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La Ciudad 10 de mayo de 2016

Recuerdos de la guerra y la mirada sobre la Argentina

Fue dueño de una empresa constructora. Y esa labor lo llevó a conocer Uruguay y Chile. No conoce Argentina, aunque no expresa sentimientos negativos hacia nuestro país.

por Carlos Crespo

“Tenía 9 años, lo recuerdo perfecto. No sentí miedo, pero sí mucha curiosidad y entusiasmo al ver los tanques argentinos y los aviones. Viví en la ciudad, al principio con cierta libertad porque los combates eran lejos, en los montes. Luego, más restringido porque la lucha se fue acercando al poblado. Pero pienso que tenía la suficiente inocencia para no sentir miedo, pero sí la suficiente edad para recordarlo todo”.

El monólogo es de Jimmy Curtis, isleño de 43 años, casado, padre de seis hijos (tres varones y otras tantas mujeres).
Rubio en extremo, tez pálida ligeramente bronceada por el sol insular, ojos claros. Su aspecto físico, robusto y blanco, denota origen anglosajón, aunque sea algo retacón. El se define “isleño”. Es amable, locuaz, abierto. Habla despacio, con estricta y pura pronunciación británica, para hacerse entender. Y aunque no lo admite, parece entender el castellano.

Fue dueño de una empresa constructora. Y esa labor lo llevó a conocer Uruguay y Chile. No conoce Argentina, aunque no expresa sentimientos negativos hacia nuestro país. Eso sí, inmediatamente marca la cancha: “Somos isleños. Ni británicos, y tampoco queremos ser argentinos. En esta etapa de la evolución del mundo, en el siglo XXI, no se puede pretender imponernos una nacionalidad que no queremos ni un idioma que no tenemos ganas de hablar. Somos nueve generaciones de isleños”, recalca amable en el tono, más duro en el discurso, mientras hace una evocación histórica con un corte estricto de la línea de tiempo.

Mientras traslada a un grupo de veteranos de guerra de Malvinas y a un periodista hacia la bahía de San Carlos, donde está el memorial inglés de cara a la playa en la que se produjo el desembarco británico, Jimmy habla, cuenta y también pregunta. “¿Cómo está la Argentina?, realmente no puedo entender por qué la economía anda mal, teniendo todo en ese país para estar bien?”, reflexiona, esperando la respuesta de su interlocutor.

“Imagine: si hay inseguridad, corrupción, pobreza y dificultades económicas. No es lo que queremos para nosotros. Acá estamos bien, tenemos buenos ingresos por el turismo aéreo y de cruceros, por las licencias de pesca, por la explotación de hidrocarburos. Estamos bien porque hay muchos ingresos y pocos egresos. Por eso la salud pública es gratuita y muy buena. Y si hace falta un tratamiento más intensivo, vamos a Chile o directamente a Inglaterra. La cápita es alta, por lo tanto los salarios también. Y si un extranjero decide venir a vivir es bienvenido”, explica. Aunque la duda es más que evidente en si sería bienvenido un argentino.

Una lesión de ligamentos cruzados y rotura de tendón de Aquiles jugando fútbol lo obligó a dejar su empresa y dedicarse a la guía de turismo. “Acá, la vida es buena. Es tranquilo y agradable. La pasamos bien y queremos seguir así”, recalca.

Cuando pasamos por Ganso Verde, donde fue la primera batalla terrestre de la guerra, evoca la trama planeada por los ingleses para inducir a los argentinos a rendirse. “Nuestras tropas tenían pocas municiones y entonces enviaron un mensaje a los argentinos haciéndolos responsables de la seguridad de los habitantes en caso de un bombardeo no controlado. Los argentinos, que también estaban escasos de bombas y proyectiles, accedieron. Lo que ningún bando sabía es que el otro tampoco tenía municiones”, recordó Jimmy.

Mientras sigue la excursión, los argentinos le cuentan cierta hostilidad recibida en un bar, donde los parroquianos despidieron a los visitantes en forma escasamente amistosa, con uno de ellos levantándose la remera para taparse la cara y bailar en forma provocadora. Y con los demás cerrando las persianas del lugar, dando a entender que no son bienvenidos.

“En general, la gente acá es amistosa y amable. Obviamente hay algunos que están en ciertos extremos. Los jóvenes son más vehementes, pero no son representativos de cómo se comporta la mayoría”, asegura.

Silencio

Su tono cambia cuando se le ocurre preguntar a José “Chino” Miranda, veterano de Malvinas que combatió en Ganso Verde, por qué los argentinos encerraron a los habitantes del lugar en la parroquia del poblado, 114 personas en un salón con un solo baño, y escasez de agua y comida. Estuvieron allí hasta ser liberados el 29 de mayo.

La respuesta, vinculada a la decisión de preservar la información sobre movimientos de tropas argentinas que pudiera llegar a oídos británicos, le movió ligeramente el rictus en tono de desagrado y provocó su silencio momentáneo. Sólo interrumpido para explicar las razones por las que un estanciero de San Carlos no quiere ver argentinos merodeando por su propiedad. “Ese muchacho -un isleño colorado, arisco, de temperamento esquivo- tenía 4 meses durante la guerra. Estando encerrado enfermó de difteria y contrajo diarrea. Estuvo muy mal, cerca de morir. Y creció con ese odio hacia ustedes”, explica atemperando sus palabras para no mostrarse excesivamente duro. “Cualquier mínimo acontecimiento lo predispone mal. Y encima semanas atrás unos argentinos se movieron por ciertos lugares que él no quería y ensuciaron su baño”, relató.

Mientras sigue la excursión, que transcurre por Ganso Verde, el cementerio argentino en Darwin, el cementerio inglés en San Carlos -donde sólo hay 15 restos; 14 de la guerra y uno de un veterano que se quedó a vivir y murió en 1984- y Fitz Roy ?donde Gran Bretaña vivió su día negro con la flota, ya que sufrió la baja de dos barcos-, Jimmy pregunta sobre cómo se ve con ojos argentinos a las islas y su vida. La respuesta parece dejarlo satisfecho.

Con la cuestión de la soberanía como “paraguas” durante la travesía, no hay momentos de tensión a la vista. Aunque admite, en charlas posteriores, que al hablar “con un periodista que va a escribir algo”, quiere saber qué se va a decir de las islas y sus habitantes.
En el final del trayecto, ya en el hotel, se despide amigablemente. “Espero y confío en que nos veremos de nuevo algún día”, saluda para luego partir hacia su casa, donde lo espera la familia y su vida isleña.