“Quise averiguar qué despertaba la estatua en las personas que la veían”, dijo el escultor enigmático
Mario Magrini dijo que hizo una "travesura artística". Buscó el lugar un mes antes. Preparó la roca en la que iba a pegar la obra. Y en la madrugada del 5 de febrero, solo y con taquicardia, colocó la estatua que se convirtió en misterio. Contó en detalle por qué.
Abrumado por las preguntas, incómodo con los flashes y sorprendido por esta repentina fama que dijo no haber buscado, Mario Magrini quebró su estricto perfil bajo y su anonimato tan deseado. El cirujano plástico marplatense de 65 años, apasionado por el arte, admitió este sábado, casi con timidez, ser el autor de la estatua que revolucionó el paseo costero y que despertó el frenesí de los paseantes.
El gesto de colocar esa enigmática estatua en Playa Chica, en un acto del que no se conocía el autor hasta hoy, buscó que la protagonista fuera solo la obra. “Quise averiguar qué despertaba la estatua en las personas que la veían” , confesó.
Y habló de “travesura artística” y de “transgresión” y contó que fue una amiga arquitecta la que lo convenció de realizar esta acción: el 5 de febrero a la madrugada, ayudado por un carrito, sacó del baúl de su auto la estatua de hierro y cemento y la pegó en una roca que había seleccionado con anticipación.
Magrini con Balmaceda y Adiecchi.
Su familia, que lo acompañó en la conferencia de prensa realizada en Villa Victoria, y sus amigos estaban al tanto del hecho y conocían la obra, porque fue realizada hace veinticinco años, en 1996, y permanecía en el jardín de su casa. Para Magrini se trata de una obra “chiquita, imperfecta, frágil”.
Preparó “el desembarco” un mes antes. “Mi amiga me habló de hacer una travesura artística y me nombró este lugar (en Playa Chica). Yo empecé a recorrerlo, empecé a ver las rocas…” y, en paralelo, “comencé a restaurar la pieza, a resignificarla para conseguir que su figura se mimetizara con el aspecto y con los colores, para que no llamara la atención, y no molestara el paisaje y formara parte de él”, leyó Magrini en la conferencia, sentado junto al secretario de Cultura, Carlos Balmaceda y la directora de Restauración de Monumentos Históricos, Constanza Adiecchi.
“La apoyé sobre una base de mezcla de cemento y arena, asegurándome que no pudiera desplazarse y estuviera bien contenida. No puedo negar mi taquicardia pero tampoco la emoción y la felicidad que me generaba estar pudiendo cumplir con el deseo de este loco proyecto”, expresó.
Magrini estuvo acompañado por sobrinos, primos y hermanos.
Y así, además de buscar el anonimato, Magrini también pensó en enriquecer el espacio en el que colocó su obra. “Es una escena, se completa con el entorno”, dijo, con las rocas, con el mar, con el paseo. Y habló de que ese lugar elegido “tiene una magia especial, es ideal para la contemplación y la meditación”.
Casi disculpándose, indicó que se trató de una “travesura” que se permitió hacer motivado por su pasión al arte. “En esta etapa de mi vida, cuando lo correcto siempre fue el camino a seguir, uno se da ciertos permisos y así me dejé llevar por mi intuición y mi deseo”. No descartó realizar más acciones de este tipo, aunque ya no como “el enmascarado”.
Sin abandonar nunca la expresión de asombro, Magrini repitió una y otra vez: “La repercusión que tuvo la obra es algo que todavía no lo puedo entender”. No esperó el fanatismo que despertó, ni la réplica de la noticia a nivel nacional. Más bien imaginó que, desprovista de cuidados, sola en un espacio público, la estatua fuera vandalizada o incluso robada.
Construida en su taller, donde también confecciona escenografía, “esa obra fue pasando de un lado a otro, fue mudándose con nosotros, estaba ya en una etapa en la que quise resignificarla. Salió así“, confesó.
La conferencia de prensa se realizó en los jardines de Villa Victoria.
Y contó que, tal como si fuera un observador más, varias veces volvió al lugar “para escuchar la respuesta de la gente y no lo podía creer. La cantidad de expresiones de aceptación y los deseos de que la obra permaneciera allí me llenaron el alma. Superaron ampliamente lo imaginado”.
También en Villa Victoria, recibió muestras de agradecimiento. Unos dijeron ver que la mujer esperaba a los tripulantes del Ara San Juan, una señora le contó que allí, en ese mar que baña el paseo de Playa Chica, arrojó las cenizas de un ser querido. El enigmático escultor que buscó desdibujarse para que su obra adquiriera más protagonismo indicó que sí, que todo eso puede representar esa mujer.
Por eso no quiere ponerle un nombre. Piensa que bautizar la estatua podría significar, al instante, una clausura de sus posibles sentidos. “Representa una emoción, un sentimiento, una sensación de espera, alguien protegiéndose del mundo y esperando que algo bueno pase”, describió, e insistió en la palabra “emoción”. “Que cada uno haga la interpretación que quiera”, pidió.
Al parecer, fue realizada a partir de una circunstancia traumática que la familia Magrini -fundadora de la Guardia del Mar- vivió hace tiempo: una enfermedad, una pérdida, cierta tristeza podrían ingresar dentro del halo mágico que activa la figura al ser observada.
Para los cientos de marplatenses curiosos que la vieron, que la fotografiaron y que se sacaron “selfies”, la estatura misteriosa “comenzó a simbolizar amores, desamores, tristezas, esperanzas, símbolos, recuerdos, homenajes. Cada cual recibió un mensaje diferente. Y eso es maravilloso, es pura emoción que se manifiesta en tantas personas a la vez y en forma diferente, si ése no es el objetivo mayor de una obra artística, cuál es”, se preguntó.
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