Pinceladas de la ciudad (Mar del Plata desde adentro): Con Juan en el lejano oeste (Primera parte)
Por Pablo Garcilazo
“Acá vivís de lo que hacés y lo que te sale, o sea, subsistís”, dice Juan sobre el barrio Santa Rosa de Lima. “Acá en estos barrios falta mucho todavía, no tenés una industria o algo que sea el motor de desarrollo”. “Este como es”, es su latiguillo de cabecera. Boina, bigote blanco, pañuelo y esa mirada de hombre de campo bien seria, pero muy amable.
Hoy a sus 66 años cría caballos, en lo que fue una chanchería, hace trabajos de albañilería y changuea con trabajos al ritmo de los sabores y tradiciones del gaucho argentino. La sencillez, la honestidad, la claridad de las anécdotas, el folklore musical y su vestimenta firme y al viento para que no queden dudas que ahí viene Juan. En estos tiempos logró dejar el cigarrillo y no es poco, en un mundo en el que el tabaco industrial no quiere esfumarse bajo ninguna circunstancia. También, como buen gaucho, el tiene sus remedios caseros y la infaltable visita al curandero que siempre culmina con “me tomé un tecito, con unos yuyos, unas plantas y santo remedio”.
Fue muchos años presidente de la agrupación tradicionalista “El Ceibo” y también por los años ochenta fue el lechero del barrio y la zona. Esos oficios que de a poco han ido desapareciendo, pero que él recuerda como si fuera hoy.
Gran parte de su familia es oriunda de Balcarce. Su papá era puestero, aquel que cuida las haciendas en el campo y su mama María, una luchadora de la vida es la vecina más antigua del barrio Santa Rosa de Lima. Cuando llegaron a Mar del Plata vinieron a vivir al matadero viejo, hoy barrio centenario.
Juan prende la radio de su viaje al pasado y se mete de nuevo a la historia para traérnoslas a nosotros: “El día del golpe del 55 a Perón, a mis dos hermanos y a mi nos cuidaba una gente que vivía en el molino viejo. El hombre era repartidor de achuras que obtenía del matadero. Mi mamá trabajaba y mi papá estaba internado en el hospital porque sufría de asma. Era una invasión de soldados por toda la ciudad. El señor tenia una Ford A, íbamos con sus cuatro hijas. Era un despliegue militar nunca visto y nos pararon como si fuéramos gente muy peligrosa. A las chicas les preguntaron si llevaban armas y ellas le contestaron ‘llevamos mondongo’. Salimos para un campo en un momento y andá a saber dónde terminamos. Tenía 6 años”.
“Vivimos un tiempo en Luro y 184 y luego en Belgrano y 250 durante 23 años en lo que aquella época se llamaba Villa Sapito”. Esa zona antiguamente era una pequeña laguna y estaba muy por debajo del nivel de la tierra y cuando llovía se inundaba muchísimo. “Quedaba agua estancada y los sapos se hacían un festín. Se escuchaban los cánticos”. Algo que aún no se ha perdido del todo. Las inundaciones y las voces de los sapos. Esta zona y tierras eran campos del capitán Fazio, también dueño de las tierras de lo que hoy es el camping de Smata. De 228 hasta la 250 y hasta la avenida Libertad eran propiedad de él. “Un petiso gordo de fuerte tradición militar, yo fui ayudante de tambero en una de sus estancias”, recuerda Juan.
Juan pone la pava, una y otra vez. Mate en pie bien dulce y se sienta para ir desasnándonos en algo que cuenta como propio: Villa Sapito, La Zulema, Florentino Ameghino, El paseo Carelli, lugares propios del fin del oeste marplatense.