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Opinión 24 de mayo de 2020

Revolución de Mayo, cuando la Patria tiene nombre de mujer

por Cynthia Ottaviano

A 210 años de la Revolución de Mayo, en inesperados tiempos de pandemia, bien vale la pena reflexionar sobre las revoluciones pendientes: ¿cómo podríamos hoy revolucionar las democracias y democratizar las revoluciones, siguiendo el pensamiento de Boaventura de Sousa Santos?

Aún más de doscientos años después de aquella revolución del 25 de mayo de 1810, ¿qué colonialidades tenemos por abandonar? ¿Cuáles son las verdaderas identidades originarias que signaron los tiempos revolucionarios? ¿Qué implicaría vestir hoy cintas celestes y blancas?

Sabemos que perduran las miradas eurocéntricas, que hay dependencias económicas, pero también culturales. Y aún nos cuesta reconocer cuánta sangre negra, afro, recorre las venas de la Patria. Y por eso, muchas veces, cuando decimos Patria lo hacemos sobre el olvido de los grupos históricamente vulnerados.

De hecho, ni siquiera tenemos claro que además de los dos padres de la Patria en disputa, José de San Martín y Manuel Belgrano, también contamos con una madre. Una Madre de la Patria que hemos dejado sola y abandonada.

Tal vez por eso sea una oportunidad histórica de recordar que la Madre de la Patria no es una dama de la beneficencia, blanca, ni elegante. La Madre de la Patria es una capitana. Una capitana negra, de armas tomar, que murió pobre y defraudada.

¿Qué significaría asumir ese origen, esa constitución diversa, intercultural, que grita desde el fondo de la historia cuando la palabra patria quería escribirse con mayúsculas? Tal vez encontremos la respuesta en la historia de María Remedios del Valle, la Madre de la Patria.

La mujer, ignorada gracias a la burocracia política y a las plumas que relataron la historia, parece haber reunido demasiadas cualidades para los llamados escribas de la Patria que no podían permitir que una mujer fuera madre, soldada, heroína, negra, benemérita y pobre, todo a la vez.

María Remedios del Valle no sabía nada de eso cuando, durante las invasiones inglesas, decidió guardar las mochilas de los soldados del Cuerpo de Andaluces que necesitaban aligerar la marcha hacia los Corrales de Miserere (hoy Plaza Miserere, en el Once). Tampoco el 6 de julio de 1810 cuando se sumó, junto a su marido y sus dos hijos, a las filas del Ejército Auxiliar del Norte, donde hizo cuanto pudo y le dejaron. Era mujer entre hombres.

El 23 de septiembre de 1812, en la víspera de la batalla de Tucumán, se presentó ante Belgrano y le suplicó que la dejara asistir a los heridos que se amontonaban en las primeras líneas.

Belgrano se negó: el campo de batalla no era cosa de mujeres. No tuvo en cuenta que la rabia de la libertad no sabe de géneros.

Remedios del Valle actuó en la retaguardia desafiando las órdenes del general.

Pronto se convirtió en leyenda entre la tropa, que comenzó a llamarla la Madre de la Patria. Belgrano terminó cediendo: fue la única mujer admitida en su milicia.

María Remedios perdió a su marido y a sus hijos bajo las balas enemigas, pero se destacó en las batallas de Salta, Vilcapugio y Ayohuma.

Tras la derrota, cayó en manos españolas. Tenía seis heridas de bala en su cuerpo y fue azotada en público durante nueve días. Cada azote abría una rajadura hasta el hueso, por donde avanzaba un ejército invisible de gérmenes y bacterias.

Infecciones que, al final, ahorraban munición a los realistas.

Sobrevivió al castigo y burló el cerco, para volver a pelear, aun cuando no eran tiempos para que las mujeres se les atrevieran a las armas. Hace 200 años era noticia que un grupo de mujeres se animara a donar fusiles y no a empuñarlos. La Gazeta de Buenos Aires reseñó esos casos de mujeres pudientes, “nobles y bellas (…) que no pueden desempeñar las funciones duras y ásperas de la guerra (…) No pueden desplegar su patriotismo con el esplendor que los héroes en el campo de batalla”.

Por eso “desahogaban su patriotismo” comprando fusiles y suplicaban “que manden grabar su nombre en el fusil que costean”.

Eso pidieron Mariquita Sánchez de Thompson, Carmen Quintanilla de Alvear y otras mujeres paquetas, cuyas historias perduran hasta nuestros días: que las hicieran trascender en una chapa grabada.

Ni consideraban la posibilidad de pisar el campo de batalla.

María Remedios del Valle, sí.

Cuando la revolución triunfó, no se supo más nada de ella.

Era apenas un mito. Un mito andrajoso, encorvado y mendicante, envuelto en un manto de payetón pardusco, que ofrecía pastelitos en la Recova (hoy Plaza de Mayo), pobre de toda pobreza, con 60 años y más arrugas de las que pudiera contar.

En ese preciso momento fue reconocida por el general Juan José Viamonte. “¡Pero si es la Capitana, la Madre de la Patria!”, exclamó el diputado sin creer lo que veía y la instó a que presentara un pedido de pensión para dejar de mendigar.

María Remedios presentó su pedido. El 11 de octubre de 1827, los diputados de la Junta de Representantes de la Provincia de Buenos Aires lo trataron. Según se lee en las actas de la sesión, la llamaron “una heroína”, “una infeliz que si no fuese por su condición (pobre) se habría hecho célebre en todo el mundo”, “una mujer de mérito que no merece que olviden sus servicios”.

Pero se olvidaron durante nueve meses, porque la Historia es demasiado hombre para contar a las mujeres. Recién el 18 de julio de 1828 volvieron a trabajar sobre el pedido. Esa noche Viamonte explicó que la mujer era conocida “por el primer oficial hasta el primer General (…) la he visto entre filas de soldados, curar a los heridos y tomar el fusil y ser víctima”.

Tomás de Anchorena aseguró: “Es una mujer singular (…) no había acción, en que ella pudiera tomar parte, que no la tomase, y en unos términos que podría ponerse en competencia con el soldado más valiente (…). El título de Capitana del Ejército se lo dio el General Belgrano (…) y lo oí ponderar su oficiosidad y esmero”.

Finalmente, los diputados votaron el otorgamiento de una pensión de 30 pesos, desde el mismo día que María Remedios la había pedido.

Para tener una idea de la escasa generosidad para con una heroína revolucionaria, vale precisar que una lavandera ganaba 20 pesos, mientras que el gobernador cobraba $666. La libra de aceite rondaba $ 1,45, la de carne $ 2 y la de yerba $ 0,70. A María Remedios le otorgaron un peso por día.

Un diputado quiso ir más allá de la pensión y pidió que se forme y componga una biografía y que se haga un monumento”.

Fue demasiado. “Esto es materia de un proyecto de decreto y debe presentarse en forma conforme al reglamento”, le respondieron.

Por no violar el reglamento de la honorable Sala no existe aún su biografía oficial. Tampoco el monumento.

Recién el 10 de diciembre pasado, sí, en 2019, la escuela número 25, del barrio Centro Empleados de Comercio, de la provincia de La Pampa, después de realizar una tarea colectiva con el alumnado que les llevó años, inauguró la primera escultura de María Remedios del Valle.

Duró poco, el 21 de febrero pasado, antes de la declaración de pandemia, el diario pampeano La Arena informaba que la escultura ubicada en la entrada del edificio había sido bandalizada.

María Laura Berraud, directora de la escuela fue clara: “Sentimos que es un ataque a la mujer, a los afrodescientes, a la Escuela 25 y a la escuela pública. Queremos reivindicar a la figura de una mujer que fue invisibilizada por la historia por ser mujer, por ser pobre y por ser negra. Este es un ataque a todo eso”.

Ese día se prometieron volver a convocar a la escultora para que restaurar la figura.

María Remedios del Valle murió sola el 8 de noviembre de 1847, después de haberse cambiado el nombre por el de Remedios Rosas, en reconocimiento al gobernador Juan Manuel de Rosas, quien la había ascendido a Sargento Mayor, en 1829.

En 2013, a partir de la iniciativa del Congreso Nacional, plasmada en la Ley 26.852, se declaró el 8 de noviembre como “Día Nacional de los/las Afroargentinos/as y de la cultura afro”.

Se encomendó al Ministerio de Educación de la Nación a “acordar la incorporación a los contenidos curriculares del sistema educativo, en sus distintos niveles y modalidades, la conmemoración de dicho día y la promoción de la cultura afro” y a la Secretaría de Cultura de la Nación “la conmemoración a través de políticas públicas que visibilicen y apoyen a la cultura afro en sus distintas disciplinas”.

La Argentina sigue con sus dos padres. A la “Madre de la Patria” le faltan honores.

Tal vez este 2020, año de Manuel Belgrano, hombre que la nombró Capitana, a 210 años de la Revolución de Mayo, sea una excelente oportunidad para hacerla brillar y que cada una de las personas que integran la Patria la conozca, la recuerde y, por qué, no la quiera imitar en su espíritu libertario, aguerrido y transformador.

(*): Doctora en Comunicación, escritora, conductora del programa de radio “Volver a las fuentes”, por AM La990.