones de otros actores políticos. En primera instancia, Cristina Kirchner y Sergio Massa.

Las relaciones con su vicepresidenta y original valedora estaban desgastadas desde hace meses. A su modo curialesco y no sin reiterados recules, Fernández ha resistido la influencia determinante de la señora. Haber dejado caer su pretendida voluntad reeleccionista es un gesto de sumisión: Fernández comprendió que no podía atrincherarse en esa ficción y abandonó ese campo de batalla. Pero todavía resiste en una pretensión: reclama que la candidatura presidencial del oficialismo surja de una elección interna (en ocasión de las PAASO) y no, como ocurrió la suya, de un dedazo hegemónico de la señora o de un conciliábulo de la elite partidaria.

Con esa postura, Fernández pretende concretar una carambola: limitar la influencia de la señora de Kirchner y obligar al ministro de Economía, Sergio Massa, a abandonar sus propias ambiciones de ser un candidato de unidad, ungido por tirios y troyanos como resultante de la debilidad general del oficialismo (y también de la resignación del peronismo). La insistencia de Fernández en que la candidatura se dirima en una elección primaria intenta desalentar a Massa amenazándolo con una competencia inclemente. Fernández tiene dos candidatos a desafiarlo: su jefe de gabinete, Agustín Rossi, y el embajador en Brasil, Daniel Scioli, quien ya viene calentando motores y se muestra dispuesto a presentar su candidatura en cualquier circunstancia.

Limitar el fortalecimiento de Massa parece el premio consuelo al que aspira Fernández. Si se quiere, la historia evoca la conocida fábula del escorpión y la rana: el ministro de Economía, pese a los reveses que viene sufriendo su gestión (inflación en alza, dólar desbocado, repetidos problemas de reservas) es visto por los mercados y por importantes actores internacionales como una figura de estabilidad, y en esa calidad, apuntala la gobernabilidad remanente de Fernández. El presidente usa el serrucho en su propia rama.

Alternativas que alteran

Las imprudentes maquinaciones de la Casa Rosada tendientes a recortar el juego de Massa no son, sin embargo, una novedad. La última fue el disparador de los últimos sacudones del mercado y, en última instancia, de la precipitación dimisionaria del Presidente. Fernández le pidió a su entonces asesor, Antonio Aracre, un listado de medidas alternativas a las que despliega Massa desde el Palacio de Hacienda. Se reunió a solas con Aracre para escuchar ese plan de acción y sin duda le dio señales a su consejero de que era plausible la aplicación de esas recetas sin o con el desplazamiento del ministro. Para peor, dejó en manos del comunicativo Aracre administrar la cuota de discreción que reclamaba el tema.

El resultado fue que entre el lunes 17 de abril (cuando una minuta de esas conversaciones era ya conocida por al menos un influyente comentarista) y el jueves 20,la cotización del dólar blue trepó un 10 por ciento y llegó a 440 pesos, la brecha cambiaria se abrió en todas sus variedades, los productores dejaron de liquidar exportaciones pese a la atracción del llamado dólar soja y se multiplicaron las presiones para que el gobierno encare una devaluación notoria (medida contemplada por el listado que escribió Antonio Aracre y escuchó a solas Alberto Fernández).

La idea de que desde la cúspide del gobierno (y esta vez sin intervención directa del kichnerismo) se libraba una guerra de guerrillas no podía sino alterar los mercados.

Massa sacó rápidamente la conclusión de que –“una vez más”- estaban operando para perjudicarlo. Venía ya de una semana dura, después de que el INDEC , el viernes 14, anunciara que la inflación de marzo había alcanzado el 7,7 por ciento, un record. La travesura de Aracre en (¿con?) la Casa Rosada sumó dificultades. Massa amenazó con dejar el cargo. El tuit de un economista que reprodujo Malena Galmarini, la esposa del ministro, diagnosticó epigramáticamente la situación: “Massa se queda hasta el final, porque el final es cuando se vaya Massa”. Dicho de otro modo, si Massa dejara el cargo la crisis sobreviniente sería insostenible para Fernández. Un recordatorio.

La renuncia de Fernández a su pretensión reeleccionista refuerza la idea de que el ministro de Economía se ha convertido en la figura de más poder efectivo de un gobierno que puede hacer muy poco ytambién puede impedir muy poco. Massa todavía cuenta con niveles apreciables de interlocución y confianza en puntos importantes del poder mundial y de las fuerzas de la producción local. Pero actúa como operador de un sistema de gobierno obturado, ineficaz y en retirada, en el contexto de un sistema político en centrifugación.

La vereda de enfrente

En la vereda de enfrente, entretanto, la oposición es rentista de las dificultades del oficialismo, pero no aprovecha la circunstancia para producir con autonomía.

Juntos por el cambio todavía procesa su propio renunciamiento : el paso al costado de Mauricio Macri ante su posible candidatura presidencial y sus posteriores intervenciones en las disputas internas de Pro y de Juntos por el Cambio han forzado a los dirigentes de la coalición a insistir en que la división de ese frente es imposible. Sin embargo, a partir de declaraciones de Macri y de sus sugerentes aproximaciones a las posiciones de Javier Milei (diferencias entre “dinamitar” y “semidinamitar”), Elisa Carrió ha salido a asegurar que “”Macri no quiere estar en Juntos por el Cambio, él quiere estar con Javier Milei”. Y desde el radicalismo, Gerardo Morales le ha dado crédito: “Lilita tiene mucho olfato. Ve antes las cosas y las anuncia”. Así, la esperanza en una alternativa que venñia imaginando un sector del electorado parece esfumarse.

Como para confirmar los vaticinios de Carrió, se rumorea que uno de los precandidatos bonaerenses de Juntos por el Cambio –Joaquín de la Torre-, molesto por el hecho de que Patricia Bullrich lo postergaría en favor de Cristian Ritondo, podría acordar con los libertarios para ser candidato de Milei a gobernador de la provincia. De la Torre es un aliado de Macri.

En fin, María Eugenia Vidal, que llamó a todos los candidatos a retirar sus postulaciones para “empezar desde nuevo”, puede ser la semana próxima la única que aplique su propia recomendación. No será candidata presidencial y tampoco hay chances de que se convierta en la “candidata única” del Pro a la jefatura de gobierno porteña, como prenda de unidad entre Larreta y Macri y mediando la bajada de candidaturas de Jorge Macri y del doctor Fernán Quirós. Ella ya perdió la confianza política de Larreta y en la ciudad Quirós mide más que ella. Patricia Bullrich la aceptará encantada como auxiliar de su propia campaña.

Cuando hablan las provincias

Conviene por unos momentos cambiar el foco de la atención, salir del escenario central (que, más que “nacional” es metropolitano, propio del complejo Capital.conurbano) y observar a las provincias. El último domingo una porción del pueblo argentino votó y eligió sus próximos gobernantes.

Las provincias de Neuquén y Río Negro decidieron quiénes serán sus próximos gobernadores y renovaron parcialmente sus legislaturas. El electorado de ambos distritos representa una fracción pequeña (1,6 por ciento Río Negro, 1,5 Neuquén) del total nacional de votantes, pero ambos comicios tienen mensajes significativos para la política del país. Tal vez el más relevante sea este: en las dos provincias prevaleció la problemática local. “No tenemos ninguna definición en cuanto a lo nacional”, puntualizó el gobernador electo de Río Negro y actual senador Alberto Weretilneck. Su candidatura sumó el caudal de tres boletas distintas: la de su propia fuerza, Juntos somos Río Negro, así como la de un sector del radicalismo y la de un sector peronista liderado por La Cámpora (que se diferenció de la oferta peronista, encabezada por la diputada Silvia Horne, que llegó tercera).

Autonomía y prioridad local

Weretilneck obtuvo así el 41 por ciento de los sufragios, con casi 20 puntos de ventaja sobre el candidato de la coalición Juntos por el Cambio (debilitada por la deserción de los radicales que sostuvieron al ganador). Weretilneck, de lejanos orígenes en el Frente Grande, pudo forjar en el ámbito provincial un “gran acuerdo rionegrino” con quienes –explicó- “ aceptaron este planteo de dejar atrás las diferencias”.

Búsqueda de acuerdos por encima de la polarización nacional y prioridad en lo local parece ser el doble mensaje que emitió la elección rionegrina.

En Neuquén fue electo gobernador Rolando Figueroa, un diputado disidente del oficialista Movimiento Popular Neuquino, El MPN fundado en la década de 1960 por Felipe Sapag llegaba electoralmente invicto y había gobernado la provincia durante más de sesenta años (con el paréntesis del gobierno militar de 1976-83, durante el cual de todos modos mantuvo una situación de influencia).

Figueroa, que pintaba como un candidato renovador de esa clásica fuerza política, fue internamente combatido por el aparato partidario liderado por Jorge Sapag, por lo cual decidió competir desde una fuerza autónoma, la alianza Comunidad, que se constituyó con referentes del PRO, del justicialismo y del propio MPN. En términos de experiencias comparadas, la de Figueroa guarda cierta semejanza con la elección bonaerense de 1985, en la que Antonio Cafiero, lanzó el Frente de Renovación para la Justicia, la Democracia y la Participación (FREJUDEPA), y se presentó el 3 de noviembre de ese año en las elecciones a diputados y legisladores, bajo la personería electoral de la democracia cristiana y al margen de la estructura oficial del justicialismo. Aunque perdió con los radicales (presidía el país Raúl Alfonsín), Cafiero triplicó en votos la boleta oficialista de Herminio Iglesias consagrando 11 diputados contra 3 de la lista justicialista. Menos de seis meses más tarde, la conducción del Partido Justicialista se modificaba, Iglesias perdía su cargo de secretario general y la renovación impondría, dos pasos más adelante, la candidatura peronista de Cafiero a la gobernación bonaerense y el inicio de una vigorosa recuperación del peronismo después de la derrota de 1983.

¿Muerte o renovación del MPN?

El triunfo de Figueroa en Neuquén fue asumida muy precipitadamente por algunos como el sepelio del MPN, y la señal de inicio de un “cambio total”. Ni calvo ni tres pelucas. Sin dudas, Figueroa representa un cambio, pero no necesariamente para hundir el pabellón de la fuerza que gobernó estos años, sino quizás para remozarla y recuperar su energía.

Una figura de mucha densidad tanto en el MPN como en la provincia energética por definición del país, el dirigente de los petroleros privados Guillermo Pereyra, extrajo otras conclusiones de la elección. Empezó por responsabilizar por la derrota del MPN a Jorge Sapag. “En el MPN hay responsables y se tienen que hacer cargo”, declaró, señalando que desde el aparato partidario manejado por Sapag se impidió que Figueroa fuese candidato del partido: “A Figueroa no lo dejaron entrar, con Rolo no quisieron saber nada”. Todo anuncia un brusco cambio de clima en el seno del MPN, donde –pese a la derrota para el ejecutivo principal- otro líder partidario, Mariano Gaido, fue reelecto como intendente de la capital. La diferenciación en el voto (Gaido sumó casi un 10 por ciento más de votos que el candidato a gobernador propio) fue facilitada por el empleo en la elección de la boleta única electrónica (el método que Rodríguez Larreta decidió para el comicio porteño).

La necesidad objetiva impulsa seguramente una nueva convergencia, ya que Figueroa necesitará el apoyo del MPN en la legislatura para gobernar y necesitará la cooperación del intendente capitalino del MPN, así como el viejo partido sentirá la fuerte tentación de regenerar su influencia dejando caer parte del aparato que el petrolero Pereyra ya condena.

Figueroa agradeció los apoyos nacionales que recibió (tanto los de Mauricio Macri y Horacio Rodríguez Larreta como el de Sergio Massa) pero, como su colega rionegrino Weretilneck, insistió en su mirada estrictamente local, autónoma de las fuerzas que animal “la grieta”. Utilizó el término “neuquenista” para definirse, un concepto que evoca el cordobesismo que enarbola Juan Schiaretti.

Las señales que ofrece a Neuquén coinciden con las de Río Negro, si se quiere, con más intensidad: cambio y búsqueda de acuerdos (que en este caso se proyectan más allá de la elección), fuerte impregnación de las necesidades locales. Y un corolario que está en proceso: el revés electoral de una fuerza bien arraigada puede ser el punto de partida de su reconfiguración y fortalecimiento.

Las provincias tienen su propia lógica y, sobre la base de priorizar lo local, no dejarán de jugar sus fichas en el gran escenario del país. Pero primero es lo primero. A mediados del mes próximo, el 14 de mayo, se producirá el “superdomingo” electoral, con comicios en San Juan, Tucumán, Salta, La Pampa. Una semana antes votarán La rioja y Misiones. La mayoría de estas provincias tienen administraciones justicialistas que, después de haber resuelto los temas de representatividad provincial se sentirán más libras dpara jugar en el tablero nacional. En la semana posterior al superdomingo, el Justicialismo reunirá su congreso, donde se definirán los criterios para elegir candidatos. Allí se verá si Fernández consigue apoyos para que las candidaturas surjan de la competencia interna en las PASO o si el Congreso se inclina por buscar una candidatura de unidad. Si se da esta última chance, el nombre de Sergio Massa apunta como una fija. De lo contrario, habrá que ver cuántos equipos juegan. Y con cuáles camisetas.