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Cultura 13 de junio de 2024

Público, privado, íntimo: un ensayo de Jorge Luis Manzini

¿Cuáles son los secretos que con tanto celo guardamos en el fondo de nuestra alma y nunca hemos confesado? Si hay algo que para nuestra época signifique intimidad, se trata solo de poco más que eso.

Imagen de tapa de "Historia de la vida privada I" (1985) de Philippe Ariès y Georges Duby.

Por Jorge Luis Manzini (*)

Público: lo que puede ser conocido por cualquiera.
Privado: lo que por diversas razones puede ser
conocido por un grupo particular de gente.
Íntimo: lo que es propio de la persona, y sólo
ella puede develarlo a quien quiera.

 

¿Cuáles son los secretos que con tanto celo guardamos en el fondo de nuestra alma y nunca hemos confesado? Si hay algo que para nuestra época signifique intimidad, se trata sólo de poco más que eso.

Y de lo privado, ¿qué? Porque los cuerpos cada vez más desnudos se aglomeran en cualquier lugar público, y sus relaciones, vida y obra de cada uno, se exponen sin pudor por los medios masivos de comunicación, a través de teléfonos móviles y en las “redes sociales”. A quien quiera enterarse y a quien no, como las conversaciones por el celular a viva voz aunque el que habla esté rodeado de gente. De modo particular cuando durante una conversación alguien recibe una llamada, deja en suspenso a los demás y se pone a dialogar con quien lo llamó.

Pongo “redes sociales” entre comillas porque no sé qué tienen de sociales un texto teleenviado y eventualmente una imagen (o muchas) para que alguien me considere “su amigo”. Claro, así es más fácil hacer catarsis, enfrentándose al interlocutor (conocido o anónimo) intermediando con una máquina, tomándose el tiempo para contestar, muchas veces lo que a la cara del otro no se contestaría.

Nos cuenta Philippe Ariès en su “Historia de la vida privada”, que lo privado es un invento de la baja edad media, porque antes la gente compartía hasta la cama y el lugar donde deshacerse de los sobrantes de su metabolismo. Más luego vino la era victoriana con su doble moral, de lo público (ceremonioso, recatado, pudoroso) y lo privado (se podía hacer cualquier cosa con tal de que nadie se enterara).

Pues pareciera que en esto al menos, la historia es circular y estamos volviendo a usos y costumbres de hace un milenio.

Y más llamativo resulta que la proximidad (promiscuidad) de cuerpos y vidas  se  exacerbe en un momento de nuestra civilización tan individualista y violento, en el que el principal sentimiento que nos despierta el otro (ése que nos significa), sobre todo el desconocido y el que es más diferente que los demás, es la desconfianza, y el miedo.

Cosas veredes Sancho que non crederes. Eso decimos (me arrogo la generalización) quienes recordamos nuestra forma de vida de hace cincuenta o más años. Para nuestros jóvenes ésta y así es la vida, y somos nosotros los descolocados, que podemos mirar el paso del carrusel desde la vereda o intentar adaptarnos a los cambios (que a través de toda la historia de la humanidad siempre existieron) si seguimos aspirando a la felicidad como télos de toda ética. Aún en la ética líquida de la posmodernidad, según Bauman.

(*) Médico, bioeticista, aprendiz de escritor. 

 



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