Puntos y comas correctos o cómo un signo bien colocado vale su peso en oro
Un libro ayuda a comprender cómo el punto, la coma, el signo de exclamación y de interrogación y el punto y coma formaron parte de la creación de la cultura escrita moderna europea, y la importancia que tuvieron para el desarrollo de la humanidad.
Por Carmen Naranjo
La mala colocación de una simple coma puede ocasionar catástrofes, pero también el punto o los signos de exclamación e interrogación transforman la forma de comunicarnos desde hace 2.200 años, explica el académico noruego Bård Borch Michalsen: “Un signo apropiado en el lugar adecuado vale su peso en oro”. El especialista se introduce en la historia de los signos de puntuación, nacidos en Alejandría hace dos mil doscientos años, en el libro “Píllale el punto a la coma“, publicado en español por Espasa, un ensayo que destaca su importancia para comunicarse correctamente y, en definitiva, su papel en la historia de la humanidad.
De la capacidad de comunicar de los signos de puntuación habla una anécdota que recuerda el autor. Cuentan que Víctor Hugo, justo después de publicar “Los miserables”, envió un telegrama a su editor para saber cómo iban las ventas con un conciso “?”. Y la respuesta fue un breve “!”. “Con los signos de puntuación, a veces sobran las palabras”, sintetiza Bård Borch Michalsen.
Su origen es lejano y sobre alguno de ellos hay leyendas, pero la historia de los primeros signos de puntuación se remonta a Alejandría, capital cultural de la Antigüedad, aunque fue en la Edad Media cuando se tomó conciencia de que era necesario modernizar las lenguas escritas para que alcanzasen todo su potencial, explica el autor.
El primer punto, en la parte superior
El bibliotecario griego Aristófanes fue quien colocó el primer punto doscientos años antes de Cristo. Lo puso en la parte superior tras concluir un pensamiento completo, e introdujo así el signo más importante, que jamás desapareció. Fue en el siglo IX cuando el punto se desplazó a la parte inferior de la línea de texto, donde se mantiene a día de hoy, dice el académico noruego.
Aristófanes descubrió el primer sistema de puntuación y, por lo tanto, también la coma, que era una pausa breve, aunque su uso fue confuso durante cientos de años. Su mala colocación ha provocado historias y leyendas como la de un nacionalista irlandés que fue ahorcado a causa de un desacuerdo sobre la ubicación de una coma, o la de la zarina rusa que salvó la vida de un delincuente cambiando el signo de un telegrama del zar que decía “Indulto imposible, enviar a Siberia” por “Indulto, imposible enviar a Siberia”. Incluso un matrimonio puede consolidarse o destruirse por una simple coma. Una cosa es decir “Mientras me desvestía, María, mi esposa, entró en el dormitorio”, y otra bien diferente es asegurar “Mientras me desvestía María, mi esposa entró en el dormitorio”. Fue el italiano Manuzio, un tipógrafo, humanista, redactor, editor y traductor quien, según el autor, representó para la cultura escrita lo que Steve Jobs para el desarrollo de la realidad digital, ya que colocó la primera coma moderna y el primer punto y coma.
En 1494 determinó cómo debían colocarse la coma y los dos puntos en un texto impreso y, además, elaboró reglas para la puntuación moderna basadas en la gramática, cuyo propósito era facilitar la lectura y, así, mejorar la comunicación.
El gato egipcio y el signo de interrogación
Sobre el origen del signo de interrogación, hay varias leyendas. Una de ellas cuenta que fue un egipcio de la antigüedad el que observó que, cuando su gato estaba asombrado, como desconcertado, su cola se curvaba de una forma curiosa. La imagen le gustó tanto que la dibujaba cuando planteaba preguntas escritas.
El signo de exclamación llegó con el poeta del siglo XV Jacobo Alpoleio. Surgió al observar que, a la hora de recitar sus poemas, no le bastaba con el punto o con el signo de interrogación. Y colocó una raya ligeramente inclinada, muy parecida a la coma, sobre el punto. ¿Y cuál es el futuro de los signos de puntuación en la era de los emojis?. El autor recupera la tesis de la profesora norteamericana Naomi S. Baron: si la tendencia se mantiene, es probable que terminemos usando menos.
EFE.
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